martes, 11 de febrero de 2014

Indignados sin dignidad

Miguel Yilales
@yilales
Hace algún tiempo un pueblo fanático, de la mano de su líder supremo y eterno, implementó un mecanismo para garantizar la supervivencia de los más aptos, en una especie de manipulación de la selección natural de Darwin en el área social. Es así como los nazis, no me refería a fanáticos más modernos, implementaron el darwinismo social.
Por esa vía se justificaron todos los programas de exterminio que involucraban la eutanasia involuntaria, la esterilización forzada, la eugenesia y la experimentación humana, todos enmascarados en falsas ideas sobre la dignidad humana.
Platón, Pico della Mirandola y Kant habían planteado que la dignidad se explicaba en buena medida por la autonomía propia del ser humano, pues sólo él que sabe y puede gobernarse a sí mismo, que según un principio racional, lo hace dueño de sus acciones y en consecuencia, libre.
Es por ello que los esclavos no eran personas humanas, sino objetos, al igual que los judíos, gitanos y homosexuales durante el nazismo, grupos que encajarían perfectamente con epítetos como escuálidos, pitiyanquis, traidores a la revolución, apátridas en la época actual. En la historia de la humanidad sobran ejemplos en los que se niega la dignidad humana para justificar los atentados contra ella.

Como ganado al matadero

La vida humana, dependiendo de cómo se viva, y de nuestra manera de relacionarnos con el mundo, puede ser una sucesión de experiencias hermosas, nutritivas y significativas que nos permitan alcanzar plenitud y paz. También es posible, sin embargo, que esas experiencias resulten frustrantes, dolorosas y desalentadoras.
En las últimas semanas y en especial en este inicio de 2014, que se ha mostrado particularmente lento, hemos visto como los venezolanos han empezado a perder esa noción de dignidad.
Las largas e interminables colas frente a abastos, automercados, mercales y supermercados para comprar lo que se pueda conseguir es muestra de ello.
Hay quienes se aventuran a la suerte de hacer la fila, no para buscar algo que necesiten, sino para ver que van a encontrar en los anaqueles medio vacios o vacíos y que según oficialistas optimistas están medio llenos o esperando los productos que se han agotado por la bonanza que se ha incrementado desde que ellos llegaron al poder hace 15 años.
Tan grave está lo de la dignidad, que cuales vacas de un establo, los dueños de los comercios han empezado a herrar a sus clientes, para saber cuales les pertenecen y el orden en que van a entrar al potrero a comprar, con lo cual estos mamíferos celebran contentos porque les ha tocado en suerte un número y una esperanza para llevar comida a su hogar.
A lo largo y ancho del territorio nacional se repiten a diario estas escenas y nadie reclama. La pasividad nos ha arrastrado a creer que es mejor callar que alzar la voz y que mientras cumplamos silenciosamente viviremos, aunque en realidad estemos muertos en vida.

Con el alma enferma

En 1965 Martin Seligman y Steven Maier, explicaron el fenómeno que ocurre cuando una sociedad siente que es imposible el logro, que no hay nada que hacer, ni ahora, ni nunca, que es preferible una resignación forzada y el abandono de la ambición y del sueño y la llamaron “desesperanza aprendida”, una especie de resignación colectiva en el que no se puede hacer nada porque todo está hecho.
En términos generales, esa desesperanza es considerada un pesar, una enfermedad, una maldición limitante. Nietzsche decía que la desesperanza era “la enfermedad del alma moderna”, porque era un estado en el que se veían debilitados o extinguidos, el amor, la confianza, el entusiasmo, la alegría y la fe.
Cuando nos conformamos con frases como “Dios lo ha querido así”, “el destino así lo ha decidido”, “es así y punto” o “para qué esforzarme si no puedo hacer nada para cambiarlo”, estamos frente a la pérdida de motivación, una renuncia a la esperanza por alcanzar sueños y metas y finalmente un abandono a toda movilización para lograr que las cosas cambien.
En la política y en la guerra se usan estrategias para generar la desmoralización y evitar iniciativas contra los abusos de poder. Los regímenes totalitarios, así parezcan democráticos, abusan de ello porque saben que en esa condición se pierde la dignidad y la voluntad.
En estos momentos se requiere que exista una llama que se niegue a resignarse y luche por insuflar vientos de dignidad que se transformen en tempestad, para saber lo que es indignarse.
Llueve… pero escampa

4 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Asimismo es mi querida profesora, se acostumbraron a vivir así

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  2. Excelente. Ya antes había leído sobre la desesperanza aprendida y es muy preocupante que mucha gente la sufra y ni siquiera se ha dado cuenta.

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    1. lo lamentable es que todo un país esté sumido en ese estado y creamos que no es necesario hacer nada sino esperar

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