Por Miguel Yilales
@yilales
Esta semana estuvo marcado por acontecimientos que van a
definir los años por venir y que definitivamente cambiarán nuestro devenir. Mientras
en otros países se ocupan de las premiaciones cinematográficas que ocurren cada
año, el chisme, el cuento farandulero y las menudencias artísticas, eso que los
españoles llaman cotilleo, aquí la política y la economía compiten arduamente
para llevarse los laureles, galardones y recompensas.
Los temas que nos preocupan a los venezolanos se pasean a
diario por la alfombra roja que en nuestro caso no se relaciona con el glamur o
con algún color partidista sino con la sangre derramada por los cientos de
miles de venezolanos que han encontrado la muerte en manos del hampa, de sicarios,
de asesinos y de malandros amparados por este régimen.
Aunque el tema económico pretendió marcar la pauta
discursiva y el debate tras los anuncios del aumento de la gasolina y la
devaluación de la moneda, medidas efectistas y sin efectividad real dado el
tamaño de la crisis que estamos enfrentando, lo cual demuestra que no saldremos
del marasmo revolucionario mientras estemos administrados por pulperos de
cantinas militares, por colectores de autobuses y por pedigüeños de semáforos,
nadie puede negar que la política se convirtió en el quid de todo lo que ocurre
en país.
Demócratas y
tiranozuelos
Por una parte estábamos persuadidos de que los ciudadanos no
debíamos participar de los asuntos públicos porque eso desprestigiaba y por la
otra de que los puestos deliberativos eran intrascendentes ya que la decisión
presidencial estaba por encima del bien y el mal, más si quien la ejercía era
un megalómano con ínfulas de tiranozuelo tropical.
Cuando se asomó el nombre de Henry Ramos Allup para presidir
el parlamento, hubo quienes alzaron su voz para señalar que no representaba el
cambio que demandaban estos tiempos, que le daría argumentos a los opositores
radicales que señalaban que estábamos en las manos de los que nos trajeron al
socialismo del siglo XXI y que era la instauración del colaboracionismo que
oxigenaría a un régimen que daba sus esténtores; lo que nadie previó es que se convertiría
en el adalid de la oposición frente a los atropellos, el abuso, la arbitrariedad
y los excesos de un gobierno atrabiliario. Cada intervención, actuación y
movimiento “fríamente calculado” ha servido para poner las cosas en su justa
medida. Y el último fue excepcional.
Resulta que al discutirse la Ley de Amnistía y cuando el
teniente-capitán hizo su primera intervención luego de que fuera desalojado de
la presidencia del parlamento, que él creía vitalicia y eterna, y que le había servido
de guarida donde planificaba y ejecutaba sus fechorías, Ramos le salió al paso
y le espetó las verdades en su cara: que estaba muerto, que le habían pasado
una aplanadora y que lo habían raspado dentro de su propio partido por incapaz.
Por supuesto que las aclaratorias palaciegas no se hicieron
esperar: que sí Ramos había amenazado de muerte al diputado; que se había
quedado con un mazo que no le pertenecía y que dentro del partido a nadie se le
ocurriría pasarle una aplanadora al segundo al mando, aunque en realidad solo lo
acompañan el convoy de escoltas y las focas tarifadas que le hacen creer que
goza de apoyo popular.
Sin la agudeza necesaria
En 1992 cuando David Morales Bello usó la metáfora de muerte
a los golpistas muchos lo satanizaron porque sus palabras eran sanguinarias, atroces
y desalmadas aunque en realidad señalaba que se debía ser ejemplarizante con
quienes atentaron contra las instituciones, la democracia y la constitución, para
así evitar nuevos alzamientos militares.
Nada de eso ocurrió por lo que llegaron las lluvias que
trajeron estos lodos sociales, políticos y económicos en las manos de unos
golpistas que nunca han creído en la separación de Poderes, la alternancia en
el poder y en el respeto por la voluntad ciudadana.
Que el Parlamento dejase de ser un cuartel militar y que alguien
respondiera con argumentos a los que se creían todopoderosos nos señala que
vamos en camino a recuperar la institucionalidad perdida en estos 17 años, aunque
aún debamos desalojar del gobierno a quienes carecen del cacumen mínimo como
para fenecer de inteligencia o abandonar el gobierno a motu proprio. Por el
bien colectivo debemos perseverar hasta que lleguen al poder los más capaces (ya
hay varios en liza) y solucionen los problemas que nos agobian.
Llueve… pero escampa
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