Por Miguel Yilales
@yilales
Hace algunos años el humorista venezolano Emilio Lovera le
dio por montar una rutina en la que interpretaba a un malandro que estaba
asustado porque las
En Venezuela la cultura del malandro se popularizó, a tal
extremo que desde hace 17 años ocuparon las esferas del poder al atemorizar a
los ciudadanos: le expropiaron los bienes y nunca pagaron, se robaron las liquidaciones
y jubilaciones de los trabajadores botados, encarcelaron a los adversarios
políticos, malversaron los recursos del país, administraron el erario como si
fuese su caja chica particular y creían que gobernarían eternamente porque, en
su cultura malandra, tenían sometidos a todos los venezolanos.
Si bien es cierto que han procurado dominarnos por todas las
vías, aún persiste un cimiento que reacciona contra los abusos, en especial
porque sabe que la razón de este malandro se basa, como en todo guapetón de
barrio, en la amenaza, la intimidación y el amedrentamiento aunque en realidad
este aterrorizado porque se sabe y se siente débil ante el rechazo. Son perros
que ladran pero no muerden.
Políticos los de
antes
En Nicolás Maduro
usted encontrará todas las graduaciones del miedo desde el temor, el recelo, la
aprensión, el espanto, el pavor, el terror, el horror, la fobia, el susto, la
alarma, el peligro y el pánico cada vez que le asoman la posibilidad de ser
sometido a cualquier consulta popular, por eso sale y arremete con las huestes
militares o con sus colectivos armados, que al final son lo mismo, y termina
con bravuconadas televisivas aunque en realidad se le perciba como “palo e
gallinero”.
Atrás quedaron
esos políticos que eran capaces de enfrentar las adversidades. Carlos Andrés
Pérez afrontó un juicio político, eso que llaman impeachment, y fue destituido, aunque visiblemente afectado señaló
que “hubiese preferido otro tipo de muerte política” no se puso con lloriqueos,
ni se ocultó en los calzones de algún viejo decrépito caribeño con el cuento de
que era un golpe de Estado. Ni siquiera Richard Nixon demostró ese coraje y,
ante la posibilidad de la destitución, prefirió renunciar.
Todos los políticos aspiran a llegar al poder y luego de
obtenerlo no quieren perderlo. Ante la sola posibilidad de ser destituidos
entran pánico, y el miedo, aunque pudiera ser mal consejero, debiera activar los
mecanismos de defensa. Para verdaderos políticos esto se traduce en la
rectificación y el cambio, en políticos chapuceros, ineptos y torpes la evasión
y el subterfugio para no ser evaluados.
Hoy los políticos
latinoamericanos, en especial esa corriente socialista del Siglo XXI, les gusta
robar, maquillar las cifras gubernamentales, violar los derechos humanos,
despreciar al adversario político, cercenar la libertad de expresión,
involucrarse con el narcotráfico o hacerse la vista gorda con él, y cuando los
van a investigar pegan el grito en el cielo porque hay una conspiración para
derrocarlos.
Cómplices y malandros
Por eso no permiten que se active ningún proceso en su
contra y se aseguran que sus cómplices se solidaricen automáticamente con ellos:
que sí Dilma es investigada porque escondió las cifras de Odebrecht, Petrobras
y sus jugosos contratos con la revolución bolivariana estamos ante un golpe de
estado; que sí a la Kirchner le descubrieron su relación con las estafas
millonarias con los fondos buitres, el atentado terrorista contra la AMIA y la
sospechosa muerte del fiscal Alberto Nisman no se trata de justicia sino de una
persecución política y sí de Nicolás se trata cualquier salida pacífica,
democrática, electoral y constitucional es un atentado planificado por el
imperio y la derecha para acabar con el legado (destructivo) de su antecesor,
que él lo ejecuta a la perfección.
Ese malandro, que detenta el poder desde Miraflores, amenaza
a sus adversarios políticos y a “los agentes del imperio que vengan a matarlo
con meterlos a las cámaras de tortura recontra probadas” (Maduro dixit), es el
mismo que no sale de una sola temblequera ante el riesgo de ser desalojado del poder. Los
ciudadanos delegamos el poder y lo quitamos, en especial si estamos ante un
malandro que está asustado.
Llueve… pero escampa
Hasta que el malandro se asusto con el carro de Dracula, jajaja, muy bueno Miguel
ResponderEliminar