Por Miguel Yilales
@yilales
Cuando era más joven, entendiendo que la
juventud es una actitud y no cuestión de edad, podíamos jugar en la calle,
salir en patotas de amigos, caminar sin mayores peligros, ver televisión y
esperar cada fin de semana para las reuniones familiares. Es que en esa época
era casi que religioso que los domingos nos reuniésemos las familia en torno a
la mesa para compartir un humeante plato de sopa (que siempre aceptaba más agua
para nuevos invitados) o tener simples encuentros para jugar pelota de goma, un
pisa y corre, al escondido, tonga, quemado o algún juego de cartas. Tradiciones
vetadas a la muchachada de hoy por la instauración del terror como política de
Estado.
Idi
Amin, Mao, Stalin, Franco, Castro, Hussein, Ceaucescu, Mugabe, Pinochet, entre
otros, entraron a los libros de la historia por su forma de tiranizar. Para
ellos era necesario sembrar un ambiente de terror que les permitiese reducir a
los ciudadanos a simple pueblo. Por eso es que Chávez siguiendo a estos
mentores instauró el miedo para poder implantar una la oclocracia, que
posteriormente fue consolidada, por Maduro, en una tiranía cleptocrática.
Creer que se está vivo porque se respira,
el corazón palpita y los órganos cumplen sus funciones es asumir como válido el
silencio para sobrevivir a unos delincuentes, que lo único que les ha importado
es perpetuarse en el poder sobre los cráneos y osamentas de aquellos que han
eliminado, y que es suficiente con aspirar a que la ruleta del destino, que
giran los esbirros del régimen, le toque a los demás.
Venezuela
no es Ruanda
En
nuestro país no hay vida. Ni diurna ni nocturna. Atrás quedaron los bulevares y
los centros comerciales para salir a pasear; una buena bailada en algún local
nocturno o que los estudiantes pudiesen calmar la sed con heladas cervezas ¿Quién
no bebió algunas al salir de clases?; mucho menos asistir a una función de
cine, teatro o una inocente excursión por parques o tan siquiera por el Ávila.
Los
venezolanos ni siquiera podemos estar tranquilos en nuestros hogares o fuera de
ellos, en especial en esta época de protestas ciudadanas en contra de una de
las peores y más crueles dictaduras que hayamos vivido, porque debemos esquivar
los proyectiles disparados por los funcionarios policiales al aire(en algunos casos
al de los pulmones o a la tráquea de un manifestante) o dormir con máscaras
antigases no vaya a ser que a algún comando militar se le ocurra fumigar las
residencias marcadas como opositoras, con lo cual demuestran que no sólo usan
las técnicas de la propaganda goebbeliana sino que reeditan las prácticas nazis
por el solo placer de asfixiar a niños, jóvenes, adultos y ancianos.
Es
que para los que desgobiernan al país no hay mayor onanismo que gasear una
escuela, una iglesia, una clínica o disparar potentes granadas directo a la
cabeza o a la humanidad de quién se muestre contrario a la revolución chavista,
pues les tiene sin cuidado asesinar, aniquilar o exterminar, como ha ocurrido
con casi medio centenar de ajusticiados en un mes de protestas. Así como
algunos alertaban que el país se estaba cubanizando y había quienes alegaban
que "Venezuela no era Cuba", hoy nos estamos ruandanizando aunque
algunos no sepan qué pasó en la fratricida masacre de Ruanda.
A
todos nos puede tocar
Eso
de qué hay que agradecer cada mañana por despertar con vida es una cruel
realidad. La lapidaria frase pronunciada por el hijo del poeta (de pésima oda)
de que la víctima "pude haber sido yo", prueba de que Dios castiga sin
palo y sin rejo, o la tardía indignación de Dudamel por la innecesaria muerte
de un joven músico cobran vigencia porque desde hace mucho tiempo los
venezolanos cuando salimos desconocemos si regresaremos y en caso de volver si
llegaremos a ver el amanecer.
Es
que si no nos agarra el chingo, nos coge el sin nariz: si no son los
delincuentes, son los colectivos; si no son los colectivos, son los policías;
si no son los policías, son los GNB y si no son los GNB, son los delincuentes,
a fin de cuentas un círculo formado por bestias de la misma recua que abundan
en esta tierra de desgracias en la que: un dictador se cree demócrata, los
esbirros juran que las torturas son justas, los delincuentes pueden llegar a
magistrados, el ministerio electoral no organiza elecciones legales sino las
ilegales que ordena su amo y conviven unos militares que compraron toda la rifa
para una estadía eterna en La Haya.
Llueve...
pero escampa
Excelente Artículo resume la realidad de nuestro país en pocas palabras, gracias por esas palabras lo recuerdo a ud. como comandante de mi pelotón en la Gloriosa ENV. Saludos.
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