domingo, 16 de abril de 2017

Políticos sin ética, norte ni rumbo

Por Miguel Yilales
@yilales
Hace algunos años, cuando ya se vislumbraba la peor etapa de nuestra era republicana, uno de los más preclaros venezolanos de finales del siglo XX dirigió un mensaje a la nación que muy pocos escucharon, por no decir que nadie. Vivíamos una época en la que la política había sido desacreditada por unos supuestos eruditos que nunca pasaron por la academia, por unos apócrifos empresarios que amasaron sus fortunas lactando de las ubres del Estado y por unos fingidos intelectuales de obras desconocidas que nos embarcaron, en un buque de papel maché pegado con saliva de loro, para que navegásemos en ese mar de leva que es la antipolítica.

Con motivo de la conmemoración del XL aniversario del 23 de enero de 1958 el insigne maestro Luis Castro Leiva (un título que no le cuadra a cualquier educador y si no me creen pongo de ejemplo al adulador curiepeño que ha militado en 5 partidos) pronunció ante nuestro autóctono Areópago, aquel extinto Congreso Nacional en el que descollaban criollos cicerones por sus preclaras disertaciones, una brillante pieza de oratoria con demoledoras palabras en las que cuestionaba como habíamos tratado los asuntos públicos y daba una lección magistral sobre la integridad, la moralidad y el recto proceder que deberían practicar todos los que les interese el arte de lo posible (como se conoce a la política desde que Aristóteles así la definiera) y en la que clamaba porque ella volviese a ser cosa seria y de ciudadanos responsables de sus obligaciones.
El fin no lo justifica todo
Pero como dice el dicho popular él no fue profeta en esta Tierra de Gracia. Cuentan que su temprana e incomprensible partida se debió a la desolación que sentía por haberse convertido en un majadero, de los que han labrado en la mar, al tratar que se comprendieran sus sabias monsergas: que quienes él creía llamados a reconstruir la república se dedicaron a instaurar una republiqueta; que en lugar de que se generalizara tener políticos formados lo que surgió fue una casta de faranduleros devenidos en politiqueros; que proliferaran analistas que basasen sus apreciaciones en lo esotérico, en la adivinación o en el chismorreo; que no nos pudiésemos deslastrar de los oportunistas de siempre y que aún tuviésemos inmaduros, de esos que se creen el cuento de que una protesta es una manifestación de inconmensurable amor, que no entienden que la democracia es más que votar, que la separación de poderes es más que retórica y que la alternancia en el poder es más que imponer por mampuesto a un gatopardiano candidato.
Todo esto viene a cuento por la proliferación de algunos apóstatas en la política que vienen recomendando como se deben hacer las cosas. Ellos alegan que Nicolás siempre tuvo la razón con aquello de que “el fin justifica los medios” con lo cual no solo demuestran que jamás se leyeron a El Príncipe de Maquiavelo (y menos conocen Los discursos sobre la primera década de Tito Livio) sino que lo usan como aquel bodrio que impuso, como texto de cabecera, el dictadorzuelo hasta que Boris Izaguirre desentrañó los metamensajes de su lectura.
Pensar que en estos convulsos tiempos que vive Venezuela es posible seguir haciendo política a través de la mentira, la manipulación, la farsa, y los trucos baratos es irresponsable por no decir egoísta, lerdo y perverso.
Morderse la cola
Estos expertos en política son los mismos que han oxigenado al régimen en repetidas oportunidades, que abandonan las luchas y a quienes las pelean y que pactan por posiciones más convenientes para sus propias candidaturas: actúan como el sempiterno candidato aquel que terminó como filicida de su propia organización; se comportan como aquellos que en medio del río decidieron cambiarse de caballo y apoyar al jamelgo Frijolito; se saben colaboradores de este desastre y aunque montaron tienda aparte cuando no atendía a sus intereses ahora descubrieron que progresar y avanzar puede ser otra forma de hacer lo mismo.
Si no entendemos la política como un mecanismo que nos permita la convivencia colectiva dentro de unos límites éticos y morales entonces podremos cambiar los nombres de los políticos o de los partidos pero siempre tendremos a la vuelta de la esquina a un aventurero que crea que para hacer política no importa la ética, el norte ni el rumbo lo cual nos retrotraerá cíclicamente, como la serpiente que se muerde la cola, al oscurantismo en que nos metió el chavismo.

Llueve…pero escampa

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