Por Miguel Yilales
@yilales
Padecer una tormenta y vivir para contarlo no es cuestión fácil. En el libro que relata las desventuras del barco pesquero "Andrea Gail" se representa lo que puede ocurrir cuando concurren los factores para generar una catástrofe: la tempestad de Halloween de 1991 en la que el Huracán Grace confluyó con un poderoso ciclón subtropical, un capitán que no atiende a las alertas meteorológicas sin comprender que no hay nada peor que un marino soberbio, una tripulación que no presionó para abandonar la faena desatendiendo las máximas de la obediencia reflexiva, que se les averiara la maquina de producir hielo para la preservación de la carga porque la fortuna también jugaba y que las ayudas de navegación no se activaran para rescatar a los sobrevivientes (sí es que los hubo).
En Venezuela desde hace algunos años, 19 para ser más exactos, se ha venido conformando una tormenta perfecta, alertada por los más conspicuos analistas y desatendida por los más chapuceros gobernantes: inflación con estancamiento, desabastecimiento de los insumos básicos, despilfarros por la maraña de funcionarios corruptibles, una camarilla de destructores que no atendieron las alertas y que se creyeron poderosos porque otros los adulaban, un salvaje control cambiario que destruyó el aparato productivo y una devaluación brutal que convirtió al bolívar en menos valioso que billete de Monopolio fueron más que suficientes para llevarnos a la hecatombe de sufrir una devastación como si viviéramos una postguerra aunque en realidad es el padecimiento de una plaga equiparable a la suma de la Peste Negra, la Gripe Española y las pandemias que ha vivido la humanidad.
Ladrones y hampones de cuello rojo
Gracias a esta gestión inolvidable (no debemos ni podremos hacerlo) de los más grandes maulas, embaucadores y farsantes que, por desgracia, haya parido esta tierra, aunque de Maduro se tengan serias dudas, en el mundo nos ven con lástima, vamos a otros países en busca de la calidad de la vida que aquí nos es negada, saben que sobrevivimos a duras penas porque los miserables sueldos no cubren la canasta básica y que somos la única nación del mundo en el que unos pocos sinvergüenzas pasaron a disfrutar de fortunas, a pesar de encontrarse en la nómina del Estado y sin ganarse la lotería, porque hicieron jugosos "negocios" con el régimen chavista, lavaron dólares al comprar propiedades que luego remodelaron con muy mal gusto y pactaron con el mismo Belcebú, lo cual los convierte en pequeños demonios sin alma, para conformar empresas fantasmas mientras destruían al país.
Por eso es que en vista de la pérdida del favor popular y ante el clamor, que ya se ha convertido en indignación, de una sociedad que desea salir de la hecatombe chavista, a quienes nos desgobiernan solo les quedó intentar pancadas de ahogados, aunque haya quienes irresponsablemente justifican y sucumben ante la supuesta genialidad de la propuesta sin percatarse que más que ingenio lo que derrochan es la fuerza bruta (incluida la ilegalidad leguleya), para elaborar una nueva Carta Manga que les permita afianzarse per saecula saeculorum en el poder, eliminar cualquier obstáculo político y de paso extinguir la camisa de fuerza que le impone la actual. Para ello le dio por imponer, saltándose a la torera cualquier vestigio de legalidad con el auxilio de sus sumisos y abyectos poderes públicos, una Asamblea Constituyente que le permitiese ajusticiar a la predilecta hija de Chávez: la Constitución de 1999.
Desalmada y mal formulada
Esa palurda manipulación política, en la que se violan absolutamente todos los derechos humanos, generó que los llamados a defender la patria y sus instituciones se quitaran las máscaras y actuasen con saña contra los ciudadanos que hacen lo que ellos debieran; que los jóvenes nacidos bajo el yugo chavista (los que no sucumbieron al lavado de cerebro) saliesen a hacer valer sus derechos a sabiendas que se juegan la vida en ello y que por fin entendiéramos que para ser libres debíamos confrontar unidos al régimen totalitario y asesino que es el chavismo. Los venezolanos hemos dado muestras de constancia para alcanzar esta victoria ciudadana.
Mientras tanto Nicolás Maduro, por no saber de historia, sigue cavando su tumba con una patraña electoral como lo hiciese Pérez Jiménez hace 60 años y de paso emula al primer asesino bíblico, pero con su propia quijada, para asesinar a su hermana putativa.
Llueve... pero escampa
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