miércoles, 24 de abril de 2013

Los tahúres del CNE

Miguel Yilales
@yilales
Todo el que ha entrado a un casino, lo hace convencido que puede ganar o perder, aunque en realidad sabe que va a perder, porque estos fueron creados para que la casa siempre gane.
Hace más de 200 años el sacerdote y político francés Charles Maurice de Talleyrand expresó que de todas las emociones humanas, ninguna era tan fructífera en vilezas e inmoralidad como el juego. Sin saberlo, a pesar que se estaba refiriendo al envite y azar, su conceptualización también podría aplicarse a la política que se instauró en Venezuela de la mano de una supuesta revolución, que a todas luces es totalmente contraria a la que él defendió bajo los acordes de la Marsellesa.
Es indiscutible que el juego saca a relucir lo peor de ambos sexos, ya que sus emociones más primitivas son estimuladas por el vértigo del azar, por el girar de la ruleta y el rumor de las cartas. 
El sistema electoral venezolano, automatizado, electrónico y auditable como le da la gana a quien lo regenta, es lo más parecido a un casino de truhanes montado por la mafia, que a un pulcro y fidedigno método que los ciudadanos usan para escoger a sus legítimos representantes.
Así que manejar las elecciones apegados a la trampa, la casualidad y al destino, no puede arrojar sino los más bajos y rastreros sentimientos de quienes creen que pueden apostar el país en una sola jugada, porque lo controlan todo.

La Ciudad del Pecado

Quienquiera que piense en visitar un casino, ganar una fortuna y mantenerla, está viviendo en un paraíso de tontos. Se puede ganar una fortuna en un golpe de suerte en una sola vuelta de la ruleta, pero tan seguro como que el mundo gira sobre su eje, al regresar a las mesas, se perderá esa fortuna con intereses. 
Ha sido probado, una y otra vez, que nadie por muy afortunado que sea, logra llevarse una fortuna de un casino... y mantenerla. Así pasa también con quienes creen que pueden quedarse con un país arrebatándolo todo como en Jalisco.
Cuando hablamos de paraísos de la diversión, la mente viaja a esa ciudad que creció de la mano de la legalización del juego en 1931: Las Vegas.
Y es que muchos de los primeros inversores de la Ciudad del Pecado fueron acusados de haber traído dinero procedente de los sindicatos del crimen de la costa Este. De hecho el primer hotel de la ciudad moderna “El Flamingo” fue construido bajo la supervisión del gánster Bugsy Siegel, con lo cual el crimen organizado judeo norteamericano o la kosher nostra buscaba legalizarse.
Cualquiera que afirme que los capitales, y en nuestro caso las elecciones es el capital de Venezuela, pueden ganarse fácilmente en el juego, es un impostor o un embaucador, con lo cual queda demostrado que es medio-hermano del Diablo, con quien algunos están dispuestos hasta hablar y negociar.

Los modos del crupier

Y es aquí donde entran en liza los verdaderos protagonistas del juego decente: los crupieres. Normalmente los crupieres son honestos. Son hábilmente entrenados para escudriñar a los jugadores fulleros y a los disimulados rateros.
Un crupier debe ser la imagen de todas las virtudes, y sobre todo estar por encima de cualquier tentación de lucro. Hay personas que creen que no es así, y tratan de extorsionar a los crupieres, para que arreglen la ruleta o las cartas, y aunque no están para eso, de hacerlo, siempre lo harán a favor del casino y nunca en su contra. 
Un sistema electoral, no es un casino y quien lo regenta no puede comportarse como un crupier tramposo. Los destinos de un país no pueden estar en manos de tahúres que arreglan los resultados para su beneficio.
Por supuesto que en Las Vegas el juego es absolutamente limpio y honesto y son las probabilidades las que atentan contra quienes juegan. En Venezuela el juego electoral no es limpio y honesto, primero porque no se trata de un casino y segundo porque las mafias tienen muchos intereses.
Quienes son responsables del Poder Electoral deberían comportarse como crupieres, honestos e incorruptibles, dispuestos a darle respuestas a los actores que ponen en sus manos el arbitraje de contar y dar resultados apegados a la realidad, pero sus regentes actúan como tahúres, embaucadores y tramposos, que siempre han buscado su beneficio personal y poner a ganar a la mafia, llámese rusa, siciliana o cubana, y nunca a la casa que es Venezuela.
Al CNE hay que recordarle que el crimen no paga, ni siquiera porque sean los mafiosos los que muevan los hilos del poder y apuesten el dinero proveniente de sus turbios negocios. 

Llueve… pero escampa

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