Miguel Yilales
@yilales
Como todo lo que ha ocurrido desde que la revolución
bolivariana llegó al poder, los inicios nunca son cuando deben ser: el siglo,
las décadas, los años, todos han comenzado tarde.
Nuestro país está hipotecado, devaluado, destruido y
desgarrado por una gestión que montada sobre el odio y el desprecio por el otro
fue capaz de dilapidar miles de millones de dólares para instituir un proyecto
demostradamente fracasado.
Este 2015 nos agarra sin batería para el arranque (como no
hay en el mercado deben estar a la espera de ella) precisamente ahora cuando
atravesamos la crisis económica más severa de los últimos años, tenemos un
desabastecimiento generador de interminables colas de venezolanos escudriñando lo
que encuentren, una moneda que cada día vale mucho menos y una inflación
galopante, según las maquilladas cifras oficiales alcanzó al 60% pero que en el
bolsillo común es superior al 100%, a alguien se le ocurrió que era mejor hacer
una gira turística que adoptar las necesarias e impopulares medidas.
Pero no pretendo hablar de economía por dos razones básicas,
la primera es que no es mi área de experticia (y no hay nada más pavoso que los
sabelotodo) y segundo porque aun no hay anuncios de que hablar, aunque parece irónico
que entre la peregrinación internacional del usufructuario del comandante galáctico,
la pedidera de préstamos y la visita a países de la OPEP que decidieron no disminuir
la producción, no haya habido tiempo para anunciar las medidas que serían
anunciadas cuando cayera el año viejo, claro lo que uno no podía saber a cual
año viejo se referían sí al hebreo, al chino o al musulmán.
A repartirse lo que
queda
Fíjense que mientras al gobierno le da por no anunciar, a la
oposición le da por no declarar. Mientras al gobierno le da por marchar, a la
oposición le da por llamar a la calle. No hay quien tome decisiones coherentes,
ni quien gobierne y menos aun quien se oponga a este desastre que nos agarró en
medio del naufragio y sin salvavidas.
Este año de crisis es también año electoral y al régimen se
le ocurrió la genialidad de convertirlo en el año de la profundización
ideológica, con el agravante que ninguno de ellos es practicante de esa doctrina,
algo así como que sí el reverendo Martin Luther King en su lucha por la
igualdad de los derechos civiles, contra la segregación y la discriminación
racial estadounidense le hubiese dado por andar con una capucha actuando en
nombre del Ku Klux Klan.
Mientras que la oposición, jugando el mismo tablero gubernamental,
tampoco atina a hacer lo que debe hacer y no lo hace porque no ha aprendido a
interpretar el pensamiento militarista de quienes detentan el poder: para ellos
no hay elección sino confrontación, para ellos no hay diálogo sino injuria,
afrenta e improperios, para ellos hay ofensivas y contraofensivas.
Cuando en la oposición unos apostaban porque las protestas
iniciadas a principios de 2014, y que en estricto apego a la constitución eran
un derecho, permitieran una solución política, otros se aventuraban por una cohabitación
a la que no habían sido invitados.
Finalmente estas le sirvieron al régimen para perseguir a la
oposición, poner en práctica su aparato represivo, destituir a alcaldes y encarcelar
a algunos dirigentes incómodos; mientras que a la oposición demostró su talante
democrático, su capacidad discursiva y que los “salidistas” no tenían la razón.
Un nuevo reto, un
nuevo camino
Lo lamentable es que quienes hace un año se opusieron a “la
salida” porque no había sido su idea o porque cuestionaban el liderazgo del
único que sabía cuál era el camino y cuándo el tiempo de Dios para
implementarlo, hoy la plantean campantemente sin importar el año perdido y las
consecuencias de anteponer su partido, su estado, su empresa o su popularidad
por encima de los intereses del país.
Esta es la verdadera devaluación que padecemos los
venezolanos: una desvalorización moral y de principios, que sabíamos estaba en
la naturaleza de esos guapetones de barrio que dicen gobernar, pero que deseábamos
no estuviese en los genes de quienes decían oponérsele.
Hoy cuando el color político se constituye en un mecanismo
para el apartheid tenemos el reto de deslastrarnos del oportunismo, la
conveniencia personal y del provecho partidista para que todos juntos nos
ocupemos por sacar adelante a Venezuela y que deje de ser este maltrecho país
devaluado en que lo convirtió una revolución nada bonita.
Llueve… pero escampa
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