Por Miguel Yilales
@yilales
Desde que Arturo Uslar Pietri puso en circulación la muy
castiza palabra pendejo para definir a los venezolanos, hasta la Real Academia
Española ha cambiado el orden de las acepciones de la misma. Es que para Uslar los
venezolanos, en su mayoría, éramos honestos, aunque serlo no le significase recompensa
alguna pero sí el remoquete de pendejo.
Lo que nunca se imaginó ese pendejo, lo digo porque fue de
los pocos sentenciado por peculado (1946), es que su expresión fuese a definir
el futuro de los nacidos en este país por los siguientes 25 años, por eso: se
eligió a un golpista como si fuese un demócrata, se defenestró a quienes estaban
preparados para gobernar y se impuso a una caterva de militares incompetentes,
y se dilapidó un billón de dólares (un 1 y agréguele 12 ceros) para construir
un bodrio llamado revolución que nos dejó como colonia de un isla en la
decadencia.
Es que luego de 17 años, desde que caímos en este marasmo
llamado chavismo, llegamos al nivel en que nos creemos cuentos como el de la
iguana eléctrica, la guerra económica, páginas web y casas de cambio que
manipulan el valor de la moneda, bachaqueros (estraperlistas) que se llevan la
comida o que la escasez del papel higiénico es porque comemos más.
De esas cosas inentendibles esta el porqué no cobramos los
triunfos electorales cuando los obtenemos, cómo el parlamento en lo que va de
año solo aprobó 2 leyes (una de ellas la habilitante) y menos aun que se
designaran a degenerados, crápulas y tarambanas para dirigir los poderes
públicos (en minúsculas) como si fuesen probos, decentes y honrados
funcionarios.
Culpables sin pruebas
Resulta que en días recientes el joven Marco Coello, preso
político de Nicolás Maduro y Diosdado Cabello, decidió ser dueño de su destino y
se fue del país, para evitar que sin pruebas, sin derecho a la defensa y sin debido
proceso, fuese culpado y sentenciado. Al llegar a su destino, se presentó ante
un canal de noticias (no usó capuchas, ni se valió del anonimato de los “sapos”
cooperantes bolivarianos) y denunció las torturas, los tratos crueles, los
martirios, los vejámenes y el daño psicológico al que fue sometido por parte de
los cuerpos de seguridad del Estado venezolano, para que se declarase culpable
e inculpara a otros en los hechos acaecidos en 2014.
Lo insólito es que ante tan graves denuncias, el bardo que
dice defender los derechos de los nacidos en esta Tierra de Gracia, aunque
hubiésemos querido que lo hiciera mejor que como rima sus mediocres versos, decidió
no pararle porque era más importante saber las razones por las cuales un órgano
policial municipal llegó tarde a un incendio. Parece que en sus años de
infancia nunca se enteró que las llamas son extinguidas por los bomberos y no
por la policía.
Es que a este farsante de la legalidad, que usa las leyes como
si fuesen la vaselina que empleaba antes de irse al gimnasio y que luego debían
retirarles sus colaboradores a punta de manguera, luego de venderse como paladín
de los DDHH le interesa más su activismo partidista y perseguir a la Policía Municipal
de Chacao que descubrir porque los bomberos (administración central) llegaron al
incendio después que la policía o el porqué en esa casa de retiro (también
adscrita al gobierno nacional) había pacientes amarrados, lo cual dificultó el
rescate por parte de los vecinos, quienes con baldes de agua, extintores y
cobijas combatieron el incendio junto a los policías.
Una poética desgracia
Así que si ante algo tan elemental se investiga lo que no
es, supongo que en este momento debe estar a punto de demostrar como Coello
golpeaba su cabeza con los puños de los policías para martirizarse, se bañaba
con gasolina para extorsionar a los órganos de seguridad por el buen trato que
le daban o se negaba a comer y beber los suculentos manjares que le preparaban
para que se perdiera la comida como parte de la guerra económica, con lo cual
solo seguía las instrucciones de sus jefes: López, Uribe y Obama.
Durante la Inquisición española, en la que fueron quemadas más
de diez mil personas y un número superior a otras cien mil sufrieron penas
infamantes (según Juan Antonio Llorente, primer historiador del Santo Oficio), hubo
un hombre que se destacó por su crueldad y fanatismo al servicio del poder, nunca
imaginé que sobre la faz de la tierra pudiese nacer alguien tan perverso,
malévolo y desgraciado que dejase a Tomás de Torquemada como un pendejo.
Llueve… pero escampa
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