Miguel Yilales
@yilales
Camuflado como un libro de viajes por países pintorescos, lo
cual hace que aun hoy sea considerada, erróneamente, una obra infantil, es en
realidad una sátira política, que Jonathan Swift escribió para criticar a la
sociedad de la época y la condición humana. Hablar de “Los viajes de Gulliver”
es hablar de política y no de cuentos para niños.
En estos viajes el capitán Lemuel Gulliver, quien siempre
termina relacionado con el poder y con quienes lo ejercen, se encuentra en
situaciones paradójicas: es un gigante entre enanos, un enano entre gigantes y
un ser humano en una tierra poblada por caballos sabios que son más humanos que
los propios humanos.
En Venezuela dialogar de esta sátira con algunos de los que
ejercen el poder es hablarle de los cuentos que oyeron en su niñez y no de la
política, lo que da cuenta de lo poco preparados que están para la misión que
decidieron afrontar.
Lo más lamentable es que desconocen todos los estudios
relacionados con la política desde la antigüedad hasta nuestros días, incluidos
todos los teóricos que han pensado, escrito y analizado el tema.
Es más que intuición
Es así que mencionar a Aristóteles, Platón, Cicerón, Maquiavelo,
Hobbes o Rousseau, es exponerse a que te vean con una mirada de desprecio por
semejante afrenta, como sí de referir a sus progenitoras fuese.
Peor aún si se trata de explicarles los pensamientos que proponen
Bobbio, Habermas, Walser o Rawls o las reglas de la economía que van desde Adam
Smith, pasando por Marx hasta llegar a Amartya Zen, solo por nombrar a algunos,
es como si se les hablase en chino, ruso, alemán, arameo, latín y griego entremezclados.
Pero en nuestro país si se ha escrito sobre
política. Juan Germán Roscio, que solo los académicos nombran, logró construir
un sistema de gobierno que combinaba los conceptos del republicanismo con el
cristianismo, impensable en el siglo XIX, como lo estableció nuestra primera
constitución.
Otros más recientes también escribieron, hicieron doctrina y
crearon sistemas políticos. Amados u odiados, Rómulo Betancourt, Gustavo
Machado, Teodoro Petkoff, entre otros, leyeron sobre política y dejaron un
legajo de obra sobre la materia.
Algunos como Eduardo Fernández o Claudio Fermín creyeron que
había manera de prepararse para gobernar, pero no los dejamos; otros juraron que
lo importante era el olfato, sentir crecer la grama, saber lo que va a pasar
antes que pase… y ahí se le salió una rueda a la carreta, que nos llevó a la
prepolítica quintorepublicana que subyace en este gobierno.
Que el hombre use la intuición para dirimir sus asuntos es
algo más propio de la prehistoria que de nuestros tiempos, ya que para saber si
va a llover no nos basamos en el dolor de las articulaciones, sino que, a
través de procesos científicos, se predice cuándo, cómo y dónde va a precipitar
del cielo. Así pasa también en la política.
No es cuento, es una realidad
Estas son las premisas de los electores cada vez que están
frente a los procesos eleccionarios venezolanos. Es escoger entre unos con
ambición de poder, que desconocen al otro, que piensan que solo ellos existen
por lo que deben permanecer en el poder por siempre y otros que creen en la
alternancia en el ejercicio del gobierno y aspiran llegar al poder, por cierto
una de las características de esa mala forma de gobierno que es la democracia con
la excepción de las otras formas de gobierno que son peores, según lo expresase
Winston Churchill.
Ante las disyuntivas de ir o no a votar, indiscutiblemente
que se debe escoger por ejercer los derechos; sí hacerlo entre un Neanderthal
de los que pululan en el desgobierno o un Cromagnon de los que abundan en la
oposición no es el quid del asunto, lo importante es saber que estamos frente a
un gobierno que se cree Gulliver, que por su descomunal tamaño es capaz de manipular
para comprar votos, pero que algún momento adormilado, será sometido por
millones de ciudadanos.
Hace algún tiempo un supuesto gigante que oprimía al pueblo,
mantuvo por muchos años presos a un líder, que al salir libre unificó al pueblo
y derrotó al monstruoso ser, con lo cual demostró que la fuerza la tenían los millones
de liliputienses, que convirtieron al opresor en lo que era: un enano que se
creía gigante o un gigante que era un enano. Es la historia que protagonizó Nelson
Mandela y un pueblo contra el Apartheid. Esta también podría ser la nuestra.
Llueve… pero escampa
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