miércoles, 26 de junio de 2013

Golpe a Golpe

Miguel Yilales
@yilales
El ser humano, según su conciencia, siempre ha tratado de catalogar las cosas en dos columnas: lo que es bueno o malo, recto o torcido, conveniente o inconveniente.
Estas clasificaciones son, a fin de cuentas, las que le van a permitir sustentar la toma decisiones o emisión de juicios críticos. Y es precisamente desde ese estadio que las normas morales fijan las relaciones de conveniencia o disconformidad entre los principios y los hechos.
En nuestro país muchas veces tratamos de torcer esas normas morales para justificar lo injustificable. De ahí que para algunos el intento de golpe de estado contra Carlos Andrés Pérez era necesario y correcto, a pesar de solo tener dos logros en sus alforjas: la rendición de quienes comandaban y el asesinato de inocentes, y para esos mismos expertos en golpes de Estado cualquier comentario o crítica al ejercicio del poder de Nicolás Maduro debe ser tildado como “acciones que buscan desestabilizar” y en consecuencia son un “golpe de estado malévolo”.

Ni buenos, ni malos

Hablar de golpe de estado en Venezuela es casi tan popular como el béisbol. Todos tienen un amigo, un conocido, un conocido de un conocido, la cuñada del primo del hermano de la muchacha que limpia en la casa que conoce a alguien que ha escuchado ruidos de sables.
Lo que sí es cierto que los golpes de estado no son buenos, ni malos, son simplemente golpes de estado.
El concepto de golpe de Estado (coup d'État) comenzó a ser empleado en Francia en el siglo XVII, para referirse a las medidas violentas y repentinas tomadas por el Rey, sin respetar la legislación ni las normas morales, generalmente para deshacerse de sus enemigos o cuando consideraba que eran necesarias para mantener la seguridad o el bien común.
Desde ese concepto original hasta nuestros días las cosas han cambiado. En 1930 el periodista Curzio Malaparte Falconi plasmó es su libro Tecnica del colpo di Stato, basado en el análisis crítico de las acciones del fascismo y el nazismo, que los golpes de Estado no eran solo una operación ejecutada por integrantes del Estado, sino también por civiles, que mediante la desestabilización a través de acciones sociales, provocan la caída del gobierno.
En Venezuela vivimos en un constante coup d'État, ya que quienes ejercen el poder violan las leyes, las normas morales y hasta se eliminan a los adversarios políticos (a quienes en realidad consideran enemigos), por razones que para ellos y solo para ellos son el bien común: mantenerse en el poder.
En un sistema político democrático, pluralista y alternativo los golpes de estado no son necesarios porque los ciudadanos cuentan con mecanismos para defenderse del gobierno. Pero nuestro sistema dejó de ser democrático, pluralista y alternativo con la llegada al poder de los golpistas de antaño.

Protestar es un derecho

Los ciudadanos tenemos en nuestras manos un poder fáctico que podemos y debemos ejercer, si nos organizamos y actuamos, para contrarrestar esos constantes golpes de Estado desde el poder: la protesta.
La protesta ciudadana es el catalizador de un nuevo movimiento social, indefinido ideológicamente, pero radicalmente político en su esencia, si se entiende esa esencia como la indefensión en que se encuentran los ciudadanos ante el omnipotente poder político.
Y es que en el fondo de la protesta ciudadana late un magma que reconoce, por encima de cualquier otra, como válida y legítima lo que Tomás de Aquino en su Summa Theologiae concebía como “la ordenación de la razón dirigida al bien común”: el imperio de la Ley. Si la ley es ultrajada, hay que restituirla.
Por eso es que resulta difícil entender a quienes están llamados a liderar a esa sociedad, escondidos en falsos artilugios politiqueros o con miedos a decir y a hacer, dejando que sean otros (llámense estudiantes, profesores, periodistas, entre otros) los que marquen la pauta de la protesta.
Si en el año 2000 Alejandro Toledo no hubiese sido firme en las protestas contra el régimen fujimorista, seguramente no hubiera alcanzado el poder y su predecesor, Alberto Fujimori, no se encontraría tras las rejas, acompañado de su esbirro: Vladimiro Montesinos.
Hay políticos que creen que una sociedad combativa sería la muerte de la política y, consecuentemente, la desaparición de los políticos y de su valioso patrimonio: el poder, cuando en realidad es desde esa sociedad que pueden surgir los cambios anhelados y la restitución del verdadero poder soberano.
Llueve… pero escampa

miércoles, 19 de junio de 2013

Emanciparse es el camino a la libertad

Miguel Yilales
@yilales
Desde que somos niños vemos a nuestros padres, no por lo que son sino por lo que creemos que son. En un principio nos corrigen y aceptamos su punto de vista sin protestar, nos regañan y aceptamos, a veces no de tan buen gusto, sus puntos de vista. Luego la relación va a cambiar.
Se sabe que los padres aman a sus hijos y que aspiran lo mejor para ellos, y a pesar de esto el ser humano siempre procura emanciparse. Así hablamos de la emancipación del hombre, de los estados, de la corona española, de nuestros padres.
Se creía que el hombre, entre los 15 y los 18 años, llegaba a ese instante, pero con el transcurrir del tiempo ese momentum ha ido cambiando. 
Tal vez por causas económicas, sociales, culturales o por todas de ellas, se ha ralentizado el proceso en el que un menor de edad deja de depender de sus padres o tutores y, por lo tanto, tardíamente se hace consciente de los derechos y facultades civiles que conlleva la mayoría de edad.
Así como ocurre con las personas, también sucede con algunas sociedades, que tardíamente se dan cuenta de la necesidad de independizarse.

Padres castradores, Estado castrador

Cuando los ciudadanos lejos de emanciparse a través de su participación política terminan convertidos en eternos dependientes del gobierno, que actúa como los padres castradores y en este caso, de manera análoga, como un estado castrador, tenemos que preocuparnos.
En el caso de los padres el problema se suscita cuando estos no entienden que su rol no les da derecho a esterilizar psicológicamente a sus hijos al grado de no permitirles crecer y desarrollarse adecuadamente como personas.
En las sociedades los síntomas son aun peores porque no se trata solo de la castración psicológica sino de la construcción de sociedades de eunucos, que actúen como zombis, esa especie de muertos resucitados por las prácticas vudú y convertidos en esclavos del hechicero que lo devolvió a la vida (cambié muertos por “pobres”, vudú por “de la revolución”, esclavos por “tropas”, hechicero por “líder supremo de la revolución”, vida por “vida política” y me topé con una realidad similar a la de los gigantes que veía Don Quijote).
Esa es la actitud que asumen algunos gobiernos totalitarios, psicológicamente enfermo, de procurar por todos los medios posibles, lícitos e ilícitos, que sus ciudadanos hagan lo que al régimen le da la gana: no acepta oposición; manipula, amenaza o pide compasión, con tal que se actúe de acuerdo a su voluntad; prohíbe la expresión que suponga algo distinto a lo que, en su interés, considera bueno y correcto. Lo que busca, supuestamente, es protegerlos y cuidarlos, pero lo que logra es dejarlos en situación de permanente dependencia.

Volar es libertad

Cuando este tipo de sociedades y gobiernos pretorianos, según la descripción que hiciese Samuel Huntington, llegan al poder, pretenden ser los únicos que tomen decisiones sobre las vidas de los ciudadanos, así es como sustituyen la educación por la imposición, el convencimiento por la gavilla, el libre albedrío por la coacción manu militare.
De ahí se desprende que en vez de enseñar sobre la importancia de la lactancia materna se criminalice el uso de los biberones y las fórmulas lácteas, supuestamente, impuestas por las transnacionales; en vez de estimular el ahorro energético como medida ambiental, se imponen multas o se obliga a las ciudades a vivir en medio de un oscurantismo propio de la edad media, como solución a la incapacidad de generación eléctrica; en vez de propiciar medios de comunicación plurales se busca uniformarlos en una sola voz, bien a través de su programación, de la compra del medio o del chantaje para torcer su línea editorial, como mecanismo para imponer el pensamiento único; en vez de enseñar las bondades del trabajo se convierte en una entelequia que compra voluntades a través de las dádivas.
En suma, la “madre castradora” busca que su vástago pierda la capacidad de volar y se mantenga atado al nido. Una sociedad equilibrada que sustenta, cuida, protege y guía, pero sin considerarse dueña de sus retoños, hace como las águilas, donde el macho y la hembra, emprenden juntos la tarea de enseñar a sus aguiluchos a volar.
Necesitamos construir esa sociedad que opere dentro de un sistema democrático en equilibrio para hacer que verdaderos ciudadanos emancipados alcen el vuelo, pero para ello tenemos que romper las cadenas de este modelo de sociedad pretoriana.
Llueve… pero escampa

miércoles, 12 de junio de 2013

Reglas claras y árbitros honestos

Miguel Yilales
@yilales
Los Juegos Olímpicos Modernos, una justa mundial para reunir las distintas disciplinas deportivas en la que se propiciase la búsqueda de la perfección espiritual por medio del deporte y la higiene, ideados por el barón Pierre de Coubertin, estaban llamados a ser el acontecimiento más popular del planeta. 
En ese momento no se podía prever que esa brillante idea sería destronada en el entusiasmo planetario por un solo deporte: el fútbol.
El balompié es el deporte más extendido del mundo. En la actualidad es practicado por más de 280 millones de habitantes. Es tan multitudinario que en el organismo rector la Fédération Internationale de Football Association, conocida por su acrónimo FIFA, hay 208 asociaciones inscritas, mientras que en la ONU solo hay 193 Estados miembros.
Algunos historiadores han tratado de encontrar sus orígenes en los juegos rudimentarios que aparecen en los murales de Teotihuacán o en los manuales de ejercicios militares correspondientes a la dinastía Han de la antigua China, por los siglos III y II AC, en los que se buscaba lanzar una pelota con los pies hacia una pequeña red.
Si bien es cierto que estos juegos tenían ciertas características que se asemejan al fútbol actual, la realidad es que prácticamente no hay vinculación con el deporte que surgió, en las Islas Británicas, en el siglo XIX.

Reglas claras, juego limpio

Cuando el fútbol de carnaval, una modalidad salvaje y sin reglas de ese deporte empezó a popularizarse, los británicos entendieron que para poder glorificarlo y hacerlo una competencia a escala mundial, debían existir reglamentos claros, es decir, un código para ser seguido por todos.
Cuando se decide participar en una actividad deportiva, social, política lo primero que se hace es conocer las reglas para actuar acorde a ellas. En una sociedad estas reglas son el corpus iuris que seguimos para garantizar la convivencia.
Se actuaría con ingenuidad si se va a un campo de fútbol con reglas de béisbol  A nadie, a menos que sea un “vente-tu” sin reglas (porque hasta las caimaneras las tienen), se le ocurriría participar en un juego de fútbol en el que su rival puede agarrar el balón con las manos para meter los goles o que las faltas solo sean sancionadas a uno de los equipos.
Venezuela durante años fue considerada la cenicienta del torneo de la Confederación Suramericana de Fútbol (Conmebol) para la Copa del Mundo. Nos excusábamos con que los árbitros siempre pitaban en contra, el terreno nunca nos favorecía o que no habíamos tenido tiempo para compenetrarnos. La verdad era que no anotábamos goles y perdíamos.

Para ganar, hay que competir

En el deporte, como en la política lo esencial es que haya un equipo y un director técnico que haga su trabajo: planificar y ejecutar un plan para ganar con las normas establecidas. Y es precisamente ese el dilema en el que se encuentra la oposición política del país: hay equipo, parece que hay director técnico, pero no hay reglas claras.
Cuando los resultados electorales tienden a serle desfavorables al gobierno, su ministerio electoral, el CNE, modifica los circuitos para que con menos electores se pueda tener más representantes, oculta el registro de electores para que no sea público, modifica las auditorías para que no auditen, manipula discrecionalmente el padrón electoral para que voten extranjeros por nacionales, para que no voten los expatriados al no poder actualizar sus datos y voten hasta los muertos, cual zombis electorales, que según una de las custodias de la pulcritud del proceso, no es algo para escandalizarse.
Pero en política no podemos aplicar el sermón de Ethelbert Talbot, durante los Juegos Olímpicos de Londres en 1908, en el que planteó que lo importante no era vencer, sino participar. En política lo importante es llegar al poder, pero como en el fútbol, se requieren reglas claras y árbitros honestos.
En el fútbol y en la política de nada sirve tener un equipo y no jugar, así como tampoco funciona participar sin reglas o con un árbitro mafioso. Debemos exigir un árbitro imparcial que sancione las faltas, que garantice se juegue con las mismas reglas y que no se parcialice por uno de los equipos en liza.
Estamos a tiempo para cambiar lo que haya que cambiar y exigir contundentemente lo que nos corresponde. Los derechos son inalienables y se debe exigir su cumplimiento así nos cueste, como dijera Sir Winston Churchill, “sangre, sudor y lágrimas”.
Llueve… pero escampa

miércoles, 5 de junio de 2013

Amateurs en la política

Miguel Yilales
@yilales
Hablar de política en Venezuela le disputa el primer lugar al beisbol como deporte nacional. No hay reunión social, de trabajo e inclusive familiar en los que no surja el tema. Esto está tan arraigado en nuestros genes, que cualquiera prefiere el remoquete de analista político que el de la profesión por la que bregó en la universidad.
Es que la política es exquisita. El interés por los asuntos de la ciudad, evocando los preceptos griegos, o de los asuntos del príncipe según Maquiavelo, requiere apresto y mucha lectura, pero más que lectura, conocimiento de muchas informaciones y más que apresto, pragmatismo virtuoso en sus aplicaciones. 
En un sistema democrático se puede divergir y enfrentar sin ser considerado enemigo sino adversario. En él se tiene la posibilidad de disentir, oponerse y también de relevar pacíficamente en el poder a quien lo detenta. Esto supone reglas de leal confrontación y la conservación de la posibilidad de entendimiento. 

A lo Jalisco 

La realidad que nos ha tocado vivir en este estiradísimo inicio del siglo XXI, es que los procedimientos no están normados, no hay confrontación leal y la posibilidad de entendimiento es cada vez más remota. 
La disidencia es castigada, ya no con La Rotunda en Caracas, el Castillo El Libertador en Puerto Cabello o las Tres Torres en Barquisimeto, aquellas lúgubres cárceles gomecistas que en su momento describiera dantesca y magistralmente José Rafael Pocaterra en “Memorias de un venezolano de la decadencia”, sino con la caquexia al que son sometidos por parte de un régimen decadente, en realidad atrabiliario, carente de escrúpulos y capaz de cimbrar las voluntades, a como de lugar, de quienes disienten. 
Por esa vía compran medios de comunicaciones televisivos, emporios comunicacionales, bancos, compañías de seguros, hoteles, empresas telefónicas. Todo lo que no logran ganar, lo conquistan y sino lo arrebatan, muy al estilo Jalisco. 
Las universidades no importan, las empresas no importan, las instituciones no importan, solo interesa el poder. 
Pero a pesar de todo el abuso desplegado, todo el dinero dilapidado y todo el capital político desperdiciado, con lo único que no han podido es con la voluntad de verdaderos ciudadanos, capaces de anteponer la virtud por encima de sórdidos, roñosos y miserables vicios y miedos, que van desde la pérdida de una empresa hasta llegar a la pérdida de la dignidad por ganar un cargo público. 

Sabiduría, valor y autocontrol 

En la lógica platónica el ser humano dispone de tres virtudes: la sabiduría para identificar las acciones correctas, saber cuándo y cómo realizarlas; el valor para tomar estas acciones a pesar de las amenazas, y defender sus propios ideales y el autocontrol para interactuar con las demás personas y ante las situaciones más adversas, cuando se está realizando lo que se debe hacer, lograr los fines propios. 
Henri Philippe Benoni Omer Joseph Pétain, luego de ser héroe en la Primera Guerra Mundial se convirtió en la antítesis de la virtud. El mariscal Pétain terminó declarado culpable de realizar actividades de inteligencia con el enemigo y de alta traición, condenado a muerte (conmutada por cadena perpetua), degradado, expulsado de la Academia Francesa y en la indigencia, luego de ser confiscados sus bienes. 
Que un político, que pretendía ser burgomaestre, se excuse de sus deslices alegando haber sido engañado por otro caimán del mismo pozo, lo que demuestra cuan torcidas e invertidas están las virtudes en quienes están llamados a poseer más sabiduría, más valor y mas autocontrol. 
Nadie puede alegar su propia ineptitud, para justificar su ineficiencia y su incapacidad. Que sigan existiendo frases “a mi me engañaron”, “yo no sabía lo que pasaba”, “nadie me dijo que recibir dinero era un soborno”, lo que pone de manifiesto es que, frente a forajidos, aun existen ingenuos jugando al quehacer político. 
Si un político no puede identificar lo que es correcto, cuándo y cómo realizarlo, no es capaz de actuar a pesar de las amenazas defendiendo sus propios ideales y lograr sus objetivos ante la adversidad, es mejor que cambie de oficio. 
El poeta Virgilio Arrieta, en un tema fascinante, planteó lo que sería Venezuela sin estos rábulas politiqueros: una tierra hermosa, de la que nos sentimos orgullosos por el solo hecho de haber nacido en ella, única e irrepetible. Realmente se refiere a Lara, pero como él mismo lo dice: “Lara es una sola, como también mi país.” 
Llueve… pero escampa