Miguel
Yilales
@yilales
La imagen legendaria
es de vital importancia en la política contemporánea. Tan es así que sobre los
hechos y los personajes que han hecho vida en ese mundo siempre se han tejido
mitificaciones.
Manuel
García-Pelayo, en su obra “Mitos y Símbolos Políticos”, dice que el hombre se
apega a los mitos, es decir a las representaciones mágico religiosas, con la
finalidad de trascender a este mundo y en la mayoría de los casos para que sean
aceptados sus conceptos y representaciones por sus congéneres.
El mito no es un acto intelectual sino afectivo, que se basa en la
captación inmediata y totalizadora, de una “verdad” relacionada con las
tendencias de un pueblo, de un partido, de una clase.
De la literatura a la
realidad
En el mito del Rey Arturo este ha pasado a la iconografía
popular como sinónimo de inteligencia, honor y lealtad. Su espada Excalibur, un símbolo del poder
legítimo. Camelot, un lugar idílico de igualdad, justicia y paz. El hecho de
que Arturo y sus caballeros se reuniesen en torno a una Mesa Redonda, parece
indicar que Arturo era, conforme a la expresión latina, un primus inter pares.
Ya más en
nuestras latitudes Rómulo Gallegos se montó en sus obras sobre el mito de que
la civilización siempre derrotaba a la barbarie, verdad que ha terminado
trastocada en mito, luego de la llegada al poder de la revolución bonita.
Y el
presidente Chávez cabalgó sobre el mito de la invencibilidad: “el siempre
vencedor, nunca vencido”. Para él la teoría de Clausewitz de que la guerra es
un acto político, le sirvió para usarla a la inversa, en el que todo acto
político era una guerra. Con los poderes públicos rodillas en tierra postrados
ante la Revolución y mediante el fraude continuado del uso del erario público
para hacer proselitismo político, obtuvo su fin.
Hitler también se cubrió de mitos. Él
también hablaba de su invencibilidad, que solo era comparable con su
imbecilidad de creerse victorioso y eterno, aun sitiado por los rusos.
De la Democracia a la Asnocracia
Cuando Herman
Escarrá, antes de ser tránsfuga ideológico, definió a los últimos 14 años como
la “Asnocracia”, creíamos que hacía uso de un lenguaje retórico y poético, no
que fuese realidad.
Ser el
sucesor, heredero y favorecido, por encima de la casta militar golpista
originaria, del monstro político que era Hugo Chávez no es fácil. Sus anécdotas
y cuentos muy dados en el llanero, no son lo mismo de los labios de un
caraqueño, cucuteño o bogotano, no porque el sea de alguno de esos lugares,
sino por las dudas razonables que ha tejido el mismo Nicolás Maduro sobre su
origen, bien como estrategia del mito o por temor a ser desenmascarado.
Nicolás
Maduro, al no tener capital político y formación académica, pero sí una
angiografía en Wikipedia, tenía que formar toda una mitología a su alrededor.
Pareciera que
la estrategia escogida fue la de rodearse del mito de la ignorancia, no tanto
como un intento por ridiculizar el conocimiento, en tiempos del socialismo del
siglo XXI vinculado con las élites, sino para ser el más popular y el más gracioso.
Desde ahí que
empezó a trastabillar idiomáticamente, buscando ser llamado el bruto de la
partida. Y tiene que ser una estrategia bien montada por los cubanos, porque a
nadie se le ocurriría que esto de los millones y millonas, Chávez el Cristo
Redentor, la ninfomanía de los dólares, el heroico bloqueo a Cuba (¿?), sea
producto de la ignorancia real de ningún ser humano.
Aunque luego
de escuchar a Nicolás por horas y horas en su alocución ante la Asamblea
Nacional para pedir todos los poderes políticos extraordinarios y ejercerlos
sin limitación, es decir para ser dictador, y no escuchar una sola idea
coherente, más allá de los intentos por hacer reír a los diputados de oposición
que estoicamente aguantaban para no arquear en el hemiciclo, me han hecho
entender que el problema no es el mito, sino su realidad, lo cual pudiese no
importar sino viviéramos esta tragicomedia.
Además lo
extraño de ese camino es que en mis años de docencia y en mi largo transitar
profesional aun no he conseguido al primer padre que diga con orgullo “mi hijo
es el más bruto de la clase” o “felicita a mi hijo tiene todas aplazadas”.
Pero como esa
ha sido una estrategia para crear el mito alrededor del primer mandatario
nacional, debieran decretar que a partir de ahora en nuestras escuelas los
niños empiecen a preguntar “Maestra: con qué se escribe con “V” de vaca o con
“B” de Maduro”.
Llueve… pero
escampa
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