Por Miguel Yilales
@yilales
Luego de transcurridos 15 días de la
debacle electoral y política (en este caso el orden de los factores afecta, y
muchísimo, el producto) aún no salimos del guayabo. Es como si nos hubiese dado
por escribir, interpretar, cantar y bailar los boleros más desgarradores
mezclados con los tangos más arrabaleros, con su jerga bien lunfarda, con puñales
atravesados y pistolas desenfundadas, con los trapitos sacados al sol, con
desengaños y con amoríos no correspondidos.
Y no es para menos porque de manera
incomprensible nos percatamos que luego de miles de palabras lanzadas al aire
que alertaban sobre los peligros que representaba casar una pelea contra el
guapetón del barrio junto a toda su patota sin estar preparado para
confrontarlo y de las continuas de arengas de unos supuestos líderes políticos
que pedían que no los abandonásemos en la lucha por conquistar el poder aunque
ellos engolosinados, aunque más pareciera emborrachados de soberbia, no se
hubiesen preparado ni siquiera para competir contra quienes habían demostrado
estar dispuesto a todo para no ser desalojados del gobierno.
Sin culpables, ni responsables
Y esa inferencia la hago porque resultó que
según el jefe de campaña de esta última masacre electorera, y pareciera que
habrán más, a la oposición nadie le podrá recriminar que “no lo intentamos” (Blyde
dixit). Es como el policía que en una situación de ñrehenes, luego que son
asesinados todos los secuestrados y escapan los captores, en su primera aparición
pública se excuse diciendo: “los mataron a todos y se escaparon los
delincuentes pero tengan la seguridad que lo intentamos y que la próxima vez lo
haremos mejor”.
Cada vez que hablaba un actor político, un
activista o un operador de los que no se les escapa nada (eso incluye a esa
especie de médicos yerbateros que manejan las encuestadoras del país) señalaban
que nadie con 80% de rechazo podía salir electo ni para una junta de
condominio, que con este CNE se le habían ganado las parlamentarias al régimen
y que a pesar de lo muy maulas, tramposos y criminales que son sus rectores
(sin exclusiones) el juego se ganaba con testigos, con votos y tras derrotar a
la abstención. Al final la abstención y la participación fue similar a eventos
precedentes y parecería que los testigos no estaban, no sabían que hacer o eran
convidados de piedra a un festín con música, comida y bebida para el que fuese
vestido de rojo.
Por supuesto que ante esa situación lo
menos sensato y lo más desacertado y políticamente incorrecto era decir que
nadie era responsable y fue lo que se hizo al alegar que el fraude era el único
causante de la derrota, como si la errada dirección política, la falta de
rumbo, la selección de pésimos candidatos, la falta de testigos para tener las
actas al terminar el proceso y no darle un parado, en el momento oportuno, a
los continuos abusos del ministerio electoral, no tuviesen incidencia en los
resultados.
Todo bajo control
Si bien todos esos argumentos son valederos
nadie pudo presentar una sola evidencia del fraude cometido en el día de las
elecciones, con la excepción de Andrés Velásquez que tenía años preparándose
para que no le cometieran otro asalto a voto armado. Además, según nos decían,
las demás trampas (el uso de los recursos del Estado; el abultado registro de
electores; la repartición de las “planchas de zinc” de la V República, que
ahora se llaman CLAP, chamba juvenil, hogares de la patria o carnet de la
patria; el que los uniformados garantes del proceso hicieron campaña por sus
camaradas candidatos, la migración de electores y la mutación de los centros
electorales) estaban controlados.
Por los resultados podríamos decir que todo
estaba bajo control pero del enemigo, que en nuestro caso era de Nicolás,
Diosdado, los hermanitos Rodríguez y todos los candidatos que terminaron
coronados como gobernadores o los que claudicaron para preservar un escritorio
vacío y un cargo sin funciones, exceptuados los estados Bolívar (que se la
robaron descaradamente y sin escrúpulos) y Zulia (que la arrebataron al
destituir al ganador).
En política la improvisación pasa factura y
en nuestro caso es una sumamente
costosa. Si seguimos dando tumbos y comportándonos como unos inmaduros políticos
terminaremos como el tango diciéndole a nuestros conocidos “Adiós muchachos
compañeros de mi vida” sin haber desalojado a los tiranos que nos oprimen, estén
en el gobierno o en la oposición.
Llueve... pero escampa