Por Miguel Yilales
@yilales
La dualidad que puede sentir un hombre en su ser interior y
la dicotomía entre el bien y del mal, mezclados en una misma historia, fue lo
que inspiró al escritor Robert Louis Stevenson para describirnos, en una
lacerante crítica al período victoriano, como en los seres humanos siempre confluyen
y están en conflicto el bien y el mal; la respetabilidad externa y la lujuria
interna; la honestidad personal y la desfachatez social.
Pareciera que la pócima secreta, de la que hablaba Stevenson
en “El extraño caso del doctor Jekyll y míster Hyde”, que logra transformar al
más vil personaje en un tierno cordero o a un culto doctor en el mayor asesino,
ya fue empleada por algunos protagonistas de la política venezolana que, como
Jekyll, han sido capaces de separarse de algún vestigio de humanidad (aunque
desde hace tiempo sabíamos que no la poseían) para mostrar el lado más maléfico
de su esencia (que han manifestado desde 1992) y convertirse en diestros misántropos
especializados en las más brutales atrocidades.
Si bien es cierto que entre la ficción literaria y la
realidad hay mucho trecho, pareciera que, en los momentos que vivimos, las
distancias se han acortado: las comunicaciones instantáneas, los teléfonos
móviles, las videoconferencias o los vehículos que no requieren combustibles
fósiles eran quimeras propias de la ficción, de los guiones cinematográficos o
de las travesuras radiales pero hoy a nadie le extrañan ni les son ajenos.
Cachorros domesticados
De lo que no hay evidencias es que hayan inventado, por lo
menos que se sepa, la fórmula que transformaba a Jekyll en Hyde o viceversa,
aunque pareciera que a un personajillo de la política venezolana le inocularon,
le inyectaron o le dieron a aspirar algún polvo (sin insinuaciones a los
florecientes negocios familiares nacidos en revolución) que lo transformó en
fútil cervatillo.
Fíjense que desde que Donald Trump ganase las elecciones, y especialmente
luego de que asumiera el poder, se acabo la majadería de andar exigiendo alguna
derogatoria (el único revocatorio que le gusta) de la orden ejecutiva que catalogaba
como una amenaza a unos despreciables políticos y militares chavistas por sus
vinculaciones con el terrorismo y el narcotráfico internacional y por
violadores de los Derechos Humanos de los venezolanos; no han protestado por el
agresivo plan para dejar de depender de inestables mercados petroleros (como el
nuestro) ni por las discriminatorias políticas de inmigración que solo han sido
refutadas por los propios norteamericanos y por un sistema judicial
(independiente) que lo frenó.
Es que para los venezolanos ya era normal saberlo arrastrado
y que consultaba todo con el régimen esclavista y bestial que subyuga a la mayor
de las Antillas pero eso de ver a un comecandela, revolucionario, socialista,
antiimperialista, zamorista y profundamente chavista mostrándose obediente, sumiso,
manejable y disciplinado, cual cría canina con el rabo entre las piernas y en
búsqueda de unas palmaditas de aprobación de Mr. President Trump, es como demasiado. Tanto que hablaba de los cachorros
del imperio para terminar transmutado en uno de ellos.
Remedos de
espantapájaros
La realidad es que estamos ante unos déspotas que en la
política interna amenazan a la oposición pero en las relaciones exteriores no
profieren una palabra altisonante contra el sucesor de Barack (como sí lo
hicieron con Clinton, Bush y con el propio Obama); habitamos con unos sanguinarios
que aspiran a una escaramuza que devenga en una mortandad de venezolanos que
les permita perpetuarse en el poder pero que tiemblan al oír hablar de marines,
fusiles, misiles, tanques y cañones gringos así estén en el lejano Oriente; coexistimos
con unos tiranuelos y dictadorzuelos que se disfrazan de demócratas pero que no
participarían en una elección de la junta de condominio de un edificio de la
Gran Misión Vivienda Venezuela para no quedar después de la ambulancia.
Estos remedos de espantapájaros que solo han mostrado su
lado más oscuro y perverso porque están embriagados de poder pero que pueden
ser derrotados con la presión de la calle y obligados a volver a su esencia natural
ya que son unos bravucones que al final actúan según las enseñanzas de su comediante
supremo y eterno: se espantan al primer fogonazo, huyen hacia adelante y se rinden
sin pelear como admirablemente y sin tapujos lo han hecho el doctor Maduro y míster
Nicolás.
Llueve… pero escampa
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