Por Miguel Yilales
@yilales
En toda fábula, cuento o historia podemos encontrar una lección
gracias a la aparición de personajes que representan el bien y el mal. Desde
los Textos Sagrados hasta los cuentos infantiles encontramos a héroes y
villanos que nos hacen reflexionar. Entre estos hay uno en particular que
destaca por ser maquinador, cruel y vil pero que siempre es derrotado.
Eso de ir a la casa de la abuela de Caperucita y ocupar su
lugar solo porque espera el primer descuido para lanzar un zarpazo que acabe
con la vida de una inocente; perseguir a los más débiles para destruirles sus
humildes viviendas con el simple soplido y pretender usar las pieles de los corderos
y ovejas para engañar a los incautos antes de descubrir su verdadera naturaleza
solo puede estar en mentes retorcidas, desquiciadas y ladinas capaces de todo
para lograr un objetivo.
Que eso ocurra en los cuentos infantiles es normal, el
problema es cuando quienes asumen esas características son los políticos. En
Venezuela ya tenemos una larga experiencia con estos depredadores en constante
cacería para acabar con todo a su alrededor. Aunque entre ellos haya lobos que son
bobos porque no engañan, ni asustan a nadie, son inofensivos, faltos de
entendimiento, la razón nunca les asiste, están mofletudos, tienen poca
agilidad, se muestran torpes al hablar, les da miedo asumir la realidad y su
ferocidad generaría carcajadas si no fuese porque caeríamos en lo absurdo.
Ni con contingentes
Imaginen ustedes a un hipotético jefe de Estado que es malo,
muy malo, que le da por amenazar a sus coterráneos con meterlos en cintura con
todo el poder de las armas y que vive a la caza de una pelea como guapetón y
que dice estar dispuesto a defender los logros de su régimen hasta perder la
vida (como su predecesor se refiere a la de los demás) aunque a la hora de la
chiquita salga corriendo a esconderse bajo las enaguas de un viejo decrépito
que está dispuesto a apuntarle, cual marioneta, qué decir y qué hacer.
Ese mismo personaje es el que está presto a enfrentar a los
ejércitos del mundo con longevos personajes ataviados con uniformes o
regordetes militares que al momento de empuñar el arma apuntan con la culata
hacia adelante, no porque desconozcan las partes de la misma sino porque siempre
les salen los tiros por la retaguardia.
Contra ellos solo resta esperar porque al final actuarán
como un pelotón chiflado al que no se necesita disparar ni un triquitraque.
Estos se caen por sí solos, digo por los kilos y no por las sustancias que
negocian, les explotan los barcos en los muelles, no despegan los aviones para
que no se estrellen y los tanques deben trasladarlos en gandolas amarrados con
mecates porque no se han entrenado para lo que es su oficio sino que les ha
dado por dedicarse a otras labores menos dignas pero más lucrativas.
Si unos estudiantes protestan por su derecho al estudio les
envía contingentes a enfrentarlos; sí unos médicos, profesores, empleados o
enfermeros claman por sueldos justos los trata como criminales y sí a los
viejitos les aprueban un bono para hacer llevadera su vejez les niegan los
recursos para destinarlos a compras superfluas.
Manso como un
corderito
Nuestro feroz personaje que aúlla, gruñe y amenaza con
desatar la guerra de las guerras si el Imperio o algún extranjero intenta
desalojarlo del poder, aunque quienes queremos sacarlo somos más venezolanos
que él, es el mismo que hace como el avestruz cuando unos delincuentes le
decretan un toque de queda en las barriadas caraqueñas y le toman por asalto
comisarías policiales, cárceles y hasta la residencia presidencial.
En Venezuela tenemos años viendo y padeciendo a animales, y
no lo digo en sentido peyorativo, que enseñan las garras a lo interno al primer
vestigio de protesta pero que se quitan la piel de lobo y quedan convertidas en
mansas ovejas frente a los invasores extranjeros, vengan de China, Rusia y, por
supuesto, de Cuba.
Salir de Nicolás Maduro y su régimen es imprescindible y
para ello hay que ponerle coto al tribunal supremo de (in)justicia, a los
rectores del ministerio electoral y a la cúpula militar para que dejen la
costumbre estudiantil de esconder comiquitas dentro de los libros y lean, por
primera vez, la constitución, mientras tanto el lobo que no es lobo usará a
personajes como Escarrá, que dejen su impronta digito testicular, para no
escuchar a la gente vociferar, como el cuento infantil, ¿Quién teme al bobo
feroz?
Llueve… pero escampa
Excelente Miguel.
ResponderEliminar