miércoles, 23 de enero de 2013

La Usurpadora bolivariana


Miguel Yilales
@yilales

Que alguien suplantara a otro y nadie se percatara era el sueño dorado, de todo el que haya crecido con la televisión de los 70. Era la ficción contada magistralmente por Inés Rodena y que llevase a la pantalla Juan Lamata. Que sí era Alicia Estévez o Rosalba Bracho no era lo importante, lo fascinante es que ambas aparecerían para cambiar la vida de su entorno.
Recuerdo que era imposible, que mis hermanas y yo, con escasos años, viéramos televisión después de ciertas horas y menos ciertos contenidos programáticos, pero siempre nos las arreglábamos para que con un ojo abierto y el otro cerrado o escondidos entre las sábanas, pudiéramos ver lo que era prohibido: Sombras Tenebrosas, con Barnabas Colins incluido o La Usurpadora.
Que posibilidades había que dos gemelas, separadas al nacer, no se conocieran; que la buena reemplazara a la mala, para que esta se fuese de farra y se entregase a la pasión; que la mala se enfermase y al regresar inculpara a la buena; que la buena fuese presa y la mala se quedara con todo, pero en silla de ruedas, maltrecha y a la espera del desenlace, que la sacase del juego, para que triunfara el bien.
Pero a pesar de lo ficticio de la historia, todos nos preguntábamos, donde estaba nuestro gemelo, que nos sacara la pata del barro, que asumiera nuestras culpas, que fuese quien cargase con los errores.
Cuando ya han trascurrido más de 4 décadas, esa ficción se convirtió en realidad. Casi el mismo tiempo de lo que maltrechamente llaman la democracia puntofijista, implosionada por la irrupción de ese vendaval tropical, que destrozó todo lo que encontró a su paso, para conformar una plutocracia que se incoo en el poder en Venezuela desde 1998.
Estamos ante una nueva puesta en escena de La Usurpadora, por cierto versionada en 5 ocasiones entre México y Venezuela. En este caso el muchacho de origen humilde, aunque hoy pueda ostentar riquezas no auditables, conductor de oficio, le ha correspondido suplantar a ese “hermano gemelo”, que por causas sobrevenidas ha decidido separarse de su entorno.
Emborrachado de poder, se confabula con su padre putativo, para disfrutar de las mieles de la fama y la fortuna de ser cabeza de una empresa heredada por el voto popular. El odia a su propia empresa, pero sigue ahí por las relaciones, el dinero y la buena posición que genera ser su presidente.
Entre viaje y viaje al paraíso caribeño, se encuentra frente a frente con su doble, que aunque veía a diario, no había comprobado que aquel humilde hombre era idéntico a él. Son tan exactos como dos gotas de agua: majaderos, con menos verborrea, narciso, camorrero, en fin iguales.
Es ahí cuando deciden intercambiar roles, que uno se retirase al descanso sempiterno, mientras que el otro asumiera funciones para las cual nadie lo escogió.
Todo esto en el mundo del realismo mágico, fuese un buen guion cinematográfico, pero en la tragicomedia que nos está tocando vivir, es fatal, los venezolanos estamos frente a usurpadores, que no les importa la legalidad, porque son meros formalismos. Solo les interesa mantener el poder y mientras tanto todos los ciudadanos, vemos entre sábanas y con los ojos entreabiertos toda la trama, sin siquiera dejar que nos descubran como espectadores, para no molestar e importunar al gendarme que nos vigila desde el paraíso insular. No es lo que nos hacen, sino lo que dejamos que nos hagan, en este proceso usurpador.
Llueve… pero escampa!

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