Miguel Yilales
@yilales
Cuando uno empieza a jurungar, decía mi
abuela, siempre encuentra lo que no se le ha perdido. Así nos pasa al revisar
las páginas de nuestra historia.
Si cualquier habitante de la aldea global que
somos hoy en día, le diera por saber quien fue el Libertador, bastaría con
poner su nombre en los buscadores y aparecerían más de 2 millones de páginas
con datos sobre él: que participó en 472 batallas, que sufrió más de 25
intentos de asesinatos (reales, no inventos de un servicio de inteligencia a su
servicio), que liberó de España lo que hoy constituyen 6 naciones y que dictó
más de 90 proclamas y 2600 cartas.
En un país en el que el culto a Bolívar raya
en lo mágico – religioso y en el que al pensamiento del Padre de la Patria se
le han atribuido desde nociones ambientalistas, pasando por geopolítica, futurología,
doctrina militar, geoestratégica o conservacionista, tratar de compararlo con
alguien debiera ser un sacrilegio, excepción de unos cuantos aduladores que lo
emulan con el titán subyugado del Museo Militar.
Tratar de compararlo con militares de segunda,
con hojas de servicio mediocres, sin hazañas importantes u obras escritas, más
allá de un anecdotario recopilado por unos cagatintas cubanos y con una batalla
dirigida desde donde se rindió y que, a manera de recordatorio, descansan sus
restos mortales, no suena como muy sensato.
Para
superar a papá
Pero su hijo putativo tenía que superarlo. Es
así como en 11 meses de gestión, si es que se puede llamar así, ha denunciado
12 intentos de magnicidio, descollando en promedio a las 64 denuncias hechas
por su antecesor en 14 años. Pero eso no era suficiente.
Debía actuar con firmeza y ejecutar maniobras
que demostraran quien gobernaba el país, aunque fuese como procónsul de los
hermanos Castro.
En primera instancia jugó a terminar de
destruir a los empresarios, para enfrentar una guerra económica que solo existe
en su mente y en el guión que le mandó su jefe desde La Habana, por eso ordenó
el saqueo de los comercios, la venta a precio de costo sin importar la
reposición de mercancía y, por ende, el cierre técnico de los establecimientos.
Después del éxito de esa maniobra, descubrió
un golpe en ejecución que estaban fraguando unos estudiantes desarmados. Luego
que la mitad minoría (Maduro dixit) marchase por el centro de Caracas, ordenó
la instalación de un muro, no como el de Berlín, sino con tanquetas, guardias y
policías nacionales, porque en la pequeña Caracas, si entendemos que la Gran
Caracas incluye otros municipios, se había hecho ley el lema de “No pasarán”.
Para colmo esos jóvenes estudiantes, que lo
envidian porque sin estudios heredó la presidencia, decidieron no hacerle caso
y declararse en desobediencia, para posteriormente iniciar la madre de todas
las batallas.
Piedras
contra plomo
En medio de ese panorama, el comandante en
jefe de la fuerza armada (en minúsculas), amenazó a los fascistas, golpistas y
pitiyanquis que armados con piedras y hondas, cual David frente a Goliat, habían
mantenido a raya por más de un mes a un todo un contingente militar armado
hasta los dientes, que de no rendirse en unas horas, personalmente comandaría
la batalla y los derrotaría.
No puedo sino imaginarlo, luego del cambio de
pañales matutino, digo por eso de que dormita como un párvulo, ataviado con su
casaca militar cubana, dirigiendo las operaciones para la toma de la Plaza
Francia, como si de La Bastilla se tratase, pareciéndosele olvidar que todos
los que participaron en esa toma después murieron en el cadalso.
En seguida del fragor de la batalla, en los
que desplegó el equivalente a 2 batallones de infantería (1200 militares sin
incluir paramilitares), declaró a Altamira territorio liberado y de paz con
rimbómbate entrega, por parte de los ministros, al alcalde de la zona.
Con esto superaba con creces a su antecesor,
ya que había derrotado a las huestes enemigas, no se había rendido para que no
lo acusaran de capón, había cumplido su palabra empeñada y todo ello sin ser
militar, sino un presidente obrero.
Lo malo fue que cuando se dirigía a su entrada
triunfante en la plaza, el pueblo agolpado no lo esperaba para recibirlo con
vítores y rosas como hacían con el Libertador, lo que originó que desistiese de
gozar de las mieles del triunfo y dejar para otro momento su nombramiento como
libertadorcito de Altamira. La del Libertador lleva más de 190 años, la del
libertadorcito solo duró 14 horas.
Llueve… pero escampa
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