Miguel Yilales
@yilales
La toma del poder es el norte de quienes se involucran en
política, por lo menos así lo plantearon Weber, Duverger, Gramsci y Maquiavelo.
Un político puede vender la idea del sentimiento altruista, el deseo de proteger
a los otros y que trabaja por los demás pero al final lo único que importará es
llegar a gobernar.
Desde los inicios de la humanidad, en las agrupaciones más
primitivas, había alguien que ejercía el liderazgo. Este se sustentaba en el
uso de la fuerza, que servía para doblegar la voluntad de los demás. El jefe
era el jefe hasta que fuese cuestionada su guía, pero no bastaba el
cuestionamiento, sino que debía ser derrotado.
Con la llegada de la Revolución Francesa, que eliminó la
preeminencia del rey y lo transmutó de divinidad a ser humano, por lo menos en
lo electoral (cada ciudadano un voto), se establecieron las dos únicas formas
que aun existen para la toma del poder: o se escoge la primitiva forma de la
disputa del liderazgo a través de la fuerza o se determina a través de una más
actual y civilizada forma como el sufragio.
En la Venezuela actual, seguro estoy, saldrán detractores a
este planteamiento, en especial aquellos que piensan que la “primavera de la arepa”
llegará convertida en una especie de contrarrevolución que arrase con todo
(partidos, instituciones, empresas) y haga surgir un país, cual fénix, de las
cenizas.
Camino a la
resistencia
El inconveniente con estos neoespartanos, y no me refiero a
los nacidos en el estado insular, es que su plan se basa en la posesión y el
control de las armas.
En este escenario particular solo hay dos actores con poder
de fuego (demostrado): los militares y los delincuentes (llámense círculos,
colectivos, guardia territorial o brazo armado de la revolución), a menos que
consideren en este lote a quienes estuvieron en la fuerza militar y tienen capacidad
para pararse con armas en un balcón, una azotea, una cornisa y hasta en un
árbol, una especie de Rambo, con la diferencia que el interpretado por Stallone
acabó con la Guardia Nacional norteamericana, al ejército vietnamita, las
fuerzas militares soviéticas en Afganistán y a unos mercenarios en Myanmar.
Excluyendo a esos Rambos, con sobrepeso y algo vetustos, lo
que queda son los militares activos y el brazo armado civil de la revolución.
En caso de que ganen los civiles armados el gran vencedor sería la caterva
mafiosa que gobierna y en el caso que sean los militares no triunfaría la
sociedad sino los que han gobernado estos 17 años, ya que, para quienes lo
olvidan, esa es la misma gente que ha ocupado la presidencia, la
vicepresidencia, los ministerios, los viceministerios, el parlamento y cuanta
esfera del poder hay. Eso sería como tratar de salir del esposo maltratador
reemplazándolo con el cuñado, el suegro o el primo de él.
Hasta ahora, luego de más de 200 años, no se ha diseñado
otra forma, ni hay puntos intermedios, ni nada parecido para alcanzar el poder
que no sea el uso de la fuerza armada o el uso del voto.
El voto es la vía
Las guerras más cruentas terminan en una dictadura militar
del vencedor, que siempre da paso a una legitimación electoral; las
desobediencias ciudadanas regresan al orden luego que los militares asumen el
control para posteriormente legalizarse por el voto; las insurrecciones
militares son controladas por militares, quienes terminan cediendo el poder a
quien salga vencedor por el sufragio.
Si los políticos y los pichones de dirigentes no entienden
esto, definitivamente no hemos comprendido, ni aprendido nada en esta desgracia
republicana que mientan Socialismo del Siglo XXI.
Sabemos que no hay condiciones, que estamos en un sistema no
democrático, que el régimen implementará todas las acciones legales o no para
torcer la voluntad de los electores pero frente a este escenario lo único que
queda es la protesta y la calle que canalicen el descontento, la campaña
honesta y sin medias tintas y el ejercicio del sufragio, aunque hubiésemos
deseado mejores candidatos de los partidos y una mayor participación de la
sociedad opositora no militante en los cuadros partidistas.
Ahora sí alguien tiene una fórmula distinta sería bueno que
la hiciera saber, mientras tanto tengo mi rifle, mi escopeta, mi pistola, una
engrapadora y hasta los cuchillos de cocina listos para el conflicto, en mi
caso esas armas son mi voz, mi derecho a disentir y protestar, mi pasión a
seguir la lucha y la posibilidad a escoger lo mejor para el país.
Llueve… pero escampa
Es la única vía....saludos.
ResponderEliminarAmigo, El voto (como eterno ciudadano que he sido) lo veo como una herramienta para construir un mejor país. Las armas son sinónimo de violencia. vengan de donde vengan
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