miércoles, 20 de febrero de 2013

Bond, el Cid o Ratzinger

Miguel Yilales 
@yilales 
Después de las grandes guerras del siglo pasado, en el orbe se inició un período donde la confrontación alcanzó niveles álgidos, entendiendo lo álgido en cualquiera de las acepciones que señala la fuente de nuestro idioma: frío o culminante de diversos procesos políticos. 
En medio de la llamada guerra fría, el mundo necesitaba buscar emociones en un oficio que, aunque oficial, debió ser ficcionado: el espionaje. 
Caer obnubilado por las hazañas del personaje de Ian Fleming era, y aun hoy es, motivo de exaltación. Bond, James o simplemente 007, inspiraba temor a sus enemigos. Siempre elegantemente trajeado, de modales refinados, con un “martini mezclado, no agitado” y usando toda clase de implementos tecnológicos podía vencer cualquier obstáculo que se le presentara. 
Un hombre frío, calculador, avispado, enérgico, extremadamente observador, audaz, implacable y con la habilidad de poder atraer fácilmente a las mujeres. Un hombre de acción mezclado con irresistible encanto, es decir todo un encantador de serpientes. 
El comandante protagoniza sus propias aventuras, tiene “licencia para matar”, en las que usa todas las técnicas y prácticas propias del espionaje, para la obtención encubierta de datos e información confidencial; se infiltra y hace uso del soborno y el chantaje. 
Esas técnicas son las que le permiten entrar y salir de los distintos países en aeronaves indetectables, camuflarse para no ser visto, ni siquiera por las propias fuerzas aliadas, mimetizarse para, cual espectro, poder realizar acciones encubiertas. Es decir que está pero sin estar. 
En este país estamos viviendo una historia que pareciese salida de la pluma del novelista inglés. Tenemos un presidente que no es, que nadie sabe si está, que se supone enfermo, que vuela en aeronaves que evaden los sistemas más modernos de detección, que es capaz de usar todas las técnicas para mantener en vilo, incluso a sus acólitos, por no haberlo visto y mucho menos oído, pero moviendo el poder. 
Para algunos en cualquier momento podría ser una versión criolla del “guerrero en batallas a campo abierto” y que montado en Babieca blandiendo sus espadas Colada y Tizona, libre la última batalla de sus huestes, sin importar si ha sido embalsamado como lo fue el Campeador. 
Lo cierto es que este héroe de marras debiera entender que los tiempos han cambiado, que la historia exige sacrificios, bien para que salgan las lágrimas de los dolientes, bien para que salgan los grupos armados a demostrar su frustración a “punta de plomo al aire” o inclusive para que salgan los que quieran mostrar sus sentimientos, a la usanza de los velorios orientales, a punta de caña. 
Tanto ha cambiado el mundo que hasta el Papa, infalible por designio divino y dogma de la iglesia, reconoció que era el momento de dar paso a un nuevo Pontífice y ni por asomo se le ocurrió dar un mensaje Urbi et Orbi, para instruir por quien debía votar el Colegio Cardenalicio. 
Llámese Bond, el Cid o Ratzinger es el momento de reconocer que no se puede seguir al frente, si no se puede. 
Llueve pero… escampa

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