Miguel Yilales
@yilales
La represión, venga de donde venga, es
opuesta a los conceptos de libertad y tolerancia y cuando la ejerce el poder
político, con la pretensión de castigar con violencia el disenso, supone la
negación de los derechos civiles y la libertad política.
A lo largo de la historia soviética,
millones de personas se convirtieron en víctimas de la represión política de la
Unión Soviética, un instrumento de política interna desde los primeros días
posteriores a la Revolución de Octubre hasta que el camarada Gorbachov, le dio
por desconocer un referendo que abogaba por la continuidad de la confederación
y firmó el Tratado de Belovesh que la disolvió.
Igual ocurrió durante el régimen franquista
que desde la Guerra Civil Española, aplicó lo que se conoció como el terror
blanco, donde reprimir y violar derechos era un solo asunto, esto incluía los
ajusticiamientos "legales" en cumplimiento de sentencias dictadas por
tribunales militares durante el periodo de la guerra civil; los asesinatos
ilegales practicados al margen de las autoridades militares, pero con el pleno
conocimiento de que se estaban llevando a cabo; el encarcelamiento y cualquier
pena de privación de libertad y las desapariciones forzosas.
La
hipocresía de la izquierda
Las protestas estudiantiles siempre han
generado apoyos sociales, a menos que se mida con el rasero de la izquierda
latinoamericana.
Que unos estudiantes alcen su voz y luchen
por el derecho a la educación gratuita en Chile es plausible porque lo hacen
contra un régimen explotador fascista de derecha que limita un derecho
universal, pero que esos estudiantes alcen su voz, contra el abuso de poder, la
delincuencia desbordada, el derecho a la vida, el desabastecimiento y la
represión policial y paramilitar, es duramente cuestionada porque esos
estudiantes siguen un guión de los gringos para derrocar un gobierno legítimo y
esa actitud debe ser cuestionada por fascista y terroristas. Con ello queda
demostrado que el fascismo siempre provendrá de la acera contraria a los
intereses una izquierda vetusta.
Cuando un régimen político que dice
gobernar, no importa si es por mampuesto, le da por contener, refrenar o
moderar el comportamiento irreverente de la juventud, y una vez producido,
castigarla, aparece el mayor de los peligros para la convivencia social como lo
es la represión al futuro de un país.
No importa si el abuso proviene de la
derecha o de la izquierda, es funesto para el Estado que lo genera, porque a
fin de cuentas termina en la ignominia del olvido al que la sociedad lo relega,
llámese soviética, franquista o chavista.
Cuando unos dirigentes de poca monta, así
los llamó el propio comandante subalterno, les dio por llamar a la protesta en
la calle, la respuesta gubernamental fue abrir la Caja de Pandora de la
coacción, la opresión y el castigo.
A
Dios rogando, pero…
En esta semana hemos visto asesinatos, muertes
selectivas, protestas estudiantiles salvajemente reprimidas, violaciones a la
dignidad, canales de televisión censurados por instrucciones expresas del
propio Nicolás Maduro a través de Conatel o autocensurados por miedo a las
sanciones, con prensa que no imprime porque no tienen papel por falta de
divisas. Hemos vivido un Estado que abusa sin guardar las formas.
Abusos a los que no podemos dejar de
incluir el uso de bombas lacrimógenas que son armas químicas prohibidas por
nuestra carta magna, con manoplas de esas que usaban los gánsteres para
doblegar a los rivales, con juicios sumarios cohonestados en la conchupancia,
esa especie de liga vituperable de la injusticia, que forman el Ministerio Público,
la Defensoría del Pueblo y los Tribunales plegados a los designios de
Miraflores, que a su vez obedecen a quien gobierna en lo que Colón describiese
como “la tierra más hermosa que ojos humanos hayan visto jamás”.
Si al gobierno no le gustan las protestas,
que son un derecho humano y constitucional, tiene vías para actuar, continuar
reprimiendo, suspender las garantías o rectificar, ya ha demostrado que no es
capaz de corregir, entonces que se quite la careta y asuma lo que de facto es:
un régimen, a lo castrista, que odia las libertades.
Mientras tanto, a la sociedad le queda la
resistencia, ya Santo Tomás de Aquino lo afirmó en su obra Summa Theologiae, que ante el abuso de los gobernantes, a los
gobernados les queda el derecho a la rebelión, para evitar que continúe el abuso,
la tortura y la represión.
Llueve… pero escampa
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