sábado, 20 de junio de 2015

Intensa-mente maduro

Miguel Yilales
@yilales
Lo primero que quiero aclarar a mis consecuentes lectores es que no he cambiado de parecer en cuanto a las convicciones políticas y mucho menos que, como dijese Fouché, encontraron como torcer y trastocar mis principios y valores. Hechas estas precisiones les digo de qué va este cuento.
Esta semana el estudio Disney Pixar estrenó su más reciente comedia infantil, una película que trata sobre las voces que hay dentro de la cabeza de cada ser humano, es decir, las emociones que hacen una experiencia inolvidable el diario devenir: alegría, tristeza, enojo, desagrado y temor.
La película, según las críticas que se han hecho en las presentaciones privadas y en el Festival de Cannes, será exitosa, una más a las que ya nos tienen acostumbrados estas casas de la magia del entretenimiento, y que además atraerá la aclamación casi universal por lo interesante de la propuesta: entrar en la mente humana.
De ser maravillosa, como parece que será, uno se imagina a la Villa del Cine produciendo un remake boliburgués que hable sobre las voces que debe tener un verdadero socialista, chavista, madurista y diosdadista (espero no haber dejado fuera a ninguna de las tendencias) en la que las emociones tienen que disociarse de la realidad para aferrarse al poder a pesar de sus desatinos. Por supuesto no sería una comedia, sino una tragicomedia con mucho terror y miserias.

Un Godzilla tropical

Si el protagonista fuese la delirante cabeza de algún maduro personaje que profese las ideologías demodés y sin sentido del siglo XX (aunque en nuestro caso a veces llega hasta el XV) de seguro encontraremos que sus emociones son: ira, envidia, terror, odio y resentimiento, con lo cual se entendería ese comportamiento a lo Godzilla en que, a paso de vencedores, siembra muerte, desolación y destrucción a lo largo y ancho de una nación.
Fíjense que sí hablamos de economía hay que sentir mucho resentimiento para mantener el control de cambio, destruir el aparato productivo y pretender vender la idea de que las cosas suben de precio porque hay unos malévolos empresarios que en lugar de producir para hacerse más ricos, prefieren la quiebra para derrocar al gobierno.
Pero si en su lugar el tema a conversar es el trato inhumano y salvaje hacia los políticos presos por hacer política (una frase genial de Felipe González), la criminalización de las protestas o cómo actúan contra los que piensan distinto a ellos, quien gobierna las acciones de seguro es la ira, única forma de entender que no exista el debido proceso, que se solucione todo con gas del bueno o que se pretenda enjuiciar desde un simple tuit hasta un ocurrente meme.
En cuanto a la envidia sabemos que asume las funciones de liderazgo cuando le da por criticar de manera malsana al que trabaja y produce, pretende destruir a las universidades porque prefirió cambiar el libro por la libra (no crean que se me pegó el sexismo idiomático) de piedras que lanzaba cada jueves (día de protesta) para vaguear hasta el lunes o por la manera en que insulta, veja, desprecia a todo el que es más exitoso y tiene méritos que mostrar.

A expensas de sus miedos

Aunque quien debe gobernar la mayor parte del tiempo a este maduro protagonista debe ser el terror porque: no se imagina fuera del poder; sí hace cambios lo acusaran de traidor al proceso y si no los hace lo será por destruir la nación; ocultó la verdadera fecha de la muerte de su padre putativo y a alguien se le puede ir el yoyo sobre cómo se firmaron decretos desde el más allá; y se sabe cautivo de los mazazos de Diosdado, de los militares que no le paran y las flores (y no es Cilia) con que actúan los colectivos de paz.
Y dejé para el final al sentimiento que más disfruta y lo representa: el odio. Es que solo desde la animadversión, la tirria, la enemistad y la ojeriza se puede explicar todo el esfuerzo puesto de manifiesto para desaparecer la venezolanidad de la faz de la tierra y su aspiración de vernos deambular con ambas rodillas en tierra, sometidos a los designios del decrépito titiritero cubano que lo maneja a él y que lo ha convertido en un hazmerreír de marca mundial.
Propongo que para evitar las demandas del emporio norteamericano de entretenimiento, porque todas las querellas las estamos perdiendo, podrían parafrasear el nombre de la película y llamarla “Maduro de-mente intenso” (no me refiero a apellido alguno, sino a la madurez) y quien quita le den un Oscar por sus perversas emociones.

Llueve… pero escampa

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