miércoles, 13 de marzo de 2013

Con el difunto a cuestas

Miguel Yilales 
@yilales
Luego de más de 200 años de vida republicana, aun en Venezuela seguimos añorando y, por ende, continuando algunas costumbres del imperialismo español.
Esa añoranza por la realeza y su vida cortesana, no solo se arraigó en los primeros 300 años, sino que aun hoy subsiste. Es que como buenos faranduleros, no podíamos escapar a esa habladuría, comadreo, chisme o cotilleo, tan de allá como de acá.
Nos declaramos libres e independientes, pero seguimos viviendo y suspirando con los cuentos de hadas donde el príncipe se enamora de la desposeída o el del despojado conductor de la carroza que se convierte en el pretendiente de la más noble función pública: reinar, quise decir gobernar (hasta gazapos monárquicos se me escapan). 
Es que hasta el actual monarca de España don Juan Carlos I de Borbón será recordado por lograr la obediencia de un exsúbdito (por lo de excolonia) al ordenarle hiciese mutis por impertinente. Toda Latinoamérica hubiese esperado que el interdicto desobedeciera el mandato, en un arrebato libertario, dada su verborrea antiimperialista. Pero no hubo tal reacción, es más ni reacción hubo. 
Reeditando otra historia española
Resulta que por esa fortuna que no es esquiva a todos, hacia 1504 luego de sobrevenida la muerte de su madre, le correspondió a Juana I de Castilla, hija de Isabel La Católica, asumir parte del reinado, el cual completó con la muerte sobrevenida de su padre Fernando de Aragón hacia 1516. Es decir todo un reinado sobrevenido. 
Juana estaba desposada con Felipe. Cuenta la historia que su comportamiento empezó a distar levemente de la cordura, la cual perdió poco a poco con cada uno de sus 6 embarazos.
Era celosa, pero a la vez sufría de melancolía, trastorno depresivo severo, psicosis y esquizofrenia heredada, síntomas agravados por el confinamiento forzoso y el sometimiento a otras personas. Todo un caso de salud mental.
A la muerte de su cónyuge Felipe, a Juana La Loca, remoquete con el que se le conociera, se le zafaron algunas otras tuercas. Primero le dio por acusar al suegro de Felipe, su propio padre, de haberlo causado la muerte envenenándolo, es decir un caso de inoculación imperial que le arrebató la vida.
En ese momento Juana decidió pasear el cuerpo de su esposo, desde Burgos, el lugar donde había muerto y en el que ya había recibido sepultura, hasta Granada. Unos 600 kilómetros viajando siempre de noche. Algo así como ir de Caracas a Maracaibo sin carreteras, sin carro y sin luz.
Juana no se separó ni un momento del féretro. La procesión de 8 meses fue acompañada por gran número de personas entre las que había religiosos, nobles, damas de compañía, soldados y sirvientes diversos.
Después de unos meses, los “obligados por su posición” a seguir a la reina, se quejaban de estar perdiendo el tiempo en esa chifladura en lugar de ocuparse, como debían, de sus negocios.
Eso es como si en la Venezuela de hoy, a alguien se le ocurriese pasear el cuerpo inerte de un presidente para hacer campaña política, seguido de innumerables discípulos y que, luego de logrados algunos objetivos necrofílicos, la gente se diera cuenta de la escasa cordura demostrada por tan brillante idea.
Con lo cual podríamos pedir a cualquier siquiatra que certificase sí nuestro “Juan el loco” no sufre de melancolía, trastorno depresivo severo, psicosis y esquizofrenia heredada, agravada por el confinamiento habanero y el sometimiento a manos extranjeras, como padecía Juana la Loca.
Que eso ocurriese en el siglo XVI, era lógico por los niveles de ignorancia, superchería y superstición, pero que se apruebe eso en la era de la tecnología y la información demostraría que aun vivimos el oscurantismo más salvaje y que no somos merecedores de los sacrificios del pasado, ni de los del presente.
Hay quienes se emocionan con títulos heredados y la sucesión al estilo monárquico, viven a la sombra de sus propios cadáveres y no brillan con luz propia, mientras que otros saben que la ruta no se construye paseando muertos de Burgos a Granada, sino con mérito, trabajo y sacrificio. Nos toca escoger el camino.
Debiéramos recordar que toda violación es violación. Que todo ultraje es ultraje. Que así como en la antigüedad un reino dejó de existir por una violación y dio paso a una República, hoy estamos ante la posibilidad de perder la República frente a las consuetudinarias violaciones y no podemos seguir haciéndonos la vista gorda.
Es el momento de actuar con firmeza, reaccionar frente a las reiteradas violaciones a la Constitución, no sea que terminemos castrados, sin país, sin esperanzas y sin futuro. De nosotros dependerá.
Llueve… pero escampa.

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