domingo, 12 de febrero de 2017

El doctor Maduro y míster Nicolás

Por Miguel Yilales
@yilales
La dualidad que puede sentir un hombre en su ser interior y la dicotomía entre el bien y del mal, mezclados en una misma historia, fue lo que inspiró al escritor Robert Louis Stevenson para describirnos, en una lacerante crítica al período victoriano, como en los seres humanos siempre confluyen y están en conflicto el bien y el mal; la respetabilidad externa y la lujuria interna; la honestidad personal y la desfachatez social.
Pareciera que la pócima secreta, de la que hablaba Stevenson en “El extraño caso del doctor Jekyll y míster Hyde”, que logra transformar al más vil personaje en un tierno cordero o a un culto doctor en el mayor asesino, ya fue empleada por algunos protagonistas de la política venezolana que, como Jekyll, han sido capaces de separarse de algún vestigio de humanidad (aunque desde hace tiempo sabíamos que no la poseían) para mostrar el lado más maléfico de su esencia (que han manifestado desde 1992) y convertirse en diestros misántropos especializados en las más brutales atrocidades.
Si bien es cierto que entre la ficción literaria y la realidad hay mucho trecho, pareciera que, en los momentos que vivimos, las distancias se han acortado: las comunicaciones instantáneas, los teléfonos móviles, las videoconferencias o los vehículos que no requieren combustibles fósiles eran quimeras propias de la ficción, de los guiones cinematográficos o de las travesuras radiales pero hoy a nadie le extrañan ni les son ajenos.
Cachorros domesticados
De lo que no hay evidencias es que hayan inventado, por lo menos que se sepa, la fórmula que transformaba a Jekyll en Hyde o viceversa, aunque pareciera que a un personajillo de la política venezolana le inocularon, le inyectaron o le dieron a aspirar algún polvo (sin insinuaciones a los florecientes negocios familiares nacidos en revolución) que lo transformó en fútil cervatillo.
Fíjense que desde que Donald Trump ganase las elecciones, y especialmente luego de que asumiera el poder, se acabo la majadería de andar exigiendo alguna derogatoria (el único revocatorio que le gusta) de la orden ejecutiva que catalogaba como una amenaza a unos despreciables políticos y militares chavistas por sus vinculaciones con el terrorismo y el narcotráfico internacional y por violadores de los Derechos Humanos de los venezolanos; no han protestado por el agresivo plan para dejar de depender de inestables mercados petroleros (como el nuestro) ni por las discriminatorias políticas de inmigración que solo han sido refutadas por los propios norteamericanos y por un sistema judicial (independiente) que lo frenó.
Es que para los venezolanos ya era normal saberlo arrastrado y que consultaba todo con el régimen esclavista y bestial que subyuga a la mayor de las Antillas pero eso de ver a un comecandela, revolucionario, socialista, antiimperialista, zamorista y profundamente chavista mostrándose obediente, sumiso, manejable y disciplinado, cual cría canina con el rabo entre las piernas y en búsqueda de unas palmaditas de aprobación de Mr. President Trump, es como demasiado. Tanto que hablaba de los cachorros del imperio para terminar transmutado en uno de ellos.
Remedos de espantapájaros
La realidad es que estamos ante unos déspotas que en la política interna amenazan a la oposición pero en las relaciones exteriores no profieren una palabra altisonante contra el sucesor de Barack (como sí lo hicieron con Clinton, Bush y con el propio Obama); habitamos con unos sanguinarios que aspiran a una escaramuza que devenga en una mortandad de venezolanos que les permita perpetuarse en el poder pero que tiemblan al oír hablar de marines, fusiles, misiles, tanques y cañones gringos así estén en el lejano Oriente; coexistimos con unos tiranuelos y dictadorzuelos que se disfrazan de demócratas pero que no participarían en una elección de la junta de condominio de un edificio de la Gran Misión Vivienda Venezuela para no quedar después de la ambulancia.
Estos remedos de espantapájaros que solo han mostrado su lado más oscuro y perverso porque están embriagados de poder pero que pueden ser derrotados con la presión de la calle y obligados a volver a su esencia natural ya que son unos bravucones que al final actúan según las enseñanzas de su comediante supremo y eterno: se espantan al primer fogonazo, huyen hacia adelante y se rinden sin pelear como admirablemente y sin tapujos lo han hecho el doctor Maduro y míster Nicolás.

Llueve… pero escampa

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