Miguel Yilales
@yilales
En Venezuela se acabó desde hace una década
todo vestigio de tolerancia, esa forma de ser del venezolano afable, amable,
cordial y agradable fue trastocado por un discurso desestabilizador y de guerra
que se incoó en los tuétanos de unos resentidos que llegaron a gobernar para
exacerbar una supuesta lucha de clases que no se corresponde con nuestro
mestizaje.
No importa que tengamos ciudades que dignamente
se reconocen por su idiosincrasia como de la cordialidad o de los caballeros, por
su paisajismos como la de los Crepúsculos, por su clima como la tierra del sol
amada o por lo cosmopolita como la sucursal del cielo, porque hoy algunas de las aquí
nombradas, no es para desestabilizar, están entre las 50 ciudades más
peligrosas de América y de eso no hay responsabilidad.
Es que al momento de buscar responsables,
siempre hay a quien echarle la culpa. El grupo que gobierna el país como su
hacienda particular desde hace 15 años, es decir 3 lustros o quinquenios del
período civil de nuestra democracia, siguen achacándole sus errores al pasado,
como que sí su periplo gubernamental no fuese también parte del pasado.
Haciendo un ejercicio mental, imaginemos que Carlos Andrés Pérez hubiese
culpado del Caracazo (1989) al gobierno anterior de Carlos Andrés Pérez que
nacionalizó el petróleo en 1976. Es que nadie en su sano juicio se le ocurriría
tal cosa, pero sabemos que juicio es lo que escasea en esta Revolución.
Sectarismo e intolerancia
En días recientes la pianista venezolana
Gabriela Montero le tocó vivir la intolerancia en un concierto en Brasil.
Intolerancia al arte por expresar en su obra “Expatria” que la violencia y la
corrupción tomaron por asalto el país, que hay una inmensa mayoría de
compatriotas que no pueden decir como se ha perdido la patria, que un camionero
ahogándose en su propia sangre no importa frente al saqueo de la mercancía que
transporta, que la política corrupta, deshonesta y que sirve a los interés de
aquellos que se están enriqueciendo, solo ha producido más miseria.
Eso generó improperios y ataques de un
tarifado. La audiencia y la orquesta se solidarizaron con ella. La pianista
valientemente ignoró al desadaptado y trató de comenzar, pero ante el saboteo
del sátrapa, se levantó del piano y le espetó desde el fondo de su alma y
corazón “yo soy venezolana y sé exactamente lo que estoy diciendo y por qué lo
estoy diciendo”. Hay quienes dicen ser presidente, comandante en jefe y hasta esposo
de la primera “combatienta”, que ni siquiera pueden demostrar sus orígenes y
menos gritarlo a viva voz sin que le salga el acento cubano o su cuna colombiana
(Walter Márquez dixit).
El que Montero se sintiese execrada, como lo
fueron en su época Serguéi Rajmáninov quien nunca pudo regresar a su Rusia natal
por culpa de una revolución; Frédéric Chopin quien saliendo de su Polonia para
perfeccionar su arte, lo más cercano que estuvo de su tierra fue aquella que
llevó en una copa de plata, regalo del día de su partida y Serguéi Prokófiev uno
de los compositores rusos más prolíficos del siglo XX quien fue acusado de
“formalista” y censurado por su poco realismo socialista, lo que conllevó que
su esposa Lina fuese enviada a los gulag hasta la muerte de Serguéi, al ser
acusada de espionaje por visitar a las embajadas, pareciera ser el signo con
que pretende tratarnos esta revolución: socialista, trasnochada, periclitada y
caducada.
Tira la palanca y endereza
De seguir por esa vía dentro de poco debieran
acusar de agentes extranjeros a todos los deportistas que se acercan a la
embajada americana a solicitar la visa para jugar en el mejor béisbol del
mundo, a los miembros del PSUV que abjuran del imperio pero corren prestos a
fotografiarse con el mayor símbolo del consumismo norteamericano Mickey Mouse, a
los miembros de la familia presidencial, la anterior y esta, que con su cupo de
Cadivi hacen de las suyas en los mercados capitalistas del mundo, bien sea en
Shangdong, París o New York y a los que dominen esa perversión de idioma
universal que es el inglés, no vaya a ser que por ahí se fragüe la
conspiración.
Como dice el cantante dominicano Juan Luis
Guerra en su canción “La Guagua”, en Venezuela tenemos que tirar la palanca y
enderezar el rumbo, porque vamos en reversa. No es la 4ta, ni la 5ta, es la
reversa. Gracias a la aldea global de McLuhan todos sabemos que es una guagua y
quien está manejando en reversa.
Llueve…pero escampa
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