Miguel Yilales
@yilales
La historia universal, y la venezolana en lo particular, ha
estado plagada de párrafos, páginas y capítulos completos muy nefastos, esos momentos
desdicen de nuestra humanidad que debiera ser (más allá de lo pensante) la
característica resaltante del homo
sapiens.
En esta tierra que dista mucho de ser aquella de Gracia como
la denominara Colón, porque en aquel momento solo vio las bellezas naturales y
no sabía que cinco centurias después pudiesen surgir de sus entrañas seres tan
desalmados como el Tirano Aguirre, quien en nombre de la libertad sembraba
terror y desolación, se redactó otra de esas negras páginas.
Resulta que una jueza provisoria, de las que no sabe lo que
es un concurso de oposición para optar a un cargo y cuyo único mérito es
fotografiarse con sus camaradas en el poder y gritar consignas políticas al
inicio de cada año judicial, acorraló a su presa cual perra (sin otro tipo de
alusión que la canina) para satisfacer y congraciarse con sus amos, al dictar
una sentencia alejada del derecho pero muy cercana a los designios y deseos de
la tiranía que nos oprime.
No es brujería
La moderna inquisidora al mejor estilo de los juicios que le
dieron renombre a la ciudad de Salem, decidió enviar a la horca a un inocente
para satisfacer a uno cuantos que pedían su sangre en función a acusaciones
infundadas e inventadas, sin que se presentara una sola prueba más allá del
correveidile y el chismorreo propio de la casa de vecindad en que convirtió el
chavismo a lo que fuese la república más próspera del continente.
Es que para los ignorantes e iletrados todo lo que les es
extraño es producto de la nigromancia, y para quienes son unos advenedizos en
política, porque su educación en esa materia se circunscribe a folletos,
panfletos y fascículos que alguna vez ojearon pero nunca leyeron (más allá de
la portada y la contraportada): la separación de poderes y su control
recíproco, la alternancia en el poder, el respeto y la tolerancia por las ideas
opuestas y la igualdad ante la ley provienen de artes tenebrosas como en una
época lo fueron la ciencia, la astronomía, la evolución de las especies o la
genética.
Frente a la injusticia, a pesar que había quienes abrigaban
la esperanza de que hubiese un atisbo de dignidad y decencia que no se vendiese
por algunas monedas de plata y un cargo diplomático, como el que le dieron, y
aun mantiene, el esperpento que anunció la renuncia del difunto, hubo varias
posiciones: unas dignas y otras crápulas.
En la primera están la de Leopoldo López y su familia que
dicen seguir la lucha hasta obtener un país decente, sin discriminaciones y con
iguales oportunidades para todos, que además dejó con los crespos hechos a
quienes deseaban que instigaran una revuelta popular, y la de los que a pesar
de todo (inclusive de la dirigencia opositora) están dispuestos a usar la
puerta democrática para intentar sacar a patadas a los que se colearon en la
fiesta (los que llegan sin ser invitados son los que más comen y beben).
Calle y voto es el
camino
En la otra dirección están los salvajes, que son capaces de
atropellar y asesinar para provocar a quienes aspiran un país distinto,
dirigidos por tarambanas al estilo de Jorge Rodríguez, Iris Varela o Jacqueline
Farías que manipulan y desparraman sus propias frustraciones y desgracias para
satisfacer su sed de venganza. Ahí también están unos personajes, que cada vez
son menos pero se creen más porque le dan palo a cualquier mogote por las redes
sociales.
Este último grupo es el que dice ante cualquier cosa “se los
dije”: sí dejaban preso a Leopoldo López ya ellos sabían la sentencia porque
estamos en una dictadura y sí lo dejaban salir era porque había negociado su
libertad a cambio de su dignidad, además agregan que los que abrigan esperanzas
de libertad para los presos políticos son los mismos ilusos que creen en elecciones,
pero no proponen otro camino de solución.
Es el mejor momento para combinar las dos cosas a la que más
le temen los tiranos: la presión de la calle y las elecciones, y no vengan con
el cuento manido de que las dictaduras no salen con votos porque Nelson Mandela
derrotó al Apartheid y hoy nadie recuerda al juez que lo condenó a cadena
perpetua por sabotaje, conspiración e intento de derrocar al régimen
gobernante. En la mesa hay una propuesta clara para cohesionarnos y enfrentar a
la tiranía, pero todavía hay quienes prefieren remar en sentido contrario.
Llueve… pero escampa
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