jueves, 9 de abril de 2015

Con sangre de horchata

Miguel Yilales
@yilales
Desde hace algún tiempo, en Venezuela, las personas que se dicen seguidoras de algún bando político han perdido el sentido de la crítica frente a sus propios dirigentes.
Sí usted milita en la oposición y se le ocurre decir algo de los sacrosantos autos denominados líderes de esta generación, y no me estoy refiriendo a Guillermo Dávila, se expone a que desde las mismas filas opositoras salgan y lo acusen de ser un agente encubierto del régimen que trabaja para mantener al chavismo en el poder; pero sí lo hace desde las filas de la administración también lo catalogaran de agente secreto, pero del Imperio, que desestabiliza al gobierno.
Recuerdo que cuando alguien no le importaba las cosas o tenía un carácter muy sosegado decían que tenía “sangre de horchata”. Pareciera que en los últimos años a la sociedad venezolana le han venido practicando transfusiones de reemplazo del fluido sanguíneo por mucha horchata con valeriana.
Tan es así que pudiéramos inventar un nuevo gentilicio para algunos habitantes de este país con horchata: venehorchatanos, una sociedad que sufre pero es paciente y se resigna a que todo se solucionará “Dios mediante”, “con el paso del tiempo” o “cuando la rana eche pelo”.

Sin sangre en las venas

Los que ayer protestaban por lo más mínimo que hicieran los gobiernos civiles, hoy se postran adulantes ante el militarismo corrupto y putrefacto que dirige al país. Y voy a tratar de demostrarlo con ejemplos.
Cuando abundaban las largas filas de personas en los supermercados poca gente se quejó de las hordas que se trasladaban hasta en autobuses para agotar los productos en segundos y mucho menos de la respuesta que tenía preparada el gobierno: un sistema de racionamiento a lo cubano pero con capta huellas (que ya estaban listas para importarlas) y con horarios determinados por el número de cédula.
Hay venehorchatanos que agradecen que con esas medidas por lo menos se consigan los productos y se pierde menos tiempo porque disminuyeron y, en algunos casos, desaparecieron las largas filas de personas, pero nadie se pregunta ¿Qué se hizo esa especie langostas que arrasaban con todo a su paso? ¿Quién tenía la capacidad de movilizarlos? y menos ¿A quién beneficiaban con su presencia?
Vamos con otro ejemplo. Antes sí se hablaba del espacio territorial los militares eran los primeros que se mostraban prestos a defenderlo, es más recuerdo que con la delimitación de los espacios marítimos en el Golfo de Venezuela casi linchan, metafóricamente hablando, a Luis Herrera Campins por su “Hipótesis de Caraballeda”.
Pero con este régimen, que le ha dado por entregar la soberanía del Esequibo, pareciera que a los militares venehorchatanos solo les importa hacer creer que se alistan ante una imaginaria invasión norteamericana, que solo existe en las calenturientas cabezas de estos ñangaras de nuevo cuño, educados en las primitivas estrategias cubanas.

Pero aún hay más

Igual ocurre en materia de corrupción. Los jeep de Ciliberto, Ibañez y Lusinchi, adquiridos con las partidas secretas y usadas para la campaña de 1988, son conchas de ajo frente al peculado de uso de autobuses, vehículos, medios de comunicación, aviones y edificios del Estado en la eterna ruta electoral en que nos imbuyó la involución bolivariana, sin que los venehorchatanos alcen su voz de protesta.
Y por si fuera poco en Venezuela el nepotismo era perverso hasta que llegó este esperpento que se autodenomina Socialismo del Siglo XXI. Cuando Rafael Caldera nombró a uno de sus hijos como ministro, por cierto los que hoy gobiernan lo llamaban el pimentón porque dizque estaba en todos los guisos, la gente lo vio con ojeriza por el antecedente del indulto que refrendó Ramón J. Velásquez por culpa de su secretario privado que, para colmo de males, era su hijo.
El parlamento vivió una época en la que a su nómina le decían los “floriados” por la gran cantidad de Flores (ni aromáticas, ni coloridas) que había en sus registros, toda una minucia ahora que el presidente de esa instancia, una ministra y la principal atracción bolivariana están emparentados, con lo cual ratifican que los guisos en familia son más sabrosos y jugosos.
Mientras aquí sigan ocurriendo cosas y nos comportemos con sangre de horchata, los que están en el poder abusarán de nuestra dignidad, y para evitar eso tenemos que confrontar a todo aquel que desee mantenernos lánguidos y adormecidos, estén en el gobierno o en la oposición.

Llueve… pero escampa

2 comentarios:

  1. Acertado artículo. Muy oportuno y apegado a la realidad.
    Saludos cordiales!

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  2. Me recuerda la horchata, cuando chico tomaba con papá. No es que muchos tengan sangre de horchata, sino síndrome de la rana hervida
    Saludos, desde san Cristóbal
    Pedro Sánchez Rojas. Especialista Gerencia Pública UNET.

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