miércoles, 29 de julio de 2015

Después de mí… el Diluvio

Miguel Yilales
@yilales
Hablar de política en el país se ha transformado en una experiencia imposible de describir. Hay un sector de la población que si no le das la razón se molesta y si consideras que sus planteamientos están bien argumentados se molestan porque de seguro hay intenciones ocultas. Hacer política en medio de un estado general de sospechas es sumamente difícil y complicado, en especial cuando estamos llamados a construir mayorías.
En los días recientes me topé con un taxista, de esos con título, postgrado y doctorado, que decidió conducir un carro porque, en medio de la bonanza económica, social y política generada por el socialismo del siglo XXI, prefirió dejar los libros, la enseñanza, las disertaciones y las ponencias para dedicarse a algo más productivo como pasar horas en el tráfico, lidiar con los huecos en las vías, la escasez de repuestos y la falta de cauchos.
Resulta que en un recorrido de pocos kilómetros que tardó algunas horas me explicó porque no se iba del país y la diferencia entre ser optimista y tener esperanza (hasta ese momento creía que podrían ser sinónimos). Entre cuento y cuento me expuso que nuestro problema es que vivíamos de la esperanza y que al no alcanzar los objetivos caíamos en una depresión (electoral, social y cultural), y que lo que necesitábamos era ser optimistas porque sin importar cuánto tiempo tardase algo, se tiene la certeza de que las cosas van a ocurrir.

A remar en un sentido

El problema de esta historia es que no aplica a todos los que se autoproclaman como salvadores de los valores democráticos y dicen luchar por tener un país distinto, porque si bien es cierto que las cosas ocurren cuando van a ocurrir, también es verdad que es más fácil llegar a la orilla si todos remamos en un mismo sentido, así pensemos distinto.
Entre esos remeros hay los que en vez de avanzar, retroceden, y llaman radicales a los que piensan distinto a ellos. Están los que aúpan la abstención porque así defienden el voto y llaman colaboracionistas a quienes quieren ejercer su derecho y los que ven en el voto una solución y llaman traidores a los que critican, con razón o sin ella, que no hayan condiciones equitativas, el vulgar ventajismo oficial, las designaciones “dedocráticas” de los candidatos opositores y la falta de observación internacional.
Uno no se imagina a Betancourt, Leoni, Carnevalli, Caldera, Villalba, Pompeyo Márquez o a Ruiz Pineda planteando la depuración de la resistencia para luego salir de Pérez Jiménez. Primero se salió del dictador y luego se dirimieron las diferencias entre los aliados. Ahora parece que a algunos remedos de líderes, dirigentes, cabecillas y opinadores de oficio se les perdió la brújula y, por consiguiente, no saben dónde está el norte político.
Es que cada cierto tiempo aparecen unos personajes que de política saben lo que se puede aprender de astronomía nuclear en una revista de farándula y salen a criticar sin hacer una sola propuesta concreta, para luego decir “yo se los dije”, como que sí el problema del país se circunscribiera al yo lo sabía, yo les dije o yo les alerté.

Que lancen la primera piedra

Todo un egocentrismo, tan criticado en el paladín del desastre del Socialismo del

siglo XXI, pero encomiable si quien lo demuestra es algún personajillo de algún partido político, que no tiene votos, seguidores, amigos, ni familiares, y que solo les permite validarse cuando están frente a un espejo.
Son tan ególatras, que se creen ungidos y si viviesen en las épocas de principio de la era cristiana andarían con una peñona en las manos para lanzársela al primero que se les aparezca porque se sienten puros y libres de pecado frente al pasado reciente, aunque en realidad sean corresponsables por acción u omisión.
Todos tuvimos o tenemos un pariente que fue adeco, copeyano, masista, mepista, urredista y hasta comunista con lo cual debiéramos darnos con la piedra nosotros mismos por haber permitido que se llegase hasta aquí o todos tenemos un familiar, un amigo o un conocido que aún cree que los uniformados son la salvación institucional, con lo cual debiéramos apedrearlos y autoapedrearnos por no haber aprendido nada.
El problema real no está en los errores del pasado, sino en el futuro que debemos construir, muy a pesar de quienes juran y perjuran que después de ellos vendrá el diluvio como si su partido fuese el Arca y ellos la reencarnación de Noé, y olvidan que la historia no terminó con él.

Llueve… pero escampa

sábado, 18 de julio de 2015

Inhabilitados sin aviso y sin protesto


Miguel Yilales
@yilales
En los últimos años vividos en esta maltrecha república pasan tantas cosas y de manera tan vertiginosa, que ya debemos empezar a contarlas con introducciones similares a las de los cuentos infantiles, así lo que vivamos sea una tétrica historia de terror con fantasmas que viven, villanos con mazo, traidores de bando y bando, verdugos judiciales, brujas con verrugas y burros parlantes.
Es que para nadie es un secreto que en estos años la inseguridad, la violencia, el desabastecimiento, la escasez, las tragedias, las mentiras y los engaños nos han convertido en un país que se asemeja a la Transilvania del Conde Drácula o a la ciudad bávara donde Víctor Frankenstein dio vida a su engendro.
Pero no conformes con el karma que nos cayó por tentar a la buena suerte y creer que nada podía ser peor que lo anterior, el régimen que nos desgobierna se ha dedicado con todos sus tentáculos (esos poderes públicos con ventosas) a demostrar por qué y cómo sus decisiones se fundamentan en la doctrina política de Juan Charrasqueado, quien, cuando no ganaba, arrebataba.
Desde hace años el chavismo posee y usa una regla de oro que nunca les falla: todo lo que ellos dicen y hacen es bueno, válido y legítimo; pero todo lo que dicen y hacen los demás es malo, es inapropiado y es ilegítimo”. Llevan diecisiete años actuando de esa manera arbitraria, injusta, ilegal y abusiva.

Corrupto sin vergüenza

Resulta que esta semana el contralor, que antes fue procurador (del gobierno y no de la nación) y antes de eso consultor jurídico de la Asamblea Nacional, le dio por actuar como el agente especial Eliot Ness y perseguir los delitos contra la cosa pública.
Claro está “por ahora”, irresponsable expresión que le gusta a los del régimen, no ha tenido tiempo para investigar cosas tan insignificantes como el desfalco a CADIVI, ni a los que autorizaron oscuros depósitos en paraísos fiscales, ni mucho menos el peculado de uso de los bienes del Estado, sino que puso todo su empeño en conocer sí María Corina comía con los tiques de alimentación o sí Scarano declaró sus bienes cuando estuvo preso. Es que para este “doctor honoris causa summa cum laude” (así dice su currículo y vaya usted a saber cómo es eso) Al Capone, “Lucky” Luciano, Frank Costello o Jhon Gotti eran niños de pecho al lado de estos peligrosos enemigos públicos del chavismomadurismodiosdadismo.
Por supuesto que enseguida apareció esa antítesis de Robin Hood que dirige la Asamblea Nacional, no porque se haya comprobado que sea honesto, sino porque no se le ha visto quitándole a los ricos para dárselo a los pobres, babeado como perro de Pavlov y lleno de gozo por la medida.
Lo extraño es que este paladín de la honradez, según pruebas que circulan en el mundillo militar e imágenes que se han filtrado en las redes sociales, parece que cobra una pensión de retiro que no le corresponde. Sería interesante que el doctor contralor investigase, luego que termine de inhabilitar a todos los candidatos opositores, el porqué alguien con 5 años de servicio, puede cobrar una pensión como sí hubiese trabajado 30 (es en 2017 que sus compañeros llegan a ese tiempo) y si el sueldo se corresponde con el grado de un teniente (con el que se fue) o el de un capitán (que le regaló Nicolás).

Golpista es golpista

Es que desde antes que llegaran al poder esta caterva de felones demostraron que desconocían los significados de la honradez, la integridad, la probidad y la rectitud.
Este es un régimen acostumbrado al golpe de estado y que lo da en todas sus formas. Cuando eran custodios de las armas de la república actuaron como los orangutanes que son para destituir al mandatario legítimamente electo y luego de llegados al poder se han dedicado a defenestrar a los mandatarios locales, diputados y concejales ya no a punta de fusil, sino con un mecanismo aun más perverso: la judicialización de la política o a través del contralor que se convirtió en el Torquemada de la revolución.
Ahora que todas los encuestadores, con excepción del revolucionario, socialista y antiimperialista Schemel, dicen que el descontento es mayoritario y que se puede capitalizar electoralmente, estos asaltantes de camino son capaces de cambiar la Asamblea Nacional por el Parlamento Comunal (con la venia de los rastacueros que administran injusticia) y terminemos pacífica y electoralmente en las comunas pero inhabilitados como ciudadanos sin aviso y sin protesto.

Llueve… pero escampa

viernes, 10 de julio de 2015

Se les acaba el juego

Miguel Yilales
@yilales
Desde hace algunos años vivimos una guerra para apoderarse del trono. Todas las facciones se enfrentan, confrontan y conspiran para hacerse con el poder y someter a los demás. Que se imponga la voluntad del ganador y que todos, rodillas en tierra, entren por el aro. Para eso asesinan, tratan inhumanamente al otro y llegan a la tortura, lo cual nos asemeja más a las intrigas de la serie de HBO “Juego de Tronos” que a una república democrática.
Es que aquí vivimos una sangrienta realidad, cargada de violentas luchas dinásticas desde que un militar felón intentó derrocar al gobernante de turno, para luego llegar al poder y desde ahí desmontar la institucionalidad, la soberanía y la separación de poderes, por cierto fechoría que le fue permitida por quienes debíamos servir de muro de contención: los ciudadanos, los partidos políticos, los tribunales, la Iglesia, los empresarios y los sindicatos, es decir, todos menos los militares porque siempre he creído que su función no es controlar la constitucionalidad y mucho menos ser el “gendarme necesario” de Laureano Vallenilla Lanz.
Y para demostrarlo les comentaré sobre el reino, la realeza y la corte boliburguesa que se incoó en el trono desde 1998, con la única diferencia que carecían de los atributos que deben tener quienes presiden una república o un reino: dignidad, soberanía, magnificencia y grandiosidad.

Un reino de pacotilla

Al momento de asumir la presidencia por la vía electoral, maniobró para hacerse con todo el poder, al extremo que en su agonía pidió que un sumiso y obediente castrocomunista heredara el trono. Una abdicación, al mejor estilo cubano, por eutanasia de Estado.
Pero el heredero, quizás por inmadurez, no quiso quitarles los privilegios a las hijas del muerto viviente, bueno no a todas porque hay una que trataron de retirarle las escoltas y que engulle el mismo pellejo que le venden a los plebeyos en los mercados chavistas, según se desprende de las declaraciones de una de las consortes que tuvo el difunto.
En todo reino hay un médico de cabecera y este no podía ser la excepción. Las leyendas urbanas le atribuían a un loquero haber atendido a todos los presidentes de la IV y parece que en la V también lo contrataron. Al ir preso, luego de ensangrentar el diván, lo reemplazaron con un discípulo, que debió ser alimentado con teteros piches y bilis, si consideramos su resentimiento, odio y animadversión. Es que en su ignorancia entienden que lo de cabecera es por la necesidad de atención en la mollera.
Tenemos hasta consorte real, que por cierto lleva los pantalones familiares (no me refiero a las confesiones de Nicolás, sino al ajuar oficial que denota una falta de glamur según los calificados dictámenes de Carolina Herrera y Titina Penzini), quien junto a hijos, nietos, hermanos, hermanas y primos viven como si hubiesen nacido en cuna de oro y conforman lo que hoy conocemos como la Casa de los Flores, al más puro estilo de los Borbones, los Grimaldi o los Hannover.

Bufones y comparsa

Por supuesto que en este reino no pueden faltar los que se disfrazan, actúan y hacen morisquetas, personajes que creen divertir pero son un hazmerreír: los bufones. Entre ellos destaca uno que se disfraza con casaca militar y usa un garrote de goma para intimidar. Recientemente le diagnosticaron una extraña enfermedad denominada DEArrea, que lo pone de chorros a coliseo, y que solo calma con dosis de Shannon en pastillas, suspensión o en supositorio.
Claro está en este feudo no hay caballeros de armadura, gladiadores o guerreros dispuestos a combatir. Lo que sobra es un regordete cuerpo de baile con estrellas, galones y soles que aplauden al ritmo de unos improvisados cantantes y están prestos para desfilar en el Sambódromo en que convirtieron el Paseo de Los Próceres con una comparsa “revolucionaria, antiimperialista, socialista y profundamente chavista”.
Esto ya no parece un país y se asemeja más a un reino en el que las diferencias, las desigualdades y los contrastes son cada vez más evidentes entre quienes detentan el poder y sus gobernados, que son tratados como súbditos. El problema es que estos reyezuelos del siglo XXI creen, como también lo hacían Luis XVI y María Antonieta, que el poder es eterno y que los ciudadanos, responsables de controlar a sus gobernantes, no van a despertar y reclamar, aunque por los vientos que soplan el capítulo final de nuestro Game of Thrones está a la vuelta de la esquina.

Llueve… pero escampa

jueves, 2 de julio de 2015

No hay vuelta atrás

Miguel Yilales
@yilales
No crean que me he vuelto apocalíptico o que surgieron en mí dotes de quiromancia, adivinación o vaticinio, mucho menos que me crea un oráculo para ponerme a hacer predicciones futurísticas de lo que nos viene y de lo que va a pasar, eso se lo dejo a quienes viven con predicciones que nunca aciertan porque las cartas están marcadas, los astros se mueven de forma retrógrada (actividad que se ha incrementado para responsabilizar de algo a la bóveda celeste) o que el tabaco cubano se ha vuelto pitiyanqui.
Nunca me ha gustado el lenguaje guerrerista del régimen, pero los indicadores nos dicen que la conflagración ya está aquí y que no queda más remedio que enfrentarla porque son preocupantes las noticias diarias desde los diferentes frentes que les dio por abrir para sacrificar a miles de venezolanos, mientras ellos siguen aferrados a las ubres del Estado.
Vivimos en un país donde los connacionales que no encuentran calidad de vida emigran, mientras que al resto solo les queda rogar porque los colectivos violentos, los esbirros uniformados y cuanto exterminador cooperante no lo conviertan en un daño colateral. Ya estamos como los países que hacen campañas para que se adopte a un desahuciado, un perseguido o un refugiado.

Exterminio y desolación

Esta es una guerra que estableció un perenne racionamiento eléctrico para garantizar el control en esos guetos llamados zonas de paz, así a nadie se le ocurre andar deambulando por la ciudad; es un toque de queda en el que los únicos con salvoconducto son los funcionarios con escoltas y guardaespaldas o los que pertenezcan al partido gobernante quienes tienen patente de corso para permanecer en los centros de votación hasta el amanecer, sin ser agredidos, y mucho menos asesinados, por la delincuencia desbordada.
Entre otras señales de las condiciones bélicas que nos ha tocado vivir, ya nadie hace mercado, esa horripilante práctica capitalista que consistía en ir a unos locales suficientemente abastecidos, agarrar un carrito y llenarlo (luego de escoger entre diferentes marcas y calidades de productos). Además ahora los venezolanos no levantan la mirada, no porque se deleiten con el caminar de sus mujeres, sino para cumplir una importante labor en el conflicto armado: el espionaje, porque es mandatorio escudriñar las bolsas de mercado, so pena de ser acusado de traidor familiar si no lo hace, bueno lo de las bolsas es sí aun las consigue, porque en esta economía en crisis desertaron y las han reemplazado por cajas de cartón.
A falta de campos de concentración, al estilo gulag soviético que a los ñangaras les gustan más que los nazis, decidieron construir una cárcel de 916 mil kilómetros cuadrados, en el que los ciudadanos no podemos salir por las restricciones para adquirir divisas y porque escasean los vuelos ya que le debemos a las aerolíneas hasta la forma de volar.
Lo lamentable es que esta guerra imaginaria no es contra un enemigo externo y mucho menos para defender la integridad territorial, sino que está orientada a acabar con la disidencia política, porque para el régimen madurista la oposición es un hostil contrario al que deben exterminar.

Régimen sobremadurado

Por su parte la oposición, con esa chorrera de generales sin tropa, almirantes que llevan las naves al garete y pilotos que no saben a dónde van, debiera preocuparse por exigir que se cumplan las reglas (en las guerras también las hay), para que después no digan que quedaron subcampeones por el ventajismo y la manipulación de quienes detentan el verdadero poder de fuego, y que están dispuesto a usarlo como sí fuesen la reencarnación de Nerón, en el siglo XXI.
Ya la sobremadurez ha llegado a límites de podredumbre, descomposición, fermentación y hedor, es el momento de darlo todo para desalojar del poder a quienes nunca les ha interesado el país, se han arrodillado a potencias extranjeras y apostado por la destrucción de los venezolanos.
Por supuesto que, ante un conflicto de esta dimensiones, “la resistencia” debiera dejar de lado su apetencia personal para mantener el status quo y estar dispuesta a empuñar los tanques, los aviones, los cañones, las bazucas, las granadas, las ametralladoras, los rifles, las escopetas y hasta las pistolas de agua, que en nuestro caso, son las protestas en la calle y la masiva participación en las elecciones parlamentarias, con reglas claras, observación internacional y la firme disposición para defender la victoria.

Llueve… pero escampa