miércoles, 19 de junio de 2013

Emanciparse es el camino a la libertad

Miguel Yilales
@yilales
Desde que somos niños vemos a nuestros padres, no por lo que son sino por lo que creemos que son. En un principio nos corrigen y aceptamos su punto de vista sin protestar, nos regañan y aceptamos, a veces no de tan buen gusto, sus puntos de vista. Luego la relación va a cambiar.
Se sabe que los padres aman a sus hijos y que aspiran lo mejor para ellos, y a pesar de esto el ser humano siempre procura emanciparse. Así hablamos de la emancipación del hombre, de los estados, de la corona española, de nuestros padres.
Se creía que el hombre, entre los 15 y los 18 años, llegaba a ese instante, pero con el transcurrir del tiempo ese momentum ha ido cambiando. 
Tal vez por causas económicas, sociales, culturales o por todas de ellas, se ha ralentizado el proceso en el que un menor de edad deja de depender de sus padres o tutores y, por lo tanto, tardíamente se hace consciente de los derechos y facultades civiles que conlleva la mayoría de edad.
Así como ocurre con las personas, también sucede con algunas sociedades, que tardíamente se dan cuenta de la necesidad de independizarse.

Padres castradores, Estado castrador

Cuando los ciudadanos lejos de emanciparse a través de su participación política terminan convertidos en eternos dependientes del gobierno, que actúa como los padres castradores y en este caso, de manera análoga, como un estado castrador, tenemos que preocuparnos.
En el caso de los padres el problema se suscita cuando estos no entienden que su rol no les da derecho a esterilizar psicológicamente a sus hijos al grado de no permitirles crecer y desarrollarse adecuadamente como personas.
En las sociedades los síntomas son aun peores porque no se trata solo de la castración psicológica sino de la construcción de sociedades de eunucos, que actúen como zombis, esa especie de muertos resucitados por las prácticas vudú y convertidos en esclavos del hechicero que lo devolvió a la vida (cambié muertos por “pobres”, vudú por “de la revolución”, esclavos por “tropas”, hechicero por “líder supremo de la revolución”, vida por “vida política” y me topé con una realidad similar a la de los gigantes que veía Don Quijote).
Esa es la actitud que asumen algunos gobiernos totalitarios, psicológicamente enfermo, de procurar por todos los medios posibles, lícitos e ilícitos, que sus ciudadanos hagan lo que al régimen le da la gana: no acepta oposición; manipula, amenaza o pide compasión, con tal que se actúe de acuerdo a su voluntad; prohíbe la expresión que suponga algo distinto a lo que, en su interés, considera bueno y correcto. Lo que busca, supuestamente, es protegerlos y cuidarlos, pero lo que logra es dejarlos en situación de permanente dependencia.

Volar es libertad

Cuando este tipo de sociedades y gobiernos pretorianos, según la descripción que hiciese Samuel Huntington, llegan al poder, pretenden ser los únicos que tomen decisiones sobre las vidas de los ciudadanos, así es como sustituyen la educación por la imposición, el convencimiento por la gavilla, el libre albedrío por la coacción manu militare.
De ahí se desprende que en vez de enseñar sobre la importancia de la lactancia materna se criminalice el uso de los biberones y las fórmulas lácteas, supuestamente, impuestas por las transnacionales; en vez de estimular el ahorro energético como medida ambiental, se imponen multas o se obliga a las ciudades a vivir en medio de un oscurantismo propio de la edad media, como solución a la incapacidad de generación eléctrica; en vez de propiciar medios de comunicación plurales se busca uniformarlos en una sola voz, bien a través de su programación, de la compra del medio o del chantaje para torcer su línea editorial, como mecanismo para imponer el pensamiento único; en vez de enseñar las bondades del trabajo se convierte en una entelequia que compra voluntades a través de las dádivas.
En suma, la “madre castradora” busca que su vástago pierda la capacidad de volar y se mantenga atado al nido. Una sociedad equilibrada que sustenta, cuida, protege y guía, pero sin considerarse dueña de sus retoños, hace como las águilas, donde el macho y la hembra, emprenden juntos la tarea de enseñar a sus aguiluchos a volar.
Necesitamos construir esa sociedad que opere dentro de un sistema democrático en equilibrio para hacer que verdaderos ciudadanos emancipados alcen el vuelo, pero para ello tenemos que romper las cadenas de este modelo de sociedad pretoriana.
Llueve… pero escampa

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