jueves, 19 de marzo de 2015

Esa carta desgraciada

Miguel Yilales
@yilales
El venezolano tiene una memoria muy corta. Basta que pasen días y quizás meses de un acontecimiento para empezar a imaginarlo como uno quisiera que fuese y no como realmente ocurrió.
Tan es así que en los últimos años la casta gobernante ha destruido la historia del país y armado una, a su conveniencia, y ya se escuchan quienes la repiten como loros y cotorras.
Es por eso que recurrir a los epistolarios son una forma más fidedigna para reconstruir de primera fuente testimonial una época, un período y un momento histórico. Son en primer término una autobiografía que puede leerse como si fueran verdaderas memorias.
Todo carteo es integral y en él de seguro encontraremos cualquier tipo de epístolas: las cortas y frías usadas para meros trámites y las largas e intensas, enviadas a los amigos en tono cálido y confidencial.
Desde Flaubert hasta Tolstoi, desde Thomas Mann hasta Tolkien, sin olvidar la correspondencia medieval o la renacentista, las cartas no sólo reflejan una intimidad personal, sino que constituyen también la historia de una época.

“Por su obra lo conoceréis”

Al final del Sermón de la Montaña, según relata Mateo, a Jesús de Nazaret le preguntaron como reconocerían a sus verdaderos discípulos y, por tanto, a los verdaderos profetas. Para Él estaba claro: las obras, los hechos, las actuaciones concretas… Es decir, que no se trataba de palabras grandilocuentes, ni de figuras que nos atrajesen por su verborrea o por una apariencia deslumbrante, sino que el criterio de verificación deberían ser sus obras, porque a los árboles se les conoce por sus frutos.
Esa es la razón por la que si deseamos profundizar sobre Simón Bolívar, es mandatorio consultar los 54 tomos de documentos originales, que compiló O’Leary en sus memorias: discursos, proclamas y cartas escritas de puño y letra del Libertador.
Pero si alguien cree que eso era porque en el siglo XIX, no tenían más nada que hacer, estaríamos blasfemando en especial porque Bolívar dedicó sus años a la política, la libertad, la juerga, el amor y tuvo tiempo para dejar obra escrita.
Igual ocurrió en el siglo XX con un venezolano que no tuvo bienes de fortuna pero legó, a los interesados por comprender y evaluar su gestión de hombre público, un archivo de 40 mil documentos escritos entre 1917 y 1981. En la fundación Rómulo Betancourt reposan libros, folletos, discursos, conferencias, mensajes, epistolario, prólogos, artículos de prensa, editoriales y hasta grabaciones de lo que dijo y escribió Betancourt.
Todo esto viene a cuento porque recientemente a la caterva militarista que dice gobernar en Venezuela, le dio por estudiar el “pensamiento” de su líder máximo y lo que encontró fue un pasquín de anécdotas, miles y miles de horas de videos sin ilación discursiva, un mezclote de palabras, citas, prólogos y epílogos de libros supuestamente leídos.

Escribe, que algo queda

Kotepa Delgado mantuvo por muchísimos años una columna en el diario El Nacional, que se llamaba “Escribe, que algo queda”. Según decía, este periodista venezolano, su idea era que se debía escribir sobre cualquier cosa para dejar algo a las generaciones futuras.
Debe ser por eso que el cabecilla secundario, digo porque líder solo hay uno, esta semana le entró por solventar toda la crisis venezolana a punta de cartas.
En sendas epístolas, una a los norteamericanos y otra a los ciudadanos del mundo, dejó claro que Chávez estaba equivocado porque el malo no era George W. Bush sino Barack Obama; que a él le gusta tanto Mickey Mouse, el hot dog, las hamburguesas y todo lo que represente el estilo de vida americano como a cualquier boliburgués; y que comparte los ideales de los “Padres Fundadores” no de Venezuela, ni del Chavismo sino del propio imperio, ahora no tan maluco.
De nada valieron los ejercicios de defensa para la televisión, con misiles amarrados con mecates, tanques hundidos y desembarcos fallidos en la Bahía de Turiamo, porque esta carta desgraciada, puño y letra (y no de una amada), mostraba la soledad del desamor que plasmaron Gualberto Ibarreto y Enrique Hidalgo en la canción “La carta de soledad”.
Ojalá la oposición venezolana tuviese claridad para leer (entre líneas) la carta que ayer le dio soledad a Nicolás y entendiera que la única forma de lograr resultados con estos revolucionarios es presionándolos con los pocos resquicios que dejan, para así llegar al objetivo de reconstruir el país sin los obstáculos que ellos representan.

Llueve… pero escampa

1 comentario:

  1. Estimado Profesor: Se le olvida al autor de la misiva que "Verdugo no pide clemencia"

    ResponderEliminar