sábado, 25 de febrero de 2017

El Carnaval más largo (y malo) de la historia

Por Miguel Yilales
@yilales
Las Carnestolendas son unas festividades alegres, divertidas y que llaman a la lujuria. Son de esas fiestas que se adataron del paganismo para asociarlas con la religiosidad. Por eso precede al tiempo litúrgico del calendario cristiano destinado al recogimiento, la abstinencia y el ayuno que prepara a los cristianos para la evocación de la pasión y muerte de Jesucristo.
Ocurren cuarenta días antes del primer plenilunio de primavera (una mezcolanza entre el calendario lunar y el solar) por varias referencias bíblicas: la prueba de Jesús al permanecer durante 40 días en el desierto, los 40 días que duró el diluvio, los 40 años de la marcha del pueblo israelita por el desierto y los 400 años que duró la estancia de los judíos en Egipto. Es decir el Carnaval es referencia para la cultura Occidental de manera muy particular.
Aunque se vista de seda...
Muchas ciudades del mundo, esas que conservan las tradiciones, los disfraces y las comparsas, se preparan año tras año y durante 365 días, para celebrarlo por todo lo alto porque su turismo y su economía dependen de esos cuatro días de danzas, músicas, desfiles, excesos, exuberantes trajes, máscaras coloridas y disfraces llamativos. Lo que no nos imaginamos es que, desde que el chavismo llegó al poder tanto en su versión originaria como en su misérrima repetición, viviríamos en un eterno y depreciado carnaval que, por lo dramático, nos hace llorar y no precisamente de la risa. Ha sido una larga mascarada de semanas, meses, años, lustros y décadas revolucionarias.
Carnaval devaluado
El Sambódromo de Los Próceres
Los desfiles en el Sambódromo del Fuerte Tiuna han estado a la orden del día y se organizan para festejar a cuatreros, asaltantes, forajidos y bandidos; los matrimonios, bautizos y ceremonias de chavistas se tornan en bacanales en el beber (no liban ni degustan por ignaros etílicos) y en el engullir (solo tragan) fastuosos banquetes que contrastan con quienes deben hurgar en basureros o lanzarse al rio Guaire para “pescar algo” que les permita llevar el pan a sus casas y vemos exuberantes y cantinfléricos trajes que se embuten desde militares, que lejos de aparentar marcialidad parecen emergidos de una comparsa rocambolesca con condecoraciones guindadas (representativas de su conducta) sin una hazaña castrenses que demostrar, hasta un reyezuelo que decidió decretar, para ocultar su cuestionada venezolanidad, el liquilique como su disfraz oficial.
Un esquiador que nunca vio la nieve
Y, por supuesto, no han faltado las descoloridas máscaras (por el abuso en el uso) que han servido para ocultar a déspotas y autócratas como demócratas; a choros, malandros y delincuentes como magistrados del TSJ, rectoras del CNE o incondicionales ministros; a narcotraficantes y terroristas que se transmutan en desplumados diputados, floridos empresarios o hábiles testaferros y hasta mamarrachos, capaces de generar incidentes internacionales, cuando se truecan en supuestos atletas con dudoso financiamiento que solo han visto la nieve, en que supuestamente competirán, en imágenes.
Por sí fuese poco nuestro maduro momo danza sobre los cadáveres que a diario ingresan a la morgue, hace chistes sobre los muertos por inanición mientras se vanagloria de que su descomunal y nada voluptuosa estampa está “kilua” o coge a mamadera de gallo que la gente fenezca por desconocer la diferencia entre la yuca dulce y la amarga como que si un patiquín citadino, de Cúcuta o de Los Chaguaramos y que nunca se ha llenado las uñas de tierra, pueda aleccionar sobre las diferencias entre ellas.
Socialista y patética mascarada
Mientras en Río de Janeiro, Santa Cruz de Tenerife, Barranquilla, Venecia y Nueva Orleans los carnavales relatan alegrías, el de aquí (porque ha sido continuado, permanente y en el que solo una vez hemos cambiado al mofletudo emperador) ha sido un suplicio, un martirio y una tortura gestada, erigida y desarrollada como la gran desgracia socialista del siglo XXI.
Una suprema y eterna burla a nuestras desgracias
Pocos países en el orbe han caído a tales niveles de patetismo como el nuestro. En Venezuela la podredumbre moral y la putrefacción ética de la flor (marchita) y nata (piche) gobernante no tienen parangón. Vivimos en una especie de barbarie donde se desechó el pacto social e impera la guerra de todos contra todos (como lo señalase Tomas Hobbes) lo que nos convierte en una muchedumbre, que solo se burla de sus propias desgracias, que no lucha por hacer valer sus derechos y que padece el más largo (y malo) Carnaval de la historia.

Llueve… pero escampa

domingo, 19 de febrero de 2017

Con el rancho ardiendo

Por Miguel Yilales
@yilales
Luego de las expectativas creadas porque un tribunal neoyorquino enjuició por narcotraficantes a los combatientes sobrinos de la patria era inimaginable que algo o alguien lo superaría, en especial por la manipulación de los hilos del poder, la geopolítica de comprar solidaridades con petróleo barato y la indiferencia mostrada por sus cómplices que siempre le rindieron frutos a la mafia gobernante.

Ni el affaire de Antonini Wilson y su maletín para los Kirchner; las intimidades entre el cártel de los Soles y el de los árabes que revelara Walid Makled; los juicios políticos amañados, que hicieron jueces y fiscales, por manipulaciones y presiones de Miraflores; las violaciones de derechos humanos a todos los venezolanos y los megaguisos del Plan Bolívar 2000, Mercal, Pudreval y Odebrecht evidenciaron nuestra desgracia como que el segundo funcionario del país (aun faltan otros) fuese señalado, como era vox populi entre nosotros, de terrorista y narcotraficante.
En un principio la designación de Tareck El Alssaimi fue asumida como una rutilante victoria del ala radical del chavismo que venía a someter a los grupos disidentes y a encarcelar, sin las formalidades de un juicio, a los que alzasen la voz en contra del régimen tiránico que ejerce el poder en el país, aunque en solo meses el verdugo pasó, de regentar el cadalso, a colocar su cabeza en la guillotina como en el pasado le ocurriese, salvando las distancias morales, culturales y académicas, a Robespierre.
Ni a Donald ni a Mickey
Cuando el Departamento del Tesoro de Estados Unidos develó que había congelado las cuentas e incluido en sus listas de los más buscados al sirio vicepresidente venezolano (un disparate tener a un presidente de dudosa nacionalidad y a un vicepresidente con doble nacionalidad) nadie se sorprendió por la confidencia ni quedó sobrecogido por la noticia, ya que desde que el chavismo llegó al poder han proliferado los nuevos ricos que claman por el socialismo pero les encantan los lujos y las ropas costosas; que exigen sacrificio a la juventud mientras envían a sus hijos a las más selectas universidades del mundo financiados con los recursos estafados al Estado y que terminaron manejando consorcios comunicacionales, flotas de tanqueros, importadoras de comida y jugosos guisos de la construcción.
Es que quienes estaban llamados a ser modelos a seguir solo se dedicaron a descollar en el chanchullo, la macolla, el delito, la extorsión y cualquier antivalor propio de unas rémoras que desde su génesis solo aspiraron a destruir la venezolanidad y erigirse como una cofradía perversa para amasar vulgares, prosaicas y mal habidas fortunas producto del lavado de dinero, del narcotráfico y de la trapacería que les permitiese pasear por parques de diversiones, campos de golf y hoteles lujosos con su gorrita de Donald y Mickey (que no usarán por culpa de Trump y Pence).
Desobediencia victoriosa
Sí la semana no hubiese terminado con la valerosa demostración de audacia, irreverencia y desobediencia de los estudiantes de la Primigenia Universidad del país, quienes (sin presupuesto, con conteo manual y el apoyo cauteloso de unos avestruces) decidieron elegir a sus representantes a pesar de la írrita suspensión de las elecciones de gobierno y cogobierno por parte de los magistrados exprés del torcido tribunal supremo, era como para agarrar el primer vuelo y buscar una sociedad que nos adoptase mientras se fingía amnesia.
Los gremios, las asociaciones, las federaciones deportivas, los partidos políticos, los sindicatos, las autoridades universitarias, entre otros, debieran dejarse de melindres y seguir el ejemplo de los estudiantes, realizar sus procesos electorales internos y proclamar a los vencedores, porque así se cumpla y obedezca todo el desiderátum que le dé la gana al régimen, al final este desconocerá los resultados, los declarará en desacato, los intervendrá y nombrará írritas (en la designación y en el desempeño) directivas paralelas y, como toda tiranía, no reconocerá ni aceptará a los ganadores como interlocutores válidos.
En esta ultrajada Venezuela es normal despertarse con una sensación de abandono y profunda desesperanza por culpa de unos dictadorzuelos expertos en maldad así que debemos alegrarnos por esa bocanada de esperanza de que alguien, con acciones políticas, pudo demostrar que el heredero del cadáver insepulto está con el rancho ardiendo, sin bomberos y sin agua.

Llueve…pero escampa

domingo, 12 de febrero de 2017

El doctor Maduro y míster Nicolás

Por Miguel Yilales
@yilales
La dualidad que puede sentir un hombre en su ser interior y la dicotomía entre el bien y del mal, mezclados en una misma historia, fue lo que inspiró al escritor Robert Louis Stevenson para describirnos, en una lacerante crítica al período victoriano, como en los seres humanos siempre confluyen y están en conflicto el bien y el mal; la respetabilidad externa y la lujuria interna; la honestidad personal y la desfachatez social.
Pareciera que la pócima secreta, de la que hablaba Stevenson en “El extraño caso del doctor Jekyll y míster Hyde”, que logra transformar al más vil personaje en un tierno cordero o a un culto doctor en el mayor asesino, ya fue empleada por algunos protagonistas de la política venezolana que, como Jekyll, han sido capaces de separarse de algún vestigio de humanidad (aunque desde hace tiempo sabíamos que no la poseían) para mostrar el lado más maléfico de su esencia (que han manifestado desde 1992) y convertirse en diestros misántropos especializados en las más brutales atrocidades.
Si bien es cierto que entre la ficción literaria y la realidad hay mucho trecho, pareciera que, en los momentos que vivimos, las distancias se han acortado: las comunicaciones instantáneas, los teléfonos móviles, las videoconferencias o los vehículos que no requieren combustibles fósiles eran quimeras propias de la ficción, de los guiones cinematográficos o de las travesuras radiales pero hoy a nadie le extrañan ni les son ajenos.
Cachorros domesticados
De lo que no hay evidencias es que hayan inventado, por lo menos que se sepa, la fórmula que transformaba a Jekyll en Hyde o viceversa, aunque pareciera que a un personajillo de la política venezolana le inocularon, le inyectaron o le dieron a aspirar algún polvo (sin insinuaciones a los florecientes negocios familiares nacidos en revolución) que lo transformó en fútil cervatillo.
Fíjense que desde que Donald Trump ganase las elecciones, y especialmente luego de que asumiera el poder, se acabo la majadería de andar exigiendo alguna derogatoria (el único revocatorio que le gusta) de la orden ejecutiva que catalogaba como una amenaza a unos despreciables políticos y militares chavistas por sus vinculaciones con el terrorismo y el narcotráfico internacional y por violadores de los Derechos Humanos de los venezolanos; no han protestado por el agresivo plan para dejar de depender de inestables mercados petroleros (como el nuestro) ni por las discriminatorias políticas de inmigración que solo han sido refutadas por los propios norteamericanos y por un sistema judicial (independiente) que lo frenó.
Es que para los venezolanos ya era normal saberlo arrastrado y que consultaba todo con el régimen esclavista y bestial que subyuga a la mayor de las Antillas pero eso de ver a un comecandela, revolucionario, socialista, antiimperialista, zamorista y profundamente chavista mostrándose obediente, sumiso, manejable y disciplinado, cual cría canina con el rabo entre las piernas y en búsqueda de unas palmaditas de aprobación de Mr. President Trump, es como demasiado. Tanto que hablaba de los cachorros del imperio para terminar transmutado en uno de ellos.
Remedos de espantapájaros
La realidad es que estamos ante unos déspotas que en la política interna amenazan a la oposición pero en las relaciones exteriores no profieren una palabra altisonante contra el sucesor de Barack (como sí lo hicieron con Clinton, Bush y con el propio Obama); habitamos con unos sanguinarios que aspiran a una escaramuza que devenga en una mortandad de venezolanos que les permita perpetuarse en el poder pero que tiemblan al oír hablar de marines, fusiles, misiles, tanques y cañones gringos así estén en el lejano Oriente; coexistimos con unos tiranuelos y dictadorzuelos que se disfrazan de demócratas pero que no participarían en una elección de la junta de condominio de un edificio de la Gran Misión Vivienda Venezuela para no quedar después de la ambulancia.
Estos remedos de espantapájaros que solo han mostrado su lado más oscuro y perverso porque están embriagados de poder pero que pueden ser derrotados con la presión de la calle y obligados a volver a su esencia natural ya que son unos bravucones que al final actúan según las enseñanzas de su comediante supremo y eterno: se espantan al primer fogonazo, huyen hacia adelante y se rinden sin pelear como admirablemente y sin tapujos lo han hecho el doctor Maduro y míster Nicolás.

Llueve… pero escampa

domingo, 5 de febrero de 2017

No son tiempos electorales

Por Miguel Yilales
@yilales
Desde el año pasado, el régimen de Nicolás Maduro y sus cómplices, se han dedicado a la tarea de demostrar las razones por las que se hace inviable gastar tiempo y dinero en ese vicio pequeño burgués de pretender la solución de nuestros problemas mediante la vía electoral e imponernos la idea (acorde a su autoritarismo militarista nadie puede pensar) que la única salida viable es que dejemos en el poder a los responsables de estos lodos. Se sienten imprescindibles y que eso les da la autoridad para mantenerse en el poder así roben, asalten, trafiquen con narcóticos, contrabandeen, manipulen y extorsionen.
Por ello no extraña que una revolución de quincallería haya celebrado y conmemorado dos hechos que avergonzarían a cualquiera: el bicentenario del nacimiento de un cuatrero, delincuente y violador de menores y la gesta de un militar felón, cobarde, misógino, mentiroso y narcisista cuya mayor ejecutoria fueron las efusiones ventrales al primer disparo.
Un proceso político que tuvo su génesis en la traición a los juramentos de defender la constitución, las instituciones y, por ende, a la república; involucrar, mediante engaños, a unos imberbes soldados en un intento de golpe de Estado; en el asesinato de venezolanos; en el intento de magnicidio presidencial y en la tentativa de eliminación física de su familia solo puede verse personificada por la fechoría y el delito que representan un forajido del Siglo XIX y un sátrapa del Siglo XXI.
El mejor sistema electoral
Mientras la plaga gobernante pudo valerse de la democracia les dio por someternos a constantes procesos electorales: lloviese, tronase o relampaguease; con vaguada, muertos y tragedias; con insurrecciones populares o sin ellas; con candidatos opositores o con llamados a la abstención; con mediocres candidatos “opositores” salidos de las mismas filas gobierneras o con anodinos candidatos surgidos de las filas opositoras.
Ahora que los vientos les resultan adversos, que el rechazo a las tropelías revolucionarias son evidentes, que la propaganda chavista no puede ocultar la desastrosa realidad, que se les pierden helicópteros pero solo se preocupan por convertir al Paseo de Los Proceres en una especie de Sambódromo criollo con carrozas, comparsas y fantoches disfrazados de héroes y que empiezan a aparecer, desperdigados por el mundo, ex furibundos revolucionarios que se autocatalogan de perseguidos políticos, les da por demostrar que ese exceso de participación política, sustentada en el “mejor sistema electoral”, era un ramplón engaño.
Tan es así que el referéndum fue obstaculizado, por el propio ministerio de elecciones, al extremo de hacerlo inviable; las elecciones de gobernadores, que debieron ser en diciembre del año pasado, no tiene fecha de realización y las de alcaldes, que corresponden este año, menos aún, la excusa es que hay otras prioridades antes que perder el tiempo y el presupuesto con sufragios innecesarios, ya que para cubrir las vacantes pueden prorrogar en los cargos a los más cicateros chavistas o designar a dedo a cualquiera con prontuario (han reemplazado a ocho gobernadores, sin aviso y sin protesto).
Política en serio y seria
Se ha insistido que las dictaduras modernas, es decir, las tiranías con ropajes de legalidad, usan a la democracia según su conveniencia: se amparan en las leyes que manipulan; hacen elecciones si creen que los resultados no les van a ser adversos y respetan las reglas, los lapsos y las normas cuando les da la gana hacerlo.
Los valores éticos que hacen a la democracia deseable son contrapuestos a la cárcel injusta, a la persecución política, a la segregación por pensar distinto, a la intolerancia ante el disenso, al quebrantamiento y manipulación de la ley, a la perpetuación en el poder de los mismos bodoques y al enriquecimiento de unas pústulas que se creen herederos de las glorias libertarias, a tal extremo que un abyecto general chavista se le ocurrió proponer que se considerase a su medroso líder como el libertador del Siglo XXI y II padre de la patria (minúsculas obligadas).
En verdad no son simples tiempos electorales sino tiempos de que quienes asumieron la conducción opositora hagan política seria y en serio para obligar a la tiranía (lo demás son cuentos) a cumplir las reglas del juego y que permitan contarnos en un ambiente de libertad, igualdad, civilidad, justicia, pluralismo, tolerancia, legitimidad, legalidad y respeto.

Llueve… pero escampa