domingo, 24 de abril de 2016

Es malandro y está asustado

Por Miguel Yilales
@yilales
Hace algunos años el humorista venezolano Emilio Lovera le dio por montar una rutina en la que interpretaba a un malandro que estaba asustado porque las
cosas estaban tan apretadas que a lo mejor hasta trabajo tendría que buscar. Es que malandro no trabaja, sino que es violento por naturaleza, quiere destruir los valores y estructuras de la sociedad para anteponer sus ansias de poder a través de la subordinación incondicional por medio del terror.
En Venezuela la cultura del malandro se popularizó, a tal extremo que desde hace 17 años ocuparon las esferas del poder al atemorizar a los ciudadanos: le expropiaron los bienes y nunca pagaron, se robaron las liquidaciones y jubilaciones de los trabajadores botados, encarcelaron a los adversarios políticos, malversaron los recursos del país, administraron el erario como si fuese su caja chica particular y creían que gobernarían eternamente porque, en su cultura malandra, tenían sometidos a todos los venezolanos.
Si bien es cierto que han procurado dominarnos por todas las vías, aún persiste un cimiento que reacciona contra los abusos, en especial porque sabe que la razón de este malandro se basa, como en todo guapetón de barrio, en la amenaza, la intimidación y el amedrentamiento aunque en realidad este aterrorizado porque se sabe y se siente débil ante el rechazo. Son perros que ladran pero no muerden.

Políticos los de antes

En Nicolás Maduro usted encontrará todas las graduaciones del miedo desde el temor, el recelo, la aprensión, el espanto, el pavor, el terror, el horror, la fobia, el susto, la alarma, el peligro y el pánico cada vez que le asoman la posibilidad de ser sometido a cualquier consulta popular, por eso sale y arremete con las huestes militares o con sus colectivos armados, que al final son lo mismo, y termina con bravuconadas televisivas aunque en realidad se le perciba como “palo e gallinero”.
Atrás quedaron esos políticos que eran capaces de enfrentar las adversidades. Carlos Andrés Pérez afrontó un juicio político, eso que llaman impeachment, y fue destituido, aunque visiblemente afectado señaló que “hubiese preferido otro tipo de muerte política” no se puso con lloriqueos, ni se ocultó en los calzones de algún viejo decrépito caribeño con el cuento de que era un golpe de Estado. Ni siquiera Richard Nixon demostró ese coraje y, ante la posibilidad de la destitución, prefirió renunciar.
Todos los políticos aspiran a llegar al poder y luego de obtenerlo no quieren perderlo. Ante la sola posibilidad de ser destituidos entran pánico, y el miedo, aunque pudiera ser mal consejero, debiera activar los mecanismos de defensa. Para verdaderos políticos esto se traduce en la rectificación y el cambio, en políticos chapuceros, ineptos y torpes la evasión y el subterfugio para no ser evaluados.
Hoy los políticos latinoamericanos, en especial esa corriente socialista del Siglo XXI, les gusta robar, maquillar las cifras gubernamentales, violar los derechos humanos, despreciar al adversario político, cercenar la libertad de expresión, involucrarse con el narcotráfico o hacerse la vista gorda con él, y cuando los van a investigar pegan el grito en el cielo porque hay una conspiración para derrocarlos.

Cómplices y malandros

Por eso no permiten que se active ningún proceso en su contra y se aseguran que sus cómplices se solidaricen automáticamente con ellos: que sí Dilma es investigada porque escondió las cifras de Odebrecht, Petrobras y sus jugosos contratos con la revolución bolivariana estamos ante un golpe de estado; que sí a la Kirchner le descubrieron su relación con las estafas millonarias con los fondos buitres, el atentado terrorista contra la AMIA y la sospechosa muerte del fiscal Alberto Nisman no se trata de justicia sino de una persecución política y sí de Nicolás se trata cualquier salida pacífica, democrática, electoral y constitucional es un atentado planificado por el imperio y la derecha para acabar con el legado (destructivo) de su antecesor, que él lo ejecuta a la perfección.
Ese malandro, que detenta el poder desde Miraflores, amenaza a sus adversarios políticos y a “los agentes del imperio que vengan a matarlo con meterlos a las cámaras de tortura recontra probadas” (Maduro dixit), es el mismo que no sale de una sola temblequera ante el riesgo de ser desalojado del poder. Los ciudadanos delegamos el poder y lo quitamos, en especial si estamos ante un malandro que está asustado.

Llueve… pero escampa

1 comentario:

  1. Hasta que el malandro se asusto con el carro de Dracula, jajaja, muy bueno Miguel

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