Miguel Yilales
@yilales
Desde que en los Tratados de Westfalia se impulsara
la noción de la soberanía nacional a través de la institucionalización de la
diplomacia y de los ejércitos, las relaciones internacionales se han
constituido en el vínculo, el nexo, la asociación y el diálogo que deben existir
entre las naciones.
Pero a pesar del tiempo transcurrido aun hay
quienes las ven como un ring de boxeo en el que se dirimen las diferencias a
los golpes y trancazos. Para algunas personas es una tradición repugnante y
sangrienta, pero no hay deporte en el que se despliegue una conducta que muestra:
disciplina espartana necesaria para entrenar; belleza y plasticidad adquirida
con la técnica; solemnidad en el cumplimiento de las reglas; estrategia para
salir victorioso y perseverancia para levantarse tras la caída como el boxeo.
Dicen que los boxeadores se dan a conocer por
su técnica, bravura y parafernalia, pero si algo los caracteriza de pies a
cabeza, a parte de los guantes, es el uso de un apodo que pueda intimidar al
rival. En todos los tiempos grandes pugilistas han recurrido a este ardid para
reflejar lo que son: Joe Louis “El Bombardero de Detroit”, Manny “pac-man”
Pacquiao, Oscar “El niño dorado” De La Hoya, Ray “sugar” Leonard o Roberto
“Mano ’e Piedra” Durán.
Promotor,
contendientes y escenario
En nuestro país hablar de beisbol y de boxeo va
con nuestra idiosincrasia, y tenía que ser así porque nuestras primeras y más
connotadas hazañas deportivas provinieron de esos deportes: ser campeones
mundiales en béisbol y obtener la primera medalla de oro olímpica del boxeo.
Es por ello que cuando nos informaron que este
mes de abril ocurriría un choque de trenes, similar al que anunciaban en la
televisión cuando promocionaban el enfrentamiento de los boxeadores del
momento, todos esperábamos un espectáculo digno de Don King o de Rafito Cedeño.
Para eso se contrató a unos vetustos sparring caribeños,
que en alguna época pretendieron ser unos boxeadores con suficiente pegada y
altura para amenazar a un fortachón, y que creen que ahora sí lo harán con unos
esmirriados pugilistas a los que solo les han enseñado a blufear, gritar y
amenazar, como lo hacían ellos, pero nunca a pelear.
Entre esos pugilistas, en este siglo XXI, han
destacado varios: Hugo “huele azufre” Chávez, Evo “cocaína” Morales, Rafael
“censura” Correa, Daniel “estupro” Ortega y, más recientemente, Nicolás “sin
papeles” Maduro, todos muy eficientes en el boxeo de sombra y en la polémica
desde un micrófono, pero que no aguantan ni un round sobre el ring a menos que
sea para fotografiarse con el ganador.
Resulta que la pelea del siglo planteada en
Panamá entre Barack Obama y el paisano Nicolás no llegó al primer asalto. En
las primeras de cambio el “sin papeles” solo atinó a lanzar golpes al vacío y
como el alcance de brazos, la gracia y el tino estaban del otro lado, le dio
por usar un doble para desviar la atención mientras se lanzaba a la lona sin
que lo hubiesen tocado o hubiesen tirado la toalla.
¡Otra
derrota más!
De nada sirvió que amenazase con hacer
arrodillar al afroamericano y cantarle sus verdades, convencido por un siquiatra
de que contaba con millones de voluntades de apoyo, así las haya obtenido bajo
amenaza.
Tampoco las atrevidas declaraciones en las que
describía cómo acabaría con su rival, una especie de predicciones antes del
encuentro estelar, como aquellas que lanzaba Muhammad Alí para amedrentar a sus
contendientes.
La verdad es que ni una fotografía en los
camerinos cuando habló amable y respetuosamente (Maduro dixit) con Barack existe,
no fuese a ser que el cuento de la victoria fuera del ring no coincidiese con
la realidad.
Es por eso que al regresar al país y luego de
supuestamente derrotar a un peso pesado del combate diplomático, a Nicolás le
dio por revivir la guerra de independencia contra España: por lo menos ya consiguió
a su “negro segundo” (primero solo hay uno) al nombrar teniente a un gobernador
oriental.
Abril se ha develado como un mes de las
verdades, no porque sepamos al fin que pasó con la renuncia que anunció Lucas,
ni porque haya aparecido la irrelevante partida de nacimiento de algún
indocumentado y menos aún porque sepamos que pasó con aquel que juraba y
perjuraba que ganaría y cobraría, si no porque nos percatamos que luego de la
pelea del siglo, que terminó en aplastante derrota, solo ostentamos los títulos
mundiales en corrupción, blanqueo de capitales, narcotráfico, inflación y
escasez.
Llueve… pero escampa
Muy buenos los apodos.... y muy cierta la conclusión...
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