Miguel Yilales
@yiales
Siempre he creído en los procesos
democráticos. Desde que estaba en mis años mozos, participaba en los procesos
electorales que hacían en el liceo, donde llegué a ser representante a través
del centro de estudiantes, en especial en una época en que ser parte de ese
cuerpo, y estar en el área de influencia de la universidad primigenia del país
(mi liceo está a escasas cuadras de la UCV, en la misma urbanización donde
dicen que nació el que no tiene partida de nacimiento) significaba tirar piedras.
Resulta que se participaba, nos sometíamos al
proceso de votación y, terminado el mismo, al escrutinio. Las papeletas eran contadas
manualmente, voto a voto: unos salían para una plancha, otros para la otra,
estaban los que votaban nulos y los que votaban blanco (que no tenía que ver
con el otrora partido del Pan, Tierra y Trabajo), para luego determinar a
cuantos no les interesaba el proceso, es decir los abstencionistas, que por
cierto en esa época eran insignificantes.
En esos procesos teníamos una comisión
electoral honesta, que no era parte del proceso sino garante de que la gente
votara, que se cumplieran las reglas de convivencia electoral, que nadie
destruyera propaganda electoral, que no votara quien no fuese alumno del
liceo, garantizaban que las urnas electorales fuesen resguardadas y velaban
porque no se emitieran más votos de los que eran. Es decir cumplían sus
funciones y nos hacían confiar en el proceso.
Algo
huele mal en Dinamarca
Todo esto viene a cuento porque después de
muchos años por primera vez parecía que se iba a renovar el Poder Electoral, de
acuerdo a lo que dice la constitución, es decir, con personas no vinculadas con
los partidos políticos, postulados por la sociedad civil, las universidades y
el Poder Ciudadano, para así tener un árbitro electoral ecuánime, equitativo y
justo.
Se suponía que las cosas iban bien. El régimen
cedió y aceptó que se estructurara el comité de postulaciones para designar a 3
de los 5 miembros del Consejo Nacional Electoral, pero todo no fue color de
rosas.
William Shakespeare acuñó en una de sus
tragedias, una frase que en política es usada cuando las cosas están mal.
Resulta que antes de que Hamlet recibiera la visita del fantasma de su padre y
rey de Dinamarca, a contarle sobre su asesinato, la usurpación del trono y de
la relación incestuosa de su madre, un centinela dijo “algo huele mal en
Dinamarca”.
Desde aquel episodio shakesperiano, en la vida
política se usa esa frase para indicar cuando las cosas no marchan bien en un
país por corruptelas y en eso nosotros no tenemos parangón.
Sucede que al momento de designar al comité de
postulaciones comenzó el tufillo. Se designó un cuerpo que mayoritariamente simpatizaba
con el gobierno. Luego las decisiones que debían tomarse por mayoría
calificada, un procedimiento para que haya consenso, decidieron hacerlo por
mayoría simple, con lo cual habría algunos convidados de piedra.
Y nos dejaron
la baranda
Pero la renovación del órgano electoral era
necesaria y había que apostar por ella, luego que en el actual período los
rectores han sido denunciados por no rendir cuentas, por favorecer el
ventajismo, por desestimar a priori los reclamos de la oposición, por modificar
los circuitos electorales para favorecer al oficialismo, por incumplir
reiteradamente lo que dice la ley, por permitir el peculado de uso en las
elecciones y por cambiar los cronogramas electorales para favorecer a un
sector.
Como olía mal, y no precisamente en
Dinamarca, pero podía ser peor, resulta que dos de las copartícipes en todas
esas irregularidades, decidieron limpiar su nombre de la percepción que tenemos
la mayoría de los venezolanos, y se postularon para repetir en el Consejo,
porque ahora van a actuar como un magallanero o un caraquista de umpire en una
final entre Navegantes y Leones.
Cabe preguntarse ¿Qué les ofrecieron? Esa la
saben ellas ¿Por qué llegamos a desconfiar de ellas? Esa la sabemos nosotros
¿Cuál va a ser su actuación futura? Esa la sabemos todos.
En la oposición las propuestas pasan por la
vía electoral para cambiar la Constitución o para cambiar todo desde el
parlamento y en el gobierno necesitan que la baranda del CNE, protagonista de
la actual gestión, siga generando angustias antes de cada anuncio entre gallos
y medianoche. Lo lamentable es que se va a remozar al CNE para hacerlo más
confiable y parece que nos juegan, como se decía antes, kikiriwiki.
Llueve… pero escampa
No hay comentarios:
Publicar un comentario