domingo, 11 de junio de 2017

Neomar, un hijo infinito

Por Miguel Yilales
@yilales

Hay quienes dicen que las cosas ocurren porque tienen que ocurrir, que las coyunturas en el Universo obedecen a un plan determinado y que nada de lo que hagamos puede cambiar el destino. Otros creen que la fortuna la construimos los seres humanos cuando decidimos actuar, que frente a la incertidumbre podemos comportarnos de manera planificada y que el estudio y el trabajo disciplinado son las herramientas para alcanzar el éxito. Cierto es qué tanto en política como en la vida vivimos situaciones (fortuitas o planificadas) que nos definen como seres humanos.
Me gradué en el liceo cuando las promociones se ufanaban por llevar el nombre de un insigne ciudadano. Antes que resurgiera el militarismo ramplón a nadie se le ocurría, so pena de ser acusado de insania mental, proponer el nombre del presidente de turno, el de un bandolero de caminos (aunque hayan bautizado una universidad con el nombre de uno) y menos el de algún felón para designar a un curso de bachilleres.
A mi promoción orgullosamente le correspondió como epónimo el del insigne poeta Andrés Eloy Blanco. No sé si eso me marcó en lo intelectual, en lo ciudadano y en lo político o simplemente definió ese gusto por lo justo, lo correcto y lo adecuado que él demostró en su actuar, lo cierto es que cada vez que siento que las fuerzas me abandonan encuentro en sus versos y en su prosa razones para continuar.
El futuro de muchos

Esta semana pasada nuevamente padecí el desánimo y la indefensión al enterarme del asesinato de otro de los muchachos que se ha volcado a las calles venezolanas en busca del libre albedrío que fue secuestrado por unos facinerosos que se presentaron como los Robin Hood del siglo XXI cuando en realidad eran unas despreciables ratas callejeras que solo les interesaba enriquecerse a costillas de los más pobres. 
En 1992 los gorilas de uniforme, cuando arremetieron contra la institucionalidad e hirieron de muerte a la democracia, se quedaron con los crespos hechos porque nadie los acompañó en su andanzas, con la excepción de algunos decrépitos resentidos que se montaron en ese chalana vieja y oxidada que era el militarismo y que son los mismos que hoy ocupan (o han ocupado) altos cargos en el régimen. Hoy mujeres y hombres; hijos y padres; nietos y abuelos; el de la urbanización y el del barrio; el profesional y el obrero; el que estudia y el que no puede hacerlo; el venezolano por nacimiento y el extranjero que es más venezolano que la arepa; adultos y jóvenes, sobretodo los jóvenes, se han unido con una sola idea: "que la lucha de pocos valga por el futuro de muchos".


La prematura partida del joven Neomar Lander, un niño que nació y murió sin conocer nada distinto a esta inhumana y cruel revolución, me hizo llorar de rabia e impotencia por lo injusto de su muerte ¿Por qué? Porque nadie merece morir por la intolerancia de quién gobierna; porque unos militares y policías llamados a defender los derechos de los venezolanos se comporta como una fuerza de ocupación presta a aniquilarnos como enemigos; porque, como escribió Andrés Eloy Blanco en su poema "Los hijos infinitos", quien tiene un hijo o dos los tiene a todos, estén en la casa protegidos o en la calle con el pecho como escudo y la mente fija en una palabra: libertad.
Son nuestro porvenir
Es qué estos hijos infinitos que salen a luchar para restituir el hilo constitucional, esos que caminan descalzos con los pies llagados por unas calles que ya les son familiares, esos que han encontrado la generosidad de quienes los han adoptado, esos que con piedras, metras, chinas, escudos artesanales y chalecos antibalas de cartón enfrentan a militares armados hasta los dientes con bombas lacrimógenas, perdigones y municiones aliñadas (con tuercas, tornillos, cabillas y cualquier objeto para asesinar), esos son nuestro porvenir.


En la otra acera está el pasado: unas cacatúas sin plumas que gritan a los cuatro vientos para que los acompañen, en su aventura por perpetuarse en el poder, pero que solo reúnen a cuatro gatos; los que para medio enmendar sus culpas actúan timoratamente bajo la premisa de que lo hacen para salvar el legado de Chávez (aunque todos sepamos que su única herencia es la miseria, la corrupción, los narcosoles, un Estado fallido y Nicolás Maduro) y los que saben que la ira popular no respetará cogote corrupto (en el chavismo no hay pescuezo sano) y preparan su huida antes de que sea demasiado tarde. 
Llueve... pero escampa

1 comentario: