Miguel Yilales
@yilales
Recuerdo que en mis años mozos, para no decir
que fue hace tiempo, a los niños nos cantaban una canción de un héroe que
se había ido a la guerra y que nadie sabía si volvería, luego supe que se
refería al duque de Marlborough, quien había peleado en la Guerra de Sucesión
Española.
Siempre me imaginé a Mambrú, que fue la
adaptación española de Marlborough, como el protagonista de una serie de la
televisión que en 24 horas podía enfrentar bombas, explosiones, virus, amenazas
nucleares, asesinatos de presidentes, interrogatorios y ataques terroristas.
Resulta que la próxima temporada de esa serie
podría ser una adaptación de un guion originalmente revolucionario, chavista,
obrerista y antiimperialista ambientado en Venezuela, con lo cual el régimen derrotaría
la perversa manipulación de la televisión y el cine norteamericanos e impondría
su verdad.
Imagínense el argumento: un pequeño país
petrolero, garante de la paz interplanetaria, la biodiversidad, la lucha contra
el calentamiento global y la multipolaridad, enfrenta guerras, intrigas,
conspiraciones y ataques diversos que buscan derrocarlo.
Para desmontar la peligrosa amenaza usaría
agentes como Bauer, Bond, McGyver y hasta Rambo todos adscritos al Servicio
Bolivariano de Inteligencia (SEBIN), una mezcla tropical de la CIA, MI6 y el
Mossad.
Guerras
como arroz
Tan grave sería la situación que se viviría en
esa Tierra de Gracia que al principio sería atacada con una guerra económica
que vacíe los anaqueles de los supermercados no por desabastecimiento, falta de
inversión, invasiones al campo y desestimulo al sector privado sino porque sus
habitantes consumen más de lo debido; además tendría una guerra de
desestabilización política producida por unos estudiantes con pancartas y unas señoras
con cacerolas que generarían el desvío de los recursos destinados a la
educación, la salud y el desarrollo para controlar a los pitiyanquis de la
extrema derecha.
Como sí la amenaza económica, los estudiantes
y las cacerolas no fuesen suficientes, continuarían con una guerra
bacteriológica, por supuesto, promovida por el imperio norteamericano, el expresidente
colombiano Álvaro Uribe y la oposición venezolana.
Ellos para lograr su fin alterarían
genéticamente unos mosquitos que serían capaces de detectar con cybersensores solo
a personas con escasos recursos (no tiene que ver con las condiciones de salubridad,
aguas blancas, aguas servidas, entre otros) para inocularles un virus que pudiera
ser atendido en los hospitales y ambulatorios altamente equipados (como
corresponde a un país petrolero) pero en el que los insumos médicos escasean
como parte del boicot que las empresas farmacéuticas han implementado por una insignificante
deuda.
Además padecerían una guerra meteorológica
entre los meses de mayo y noviembre (no confundir con período lluvioso, ni con que
en el Atlántico la temporada de huracanes se repita anualmente en esta época)
en que el imperio bombardearía las nubes para que las calles y avenidas de las
ciudades venezolanas permanecieran inundadas a pesar de los ingentes esfuerzos
por mantener las quebradas, desagües y alcantarillas libres de obstáculos.
Sigue
la conspiración
Pero no sería suficiente generar ese tipo de crisis,
sin tener agentes encubiertos o infiltrados que se hiciesen pasar por amantes
de la tierra de Bolívar. Estos podría ser cantantes, actores o actrices que cumplieran
misiones para desencadenar “la salida” del aguilucho obrero (aclaro que no es
familia de la mascota de las Águilas del Zulia, sino hijo putativo de Águila
1).
Uno de los agentes podría ser un niño, hijo de
adecos (no podía ser de otra manera), que con 4 años de edad fuese convertido
en un topo, con alias de felino y encubierto como cantante o tener una Mata
Hari cubanovenezolana, reclutada luego de escapar de La Habana con 5 años de vida,
que se dedicase a cantar, actuar y representar al país en certámenes de belleza
con la intención de hacerse pasar por venezolana para luego atentar contra el
eficiente, eficaz, tolerante y transparente gobierno de Venezuela.
De verdad que este guion serviría para una
parodia rochelera, sino fuese por lo repetitivo, absurdo y desatinado de sus argumentos.
Para los mitómanos que dirigen esta revolución toda esta ficción ocurre en
realidad, para los venezolanos que la padecemos es una producción de miseria,
muerte y desolación, con un pésimo comandante en jefe, en la que ni Mambrú va a
la guerra.
Llueve… pero escampa
Que horror, que horror, que pena....!
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