Miguel Yilales
@yilales
Hace mucho tiempo, una de las primeras lecciones que se
aprendían en la escuela era la convivencia. Para ello las maestras colocaban en
las carteleras de los salones unas pautas que se debían cumplir para poder
entenderse, eran las normas del buen oyente y del buen hablante.
Esas eran condición sine
qua non para los debates en el aula, para las conversaciones en la casa,
para el parloteo diario.
Se enseñaba en la escuela, pero los primeros pasos en ese
sentido venían del hogar. A nadie se le ocurría interrumpir a sus padres para
intervenir en una conversación de adultos, menos usar lenguaje destemplado o
hacerlo con gritos estentóreos para imponer una idea.
Claro uno podría entender que quienes han dirigido los
destinos del país en los últimos 15 años, no se ajustasen a la norma por varias
razones. El primero porque era muy dado al trato cuartelario del “yo ordeno, tu
obedeces” y el segundo porque no haya tenido educación formal (revelado por él
mismo) o porque le haya faltado educación de hogar, por esa corredera de aquí
para allá en esos huracanes conspirativos (confesión hecha sin necesidad de
tortura).
¿Conciliar de
rodillas?
Durante 12 años en el poder Joseph Goebbels, una especie de
Andrés Izarra (por lo manipulador nunca por la capacidad intelectual del
germano), se dedicó a montar matrices de opinión donde había que exterminar a
todo el que no pensara como ellos;
Hermann Göring junto a Heinrich Himmler y Ernst Römh quienes
comandaban las fuerzas militares y los colectivos armados y violentos alemanes,
lo que en nuestros días pudiesen ser Miguel Rodríguez Torres, Diosdado Cabello o Vladimir
Padrino por solo nombrar a algunos, se consagraron por vejar, violar, mutilar y
asesinar a quienes tuviesen ideas distintas a las del III Reich;
Rudolph Hess, Reinhard Heydrich o Franz von Papen siempre negaron
la existencia de librepensadores, comunistas, judíos, masones, mestizos, gitanos,
homosexuales, Pentecostales, negros, Testigos de Jehová, discapacitados y
enemigos de guerra, y denigraban de ellos con epítetos que pudieran equiparase
hoy a escuálidos, pitiyanquis, chukys, sifrinos, fascistas, hijitos de papi y
mami.
A nadie en su sano juicio se le ocurrió proponer a ninguno
de los herederos de Hitler, para que conciliara al pueblo teutón, primero
porque tenían responsabilidad y segundo por carecer de autoridad moral, pero
hagamos un ejercicio:
Imaginemos por un momento, que la mayoría de los personajes
que mencioné en los párrafos precedentes no hubiesen sido enjuiciados luego de
la derrota Alemana;
Supongamos que Hitler antes del suicidio, bien por su mano
o por ponerse en manos de los médicos que le suministraron el cianuro (algo así
como someterse a un tratamiento médico con galenos caribeños) hubiese designado
a su heredero para que llevase las riendas del Reich;
Conjeturemos que el hijo del líder supremo y eterno, para
reconciliar, comenzase a gritar: “Hitler vive, la lucha sigue”; “los invito al
diálogo de paz pero el que no asista es un traidor”; “el III Reich es un
gobierno de amor, los que quieran paz que se monten en el tren que conduzco,
sino que sigan a los campos de concentración”.
Hablas a juro o te
obligo a hablar
Que cualquiera de estos personajes desalmados llamase al
diálogo pero continuase insultando y vejando, asesinando y reprimiendo, negando
los derechos constitucionales, sería cosa de locos. Hubiese sido como cruel con
las víctimas, hubiese sido cínico con los torturados, hubiese sido como que los
nazis ganasen, aun perdiendo.
La conciliación se puede dar en medio del fragor del
conflicto, si hay propósito de enmienda de quien detenta el poder, porque en
medio de un ambiente de impunidad, es imposible hablar de paz.
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, luego de los
desmanes del líder supremo y de sus camaradas, incluidos los colectivos de la
época, las SS y las SA, se requería el dialogo, pero fue un líder opositor al
nazismo, execrado y encarcelado varias veces durante el nacionalsocialismo
alemán, Konrad Adenahuer, a quien le tocó asumir las riendas de la Alemania
dividida y derrotada, para tender puentes y reconstruir la sociedad.
El problema no es aceptar que se quiere platicar por la paz,
pero hacerlo sin reglas, sin agenda, sin normas del buen oyente y del buen
hablante sería un diálogo de guerra y más que un diálogo sería un monólogo de
paz, que solo se lo cree el ungido por el que ya no está.
Llueve… pero escampa
Insinúa usted que el Adenauer venezolano será un personaje que haya estado preso y haya sido vejado. Siendo así la lista de candidatos aumenta a diario
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