Miguel Yilales
@yilales
Desde hace algún tiempo, en Venezuela, las
personas que se dicen seguidoras de algún bando político han perdido el sentido
de la crítica frente a sus propios dirigentes.
Sí usted milita en la oposición y se le ocurre
decir algo de los sacrosantos autos denominados líderes de esta generación, y
no me estoy refiriendo a Guillermo Dávila, se expone a que desde las mismas
filas opositoras salgan y lo acusen de ser un agente encubierto del régimen que
trabaja para mantener al chavismo en el poder; pero sí lo hace desde las filas
de la administración también lo catalogaran de agente secreto, pero del Imperio,
que desestabiliza al gobierno.
Recuerdo que cuando alguien no le importaba
las cosas o tenía un carácter muy sosegado decían que tenía “sangre de
horchata”. Pareciera que en los últimos años a la sociedad venezolana le han
venido practicando transfusiones de reemplazo del fluido sanguíneo por mucha
horchata con valeriana.
Tan es así que pudiéramos inventar un nuevo
gentilicio para algunos habitantes de este país con horchata: venehorchatanos,
una sociedad que sufre pero es paciente y se resigna a que todo se solucionará
“Dios mediante”, “con el paso del tiempo” o “cuando la rana eche pelo”.
Sin
sangre en las venas
Los que ayer protestaban por lo más mínimo que
hicieran los gobiernos civiles, hoy se postran adulantes ante el militarismo
corrupto y putrefacto que dirige al país. Y voy a tratar de demostrarlo con ejemplos.
Cuando abundaban las largas filas de personas en
los supermercados poca gente se quejó de las hordas que se trasladaban hasta en
autobuses para agotar los productos en segundos y mucho menos de la respuesta que
tenía preparada el gobierno: un sistema de racionamiento a lo cubano pero con capta
huellas (que ya estaban listas para importarlas) y con horarios determinados por
el número de cédula.
Hay venehorchatanos que agradecen que con esas
medidas por lo menos se consigan los productos y se pierde menos tiempo porque
disminuyeron y, en algunos casos, desaparecieron las largas filas de personas,
pero nadie se pregunta ¿Qué se hizo esa especie langostas que arrasaban con todo
a su paso? ¿Quién tenía la capacidad de movilizarlos? y menos ¿A quién
beneficiaban con su presencia?
Vamos con otro ejemplo. Antes sí se hablaba
del espacio territorial los militares eran los primeros que se mostraban
prestos a defenderlo, es más recuerdo que con la delimitación de los espacios
marítimos en el Golfo de Venezuela casi linchan, metafóricamente hablando, a
Luis Herrera Campins por su “Hipótesis de Caraballeda”.
Pero con este régimen, que le ha dado por
entregar la soberanía del Esequibo, pareciera que a los militares
venehorchatanos solo les importa hacer creer que se alistan ante una imaginaria
invasión norteamericana, que solo existe en las calenturientas cabezas de estos
ñangaras de nuevo cuño, educados en las primitivas estrategias cubanas.
Pero aún
hay más
Igual ocurre en materia de corrupción. Los
jeep de Ciliberto, Ibañez y Lusinchi, adquiridos con las partidas secretas y
usadas para la campaña de 1988, son conchas de ajo frente al peculado de uso de
autobuses, vehículos, medios de comunicación, aviones y edificios del Estado en
la eterna ruta electoral en que nos imbuyó la involución bolivariana, sin que
los venehorchatanos alcen su voz de protesta.
Y por si fuera poco en Venezuela el nepotismo
era perverso hasta que llegó este esperpento que se autodenomina Socialismo del
Siglo XXI. Cuando Rafael Caldera nombró a uno de sus hijos como ministro, por
cierto los que hoy gobiernan lo llamaban el pimentón porque dizque estaba en
todos los guisos, la gente lo vio con ojeriza por el antecedente del indulto
que refrendó Ramón J. Velásquez por culpa de su secretario privado que, para colmo
de males, era su hijo.
El parlamento vivió una época en la que a su nómina
le decían los “floriados” por la gran cantidad de Flores (ni aromáticas, ni
coloridas) que había en sus registros, toda una minucia ahora que el presidente
de esa instancia, una ministra y la principal atracción bolivariana están
emparentados, con lo cual ratifican que los guisos en familia son más sabrosos
y jugosos.
Mientras aquí sigan ocurriendo cosas y nos
comportemos con sangre de horchata, los que están en el poder abusarán de
nuestra dignidad, y para evitar eso tenemos que confrontar a todo aquel que
desee mantenernos lánguidos y adormecidos, estén en el gobierno o en la
oposición.
Llueve… pero escampa
Acertado artículo. Muy oportuno y apegado a la realidad.
ResponderEliminarSaludos cordiales!
Me recuerda la horchata, cuando chico tomaba con papá. No es que muchos tengan sangre de horchata, sino síndrome de la rana hervida
ResponderEliminarSaludos, desde san Cristóbal
Pedro Sánchez Rojas. Especialista Gerencia Pública UNET.