Miguel Yilales
@yilales
Hace algún tiempo un pueblo fanático, de la
mano de su líder supremo y eterno, implementó un mecanismo para garantizar la
supervivencia de los más aptos, en una especie de manipulación de la selección
natural de Darwin en el área social. Es así como los nazis, no me refería a
fanáticos más modernos, implementaron el darwinismo social.
Por esa vía se justificaron todos los
programas de exterminio que involucraban la eutanasia involuntaria, la
esterilización forzada, la eugenesia y la experimentación humana, todos enmascarados
en falsas ideas sobre la dignidad humana.
Platón, Pico della Mirandola y Kant habían
planteado que la dignidad se explicaba en buena medida por la autonomía propia
del ser humano, pues sólo él que sabe y puede gobernarse a sí mismo, que según
un principio racional, lo hace dueño de sus acciones y en consecuencia, libre.
Es por ello que los esclavos no eran
personas humanas, sino objetos, al igual que los judíos, gitanos y homosexuales
durante el nazismo, grupos que encajarían perfectamente con epítetos como
escuálidos, pitiyanquis, traidores a la revolución, apátridas en la época
actual. En la historia de la humanidad sobran ejemplos en los que se niega la
dignidad humana para justificar los atentados contra ella.
Como
ganado al matadero
La vida humana, dependiendo de cómo se
viva, y de nuestra manera de relacionarnos con el mundo, puede ser una sucesión
de experiencias hermosas, nutritivas y significativas que nos permitan alcanzar
plenitud y paz. También es posible, sin embargo, que esas experiencias resulten
frustrantes, dolorosas y desalentadoras.
En las últimas semanas y en especial en
este inicio de 2014, que se ha mostrado particularmente lento, hemos visto como
los venezolanos han empezado a perder esa noción de dignidad.
Las largas e interminables colas frente a
abastos, automercados, mercales y supermercados para comprar lo que se pueda
conseguir es muestra de ello.
Hay quienes se aventuran a la suerte de
hacer la fila, no para buscar algo que necesiten, sino para ver que van a
encontrar en los anaqueles medio vacios o vacíos y que según oficialistas
optimistas están medio llenos o esperando los productos que se han agotado por
la bonanza que se ha incrementado desde que ellos llegaron al poder hace 15
años.
Tan grave está lo de la dignidad, que
cuales vacas de un establo, los dueños de los comercios han empezado a herrar a
sus clientes, para saber cuales les pertenecen y el orden en que van a entrar al
potrero a comprar, con lo cual estos mamíferos celebran contentos porque les ha
tocado en suerte un número y una esperanza para llevar comida a su hogar.
A lo largo y ancho del territorio nacional se
repiten a diario estas escenas y nadie reclama. La pasividad nos ha arrastrado
a creer que es mejor callar que alzar la voz y que mientras cumplamos silenciosamente
viviremos, aunque en realidad estemos muertos en vida.
Con
el alma enferma
En 1965 Martin Seligman y Steven Maier, explicaron
el fenómeno que ocurre cuando una sociedad siente que es imposible el logro, que
no hay nada que hacer, ni ahora, ni nunca, que es preferible una resignación
forzada y el abandono de la ambición y del sueño y la llamaron “desesperanza
aprendida”, una especie de resignación colectiva en el que no se puede hacer
nada porque todo está hecho.
En términos generales, esa desesperanza es
considerada un pesar, una enfermedad, una maldición limitante. Nietzsche decía
que la desesperanza era “la enfermedad del alma moderna”, porque era un estado
en el que se veían debilitados o extinguidos, el amor, la confianza, el
entusiasmo, la alegría y la fe.
Cuando nos conformamos con frases como “Dios
lo ha querido así”, “el destino así lo ha decidido”, “es así y punto” o “para
qué esforzarme si no puedo hacer nada para cambiarlo”, estamos frente a la pérdida
de motivación, una renuncia a la esperanza por alcanzar sueños y metas y
finalmente un abandono a toda movilización para lograr que las cosas cambien.
En la política y en la guerra se usan
estrategias para generar la desmoralización y evitar iniciativas contra los
abusos de poder. Los regímenes totalitarios, así parezcan democráticos, abusan
de ello porque saben que en esa condición se pierde la dignidad y la voluntad.
En estos momentos se requiere que exista
una llama que se niegue a resignarse y luche por insuflar vientos de dignidad
que se transformen en tempestad, para saber lo que es indignarse.
Llueve… pero escampa
Para muestra, un botón caribeño: Cuba...
ResponderEliminarAsimismo es mi querida profesora, se acostumbraron a vivir así
EliminarExcelente. Ya antes había leído sobre la desesperanza aprendida y es muy preocupante que mucha gente la sufra y ni siquiera se ha dado cuenta.
ResponderEliminarlo lamentable es que todo un país esté sumido en ese estado y creamos que no es necesario hacer nada sino esperar
Eliminar