martes, 25 de marzo de 2014

Diálogo con fusiles es monólogo

Miguel Yilales
@yilales
Hace mucho tiempo, una de las primeras lecciones que se aprendían en la escuela era la convivencia. Para ello las maestras colocaban en las carteleras de los salones unas pautas que se debían cumplir para poder entenderse, eran las normas del buen oyente y del buen hablante.
Esas eran condición sine qua non para los debates en el aula, para las conversaciones en la casa, para el parloteo diario.
Se enseñaba en la escuela, pero los primeros pasos en ese sentido venían del hogar. A nadie se le ocurría interrumpir a sus padres para intervenir en una conversación de adultos, menos usar lenguaje destemplado o hacerlo con gritos estentóreos para imponer una idea.
Claro uno podría entender que quienes han dirigido los destinos del país en los últimos 15 años, no se ajustasen a la norma por varias razones. El primero porque era muy dado al trato cuartelario del “yo ordeno, tu obedeces” y el segundo porque no haya tenido educación formal (revelado por él mismo) o porque le haya faltado educación de hogar, por esa corredera de aquí para allá en esos huracanes conspirativos (confesión hecha sin necesidad de tortura).

¿Conciliar de rodillas?

Durante 12 años en el poder Joseph Goebbels, una especie de Andrés Izarra (por lo manipulador nunca por la capacidad intelectual del germano), se dedicó a montar matrices de opinión donde había que exterminar a todo el que no pensara como ellos;
Hermann Göring junto a Heinrich Himmler y Ernst Römh quienes comandaban las fuerzas militares y los colectivos armados y violentos alemanes, lo que en nuestros días pudiesen ser Miguel Rodríguez Torres, Diosdado Cabello o Vladimir Padrino por solo nombrar a algunos, se consagraron por vejar, violar, mutilar y asesinar a quienes tuviesen ideas distintas a las del III Reich;
Rudolph Hess, Reinhard Heydrich o Franz von Papen siempre negaron la existencia de librepensadores, comunistas, judíos, masones, mestizos, gitanos, homosexuales, Pentecostales, negros, Testigos de Jehová, discapacitados y enemigos de guerra, y denigraban de ellos con epítetos que pudieran equiparase hoy a escuálidos, pitiyanquis, chukys, sifrinos, fascistas, hijitos de papi y mami.
A nadie en su sano juicio se le ocurrió proponer a ninguno de los herederos de Hitler, para que conciliara al pueblo teutón, primero porque tenían responsabilidad y segundo por carecer de autoridad moral, pero hagamos un ejercicio:
Imaginemos por un momento, que la mayoría de los personajes que mencioné en los párrafos precedentes no hubiesen sido enjuiciados luego de la derrota Alemana;
Supongamos que Hitler antes del suicidio, bien por su mano o por ponerse en manos de los médicos que le suministraron el cianuro (algo así como someterse a un tratamiento médico con galenos caribeños) hubiese designado a su heredero para que llevase las riendas del Reich;
Conjeturemos que el hijo del líder supremo y eterno, para reconciliar, comenzase a gritar: “Hitler vive, la lucha sigue”; “los invito al diálogo de paz pero el que no asista es un traidor”; “el III Reich es un gobierno de amor, los que quieran paz que se monten en el tren que conduzco, sino que sigan a los campos de concentración”.

Hablas a juro o te obligo a hablar

Que cualquiera de estos personajes desalmados llamase al diálogo pero continuase insultando y vejando, asesinando y reprimiendo, negando los derechos constitucionales, sería cosa de locos. Hubiese sido como cruel con las víctimas, hubiese sido cínico con los torturados, hubiese sido como que los nazis ganasen, aun perdiendo.
La conciliación se puede dar en medio del fragor del conflicto, si hay propósito de enmienda de quien detenta el poder, porque en medio de un ambiente de impunidad, es imposible hablar de paz.
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, luego de los desmanes del líder supremo y de sus camaradas, incluidos los colectivos de la época, las SS y las SA, se requería el dialogo, pero fue un líder opositor al nazismo, execrado y encarcelado varias veces durante el nacionalsocialismo alemán, Konrad Adenahuer, a quien le tocó asumir las riendas de la Alemania dividida y derrotada, para tender puentes y reconstruir la sociedad.
El problema no es aceptar que se quiere platicar por la paz, pero hacerlo sin reglas, sin agenda, sin normas del buen oyente y del buen hablante sería un diálogo de guerra y más que un diálogo sería un monólogo de paz, que solo se lo cree el ungido por el que ya no está.

Llueve… pero escampa

1 comentario:

  1. Insinúa usted que el Adenauer venezolano será un personaje que haya estado preso y haya sido vejado. Siendo así la lista de candidatos aumenta a diario

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