Miguel
Yilales
@yilales
Hablar de política en el país se ha transformado en una
experiencia imposible de describir. Hay un sector de la población que si no le
das la razón se molesta y si consideras que sus planteamientos están bien
argumentados se molestan porque de seguro hay intenciones ocultas. Hacer
política en medio de un estado general de sospechas es sumamente difícil y
complicado, en especial cuando estamos llamados a construir mayorías.
En los días recientes me topé con un taxista, de esos con
título, postgrado y doctorado, que decidió conducir un carro porque, en medio
de la bonanza económica, social y política generada por el socialismo del siglo
XXI, prefirió dejar los libros, la enseñanza, las disertaciones y las ponencias
para dedicarse a algo más productivo como pasar horas en el tráfico, lidiar con
los huecos en las vías, la escasez de repuestos y la falta de cauchos.
Resulta que en un recorrido de pocos kilómetros que tardó
algunas horas me explicó porque no se iba del país y la diferencia entre ser optimista
y tener esperanza (hasta ese momento creía que podrían ser sinónimos). Entre
cuento y cuento me expuso que nuestro problema es que vivíamos de la esperanza
y que al no alcanzar los objetivos caíamos en una depresión (electoral, social
y cultural), y que lo que necesitábamos era ser optimistas porque sin importar
cuánto tiempo tardase algo, se tiene la certeza de que las cosas van a ocurrir.
A remar en un sentido
El problema de esta historia es que no aplica a todos los
que se autoproclaman como salvadores de los valores democráticos y dicen luchar
por tener un país distinto, porque si bien es cierto que las cosas ocurren
cuando van a ocurrir, también es verdad que es más fácil llegar a la orilla si
todos remamos en un mismo sentido, así pensemos distinto.
Entre esos remeros hay los que en vez de avanzar, retroceden,
y llaman radicales a los que piensan distinto a ellos. Están los que aúpan la
abstención porque así defienden el voto y llaman colaboracionistas a quienes
quieren ejercer su derecho y los que ven en el voto una solución y llaman
traidores a los que critican, con razón o sin ella, que no hayan condiciones
equitativas, el vulgar ventajismo oficial, las designaciones “dedocráticas” de
los candidatos opositores y la falta de observación internacional.
Uno no se imagina a Betancourt, Leoni, Carnevalli, Caldera, Villalba,
Pompeyo Márquez o a Ruiz Pineda planteando la depuración de la resistencia para
luego salir de Pérez Jiménez. Primero se salió del dictador y luego se
dirimieron las diferencias entre los aliados. Ahora parece que a algunos
remedos de líderes, dirigentes, cabecillas y opinadores de oficio se les perdió
la brújula y, por consiguiente, no saben dónde está el norte político.
Es que cada cierto tiempo aparecen unos personajes que de
política saben lo que se puede aprender de astronomía nuclear en una revista de
farándula y salen a criticar sin hacer una sola propuesta concreta, para luego
decir “yo se los dije”, como que sí el problema del país se circunscribiera al
yo lo sabía, yo les dije o yo les alerté.
Que lancen la primera
piedra
Todo un egocentrismo, tan criticado en el paladín del
desastre del Socialismo del
siglo XXI, pero encomiable si quien lo demuestra es algún personajillo de algún partido político, que no tiene votos, seguidores, amigos, ni familiares, y que solo les permite validarse cuando están frente a un espejo.
Son tan ególatras, que se creen ungidos y si viviesen en las
épocas de principio de la era cristiana andarían con una peñona en las manos
para lanzársela al primero que se les aparezca porque se sienten puros y libres
de pecado frente al pasado reciente, aunque en realidad sean corresponsables
por acción u omisión.
Todos tuvimos o tenemos un pariente que fue adeco, copeyano,
masista, mepista, urredista y hasta comunista con lo cual debiéramos darnos con
la piedra nosotros mismos por haber permitido que se llegase hasta aquí o todos
tenemos un familiar, un amigo o un conocido que aún cree que los uniformados
son la salvación institucional, con lo cual debiéramos apedrearlos y autoapedrearnos
por no haber aprendido nada.
El problema real no está en los errores del pasado, sino en el
futuro que debemos construir, muy a pesar de quienes juran y perjuran que
después de ellos vendrá el diluvio como si su partido fuese el Arca y ellos la
reencarnación de Noé, y olvidan que la historia no terminó con él.
Llueve… pero escampa
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