Miguel Yilales
@yilales
Desde hace algunos años vivimos una guerra para apoderarse
del trono. Todas las facciones se enfrentan, confrontan y conspiran para
hacerse con el poder y someter a los demás. Que se imponga la voluntad del
ganador y que todos, rodillas en tierra, entren por el aro. Para eso asesinan,
tratan inhumanamente al otro y llegan a la tortura, lo cual nos asemeja más a
las intrigas de la serie de HBO “Juego de Tronos” que a una república democrática.
Es que aquí vivimos una sangrienta realidad, cargada de
violentas luchas dinásticas desde que un militar felón intentó derrocar al
gobernante de turno, para luego llegar al poder y desde ahí desmontar la
institucionalidad, la soberanía y la separación de poderes, por cierto fechoría
que le fue permitida por quienes debíamos servir de muro de contención: los
ciudadanos, los partidos políticos, los tribunales, la Iglesia, los empresarios
y los sindicatos, es decir, todos menos los militares porque siempre he creído
que su función no es controlar la constitucionalidad y mucho menos ser el “gendarme
necesario” de Laureano Vallenilla Lanz.
Y para demostrarlo les comentaré sobre el reino, la realeza
y la corte boliburguesa que se incoó en el trono desde 1998, con la única
diferencia que carecían de los atributos que deben tener quienes presiden una
república o un reino: dignidad, soberanía, magnificencia y grandiosidad.
Un reino de pacotilla
Al momento de asumir la presidencia por la vía electoral,
maniobró para hacerse con todo el poder, al extremo que en su agonía pidió que
un sumiso y obediente castrocomunista heredara el trono. Una abdicación, al mejor
estilo cubano, por eutanasia de Estado.
Pero el heredero, quizás por inmadurez, no quiso quitarles
los privilegios a las hijas del muerto viviente, bueno no a todas porque hay
una que trataron de retirarle las escoltas y que engulle el mismo pellejo que
le venden a los plebeyos en los mercados chavistas, según se desprende de las
declaraciones de una de las consortes que tuvo el difunto.
En todo reino hay un médico de cabecera y este no podía ser
la excepción. Las leyendas urbanas le atribuían a un loquero haber atendido a
todos los presidentes de la IV y parece que en la V también lo contrataron. Al
ir preso, luego de ensangrentar el diván, lo reemplazaron con un discípulo, que
debió ser alimentado con teteros piches y bilis, si consideramos su
resentimiento, odio y animadversión. Es que en su ignorancia entienden que lo
de cabecera es por la necesidad de atención en la mollera.
Tenemos hasta consorte real, que por cierto lleva los
pantalones familiares (no me refiero a las confesiones de Nicolás, sino al
ajuar oficial que denota una falta de glamur según los calificados dictámenes
de Carolina Herrera y Titina Penzini), quien junto a hijos, nietos, hermanos,
hermanas y primos viven como si hubiesen nacido en cuna de oro y conforman lo
que hoy conocemos como la Casa de los Flores, al más puro estilo de los
Borbones, los Grimaldi o los Hannover.
Bufones y comparsa
Por supuesto que en este reino no pueden faltar los que se
disfrazan, actúan y hacen morisquetas, personajes que creen divertir pero son un
hazmerreír: los bufones. Entre ellos destaca uno que se disfraza con casaca militar
y usa un garrote de goma para intimidar. Recientemente le diagnosticaron una
extraña enfermedad denominada DEArrea, que lo pone de chorros a coliseo, y que
solo calma con dosis de Shannon en pastillas, suspensión o en supositorio.
Claro está en este feudo no hay caballeros de armadura,
gladiadores o guerreros dispuestos a combatir. Lo que sobra es un regordete cuerpo
de baile con estrellas, galones y soles que aplauden al ritmo de unos
improvisados cantantes y están prestos para desfilar en el Sambódromo en que
convirtieron el Paseo de Los Próceres con una comparsa “revolucionaria,
antiimperialista, socialista y profundamente chavista”.
Esto ya no parece un país y se asemeja más a un reino en el
que las diferencias, las desigualdades y los contrastes son cada vez más
evidentes entre quienes detentan el poder y sus gobernados, que son tratados
como súbditos. El problema es que estos reyezuelos del siglo XXI creen, como
también lo hacían Luis XVI y María Antonieta, que el poder es eterno y que los
ciudadanos, responsables de controlar a sus gobernantes, no van a despertar y
reclamar, aunque por los vientos que soplan el capítulo final de nuestro Game of Thrones está a la vuelta de la
esquina.
Llueve… pero escampa
Buen dia mi estimado.
ResponderEliminarAl reino descrito magistralmente le faltan "el enano" y el infaltable 2do frente, ya que la guerras con otro feudo de barras y estrellas se armo desde hace rato.
Cordial saludo
Así es, las "diferencias, las desigualdades y los contrastes" sumados a la escasez, la inseguridad, la impunidad y la corrucción han precipitado tal maremagnun de descontento que la bajada del telón está a la vista.. Creo que se preparan para "desfilar" no en el Sambódromo `precisamente,
ResponderEliminarSaludos, profe Yilales, mis respetos.
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