domingo, 20 de septiembre de 2015

Torquemada se quedó pendejo

Por Miguel Yilales
@yilales
Desde que Arturo Uslar Pietri puso en circulación la muy castiza palabra pendejo para definir a los venezolanos, hasta la Real Academia Española ha cambiado el orden de las acepciones de la misma. Es que para Uslar los venezolanos, en su mayoría, éramos honestos, aunque serlo no le significase recompensa alguna pero sí el remoquete de pendejo.
Lo que nunca se imaginó ese pendejo, lo digo porque fue de los pocos sentenciado por peculado (1946), es que su expresión fuese a definir el futuro de los nacidos en este país por los siguientes 25 años, por eso: se eligió a un golpista como si fuese un demócrata, se defenestró a quienes estaban preparados para gobernar y se impuso a una caterva de militares incompetentes, y se dilapidó un billón de dólares (un 1 y agréguele 12 ceros) para construir un bodrio llamado revolución que nos dejó como colonia de un isla en la decadencia.
Es que luego de 17 años, desde que caímos en este marasmo llamado chavismo, llegamos al nivel en que nos creemos cuentos como el de la iguana eléctrica, la guerra económica, páginas web y casas de cambio que manipulan el valor de la moneda, bachaqueros (estraperlistas) que se llevan la comida o que la escasez del papel higiénico es porque comemos más.
De esas cosas inentendibles esta el porqué no cobramos los triunfos electorales cuando los obtenemos, cómo el parlamento en lo que va de año solo aprobó 2 leyes (una de ellas la habilitante) y menos aun que se designaran a degenerados, crápulas y tarambanas para dirigir los poderes públicos (en minúsculas) como si fuesen probos, decentes y honrados funcionarios.

Culpables sin pruebas

Resulta que en días recientes el joven Marco Coello, preso político de Nicolás Maduro y Diosdado Cabello, decidió ser dueño de su destino y se fue del país, para evitar que sin pruebas, sin derecho a la defensa y sin debido proceso, fuese culpado y sentenciado. Al llegar a su destino, se presentó ante un canal de noticias (no usó capuchas, ni se valió del anonimato de los “sapos” cooperantes bolivarianos) y denunció las torturas, los tratos crueles, los martirios, los vejámenes y el daño psicológico al que fue sometido por parte de los cuerpos de seguridad del Estado venezolano, para que se declarase culpable e inculpara a otros en los hechos acaecidos en 2014.
Lo insólito es que ante tan graves denuncias, el bardo que dice defender los derechos de los nacidos en esta Tierra de Gracia, aunque hubiésemos querido que lo hiciera mejor que como rima sus mediocres versos, decidió no pararle porque era más importante saber las razones por las cuales un órgano policial municipal llegó tarde a un incendio. Parece que en sus años de infancia nunca se enteró que las llamas son extinguidas por los bomberos y no por la policía.
Es que a este farsante de la legalidad, que usa las leyes como si fuesen la vaselina que empleaba antes de irse al gimnasio y que luego debían retirarles sus colaboradores a punta de manguera, luego de venderse como paladín de los DDHH le interesa más su activismo partidista y perseguir a la Policía Municipal de Chacao que descubrir porque los bomberos (administración central) llegaron al incendio después que la policía o el porqué en esa casa de retiro (también adscrita al gobierno nacional) había pacientes amarrados, lo cual dificultó el rescate por parte de los vecinos, quienes con baldes de agua, extintores y cobijas combatieron el incendio junto a los policías.

Una poética desgracia

Así que si ante algo tan elemental se investiga lo que no es, supongo que en este momento debe estar a punto de demostrar como Coello golpeaba su cabeza con los puños de los policías para martirizarse, se bañaba con gasolina para extorsionar a los órganos de seguridad por el buen trato que le daban o se negaba a comer y beber los suculentos manjares que le preparaban para que se perdiera la comida como parte de la guerra económica, con lo cual solo seguía las instrucciones de sus jefes: López, Uribe y Obama.
Durante la Inquisición española, en la que fueron quemadas más de diez mil personas y un número superior a otras cien mil sufrieron penas infamantes (según Juan Antonio Llorente, primer historiador del Santo Oficio), hubo un hombre que se destacó por su crueldad y fanatismo al servicio del poder, nunca imaginé que sobre la faz de la tierra pudiese nacer alguien tan perverso, malévolo y desgraciado que dejase a Tomás de Torquemada como un pendejo.

Llueve… pero escampa

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