miércoles, 30 de enero de 2013

Confluencia ineludible

Miguel Yilales
@yilales
Los amores se inician, terminan y se reconcilian. Hay novios que pasan la vida peleando, pero no pueden dejarse. Atenas y Esparta estaban irremediablemente unidas. Puerto La Cruz y Barcelona, Barranquilla y Cartagena, Venezuela y Colombia no pueden vivir una sin la otra. Podrían odiarse y hasta tratar de devorarse, pero permanecerán como siameses hasta el final de los días.
Cuenta la leyenda que dos aborígenes nacidos en tribus distintas se conocieron un día. Se enamoraron a primera vista, pero no contaron con la resistencia de los caciques, sus taitas, quienes se opusieron a la unión. Al separarse juraron encontrarse para unirse de por vida.
Él recorrió más de 2 mil kilómetros y ella poco menos de mil, para ir al encuentro de su amor. Aún así la unión no se consumó. La reticencia de los patriarcas imperó, aunque no contaron con la perseverancia de los jóvenes amantes que seguirían intentándolo hasta consumar su pasión.
Esta leyenda nos ilustra sobre ese paisaje mágico, único y encantador que se descubre ante nuestros ojos en la confluencia de los ríos Orinoco y Caroní. Él y ella embrujan al espectador en ese encuentro. Separados pero yuxtapuestos. Irremediablemente juntos, en ese periplo que los lleva, hasta diluirse en el gran océano.
En la política o en los conflictos, el resultado final siempre es el acuerdo. Luego de las guerras más cruentas, de los conflictos internos más sangrientos, de las peleas tribales o ideológicas, las partes han tenido que negociar y pactar las condiciones de convivencia, dejando de lado las muertes y las desapariciones.
En este proceso “humanista” que vivimos, tenemos más muertes violentas que las registradas en la mayoría de los conflictos del siglo XXI, sin estar en conflicto. Ha habido más familias enlutadas, por razones políticas, que las registradas durante el gomecismo y perezjimenismo. Han sobrevenido más fenecidos por odios heredados, que los registrados durante las insurrecciones armadas maquinadas por caribeñas mentes viles y perversas. 
Luego de cada uno de esos episodios los hermanos debieron sentarse y hablar, las familias sentarse y hablar, los políticos sentarse y hablar. El país debió sentarse y hablar. 
El triunfo de la negociación política ha prevalido, muy por encima de divisiones ficticias, creadas por nigromantes que solo les interesaba perpetuarse en el poder, antes y ahora.
Los defraudadores amos pueden pretender separar a los enamorados y hacerlos recorrer miles de dificultades y terrenos escabrosos, pero no podrán evitar que se reencuentren al final del periplo y que sigan juntos, por ser ese su destino.
Los venezolanos no podemos permitir que se nos siga robando el futuro, por un presente divisor. No podemos darnos el lujo de que triunfe el odio, porque estaremos enlazados hasta el final de nuestros días. 
Se hace necesaria la confluencia ineludible que nos permita fundirnos en un solo país y en un solo ser, hasta alcanzar la desembocadura del éxito. 
Llueve… pero escampa!

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