Miguel Yilales
@yilales
Las máscaras se han utilizado desde la antigüedad con
propósitos ceremoniales y prácticos. Sus orígenes se remontan a la más lejana
antigüedad. Los griegos las empleaban en las fiestas dionisiacas y los romanos
durante las lupercales y las saturnales. De ahí son llevadas a las representaciones
escénicas y a los carnavales modernos.
Los griegos muy dados a las representaciones y a la
actuación en sus teatros encontraron en las máscaras la vía ideal para que los
actores interpretaran sus personajes, es decir aparentaran lo que no son,
porque a fin de cuentas una actuación es una simulación.
Mucho tiempo después las máscaras han quedado para ser
usadas en las fiestas al Rey Momo, en los carnavales y en algunas
representaciones de fiestas religiosas como los Diablos Danzantes de Venezuela
o de celebraciones que no pertenecen a nuestra cultura como Halloween, pero que
pareciera que (por las fotos publicadas por las infantas bolivarianas) pueda
ser incluida en nuestro calendario de festividades, en especial porque este
régimen se ha dado a preservar cuanto día libre exista, por los altos niveles
de bonanza económica y productividad que muestra el país.
Por ejemplo nuestros Diablos, los danzantes y no a los que
ejercen el gobierno, que con su atuendo rojo (no confundir) y sus máscaras
coloridas con prolongaciones óseas llamadas cachos o cuernos, son una representación
simbólica de la lucha del bien contra el mal.
Para ocultar lo que
no se es
Lo que sí es cierto que se usen las máscaras para rituales sociales
o religiosos, estas sirven para ocultar o mimetizar lo que no se es. Es que hay
quienes creen que al usarla el portador tomará las cualidades de la
representación de esa máscara; es decir, una máscara de demócrata inducirá al
portador a convertirse o actuar como demócrata.
Durante el siglo XX los teóricos políticos se empeñaron en
definir y clasificar a los regímenes dictatoriales, porque no era lo mismo
hablar de la dictadura romana que de las dictaduras de los líderes supremos y
eternos de esa época Hitler, Mussolini o Franco o los de esta época más reciente.
Giovanni Sartori, un conocido teórico sobre la democracia, distinguía
entre: dictadura simple, dictadura autoritaria y dictadura totalitaria, pero agregaba
que en todos los casos el Estado empleaba métodos coercitivos para lograr sus
objetivos.
Por supuesto muchos años después los regímenes debieron
inventar mecanismos que les permitiesen justificarse, ante la comunidad
internacional, no porque le importara sino porque nadie quiere ingresar al
libro de la historia como cobarde, de esos que se rinden al fragor del combate,
o como dictador, de esos que abusaron del poder.
Así se estructuró un manual a lo Fürher, en el que debían llegar al poder mediante el voto popular,
adecuar la constitución pero gobernar al margen de ella, legislar mediante
habilitaciones legales pero espurias del Parlamento, eliminar o mandar al
exilio a los opositores y legitimarse mediante elecciones fraudulentas,
amañadas y manipuladas, para ponerse su careta democrática, como ocurrió en la
Alemania nazi.
El Fantasma de
la Ópera y Bruto
Así fue como el líder supremo y eterno, que falleció hace un
año, se mantuvo en el poder, siempre en el filo de la democracia, en una
especie de borderline político, entre
guardar las formas y violentarlas, por ese ego que tantas decisiones hace
asumir a los megalómanos deseosos de reconocimiento como líderes
interplanetarios.
Ni con todos los dólares gastados en lobby por el cuerpo diplomático,
ni con la grosera manipulación del suministro de petróleo, ni con las giras del
tira piedra mayor que funge de ministro, han podido evitar que el mundo
volteara a ver nuestra realidad.
Como aquel personaje que deambulaba por los laberintos subterráneos
de la Ópera Garnier, que trataba de
ocultar su deforme rostro bajo una máscara, pero que no puede evitar que al final
se descubra su verdadera naturaleza, así ha ocurrido con quien detenta el poder
en Venezuela, el orbe vio al personaje mostrar su semblante amorfo que desprecia
los derechos humanos, cuando se le cayó la máscara de demócrata y se expuso
como lo que es: un dictadorzuelo tropical.
El país siente lo mismo que Julio César cuando es asesinado
y descubre que entre sus asesinos esta Bruto. Sus palabras finales, según
William Shakespeare, fueron a Bruto por traicionarlo. Nosotros somos la
República y a Bruto, el traidor, se le cayó la máscara.
Llueve… pero escampa
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