Por Miguel Yilales
@yilales
Cuando queremos ir de un lugar a otro podemos tomar los caminos verdes, esa especie de atajos que sirven para evitar las grandes concentraciones de vehículos. Por lo general al tomar estas vías alternas recorremos más kilómetros, pasamos más obstáculos y nos exponemos a más riesgos pero sabemos que al final llegaremos a nuestro destino.
En los actuales momentos que vivimos en Venezuela y frente a
la crisis institucional que padecemos, la escasez de alimentos que hacen que la
gente pelee por un mendrugo de pan, un paquete de harina pre cocida o un litro
de aceite de comer, la desaparición de distintas medicinas, pócimas y remedios
como para que un niño fallezca luego de convulsionar más de 50 veces en tres
días por no encontrar el anticonvulsivo que le recetaron y dado que estamos
montados sobre el potro indomable de la inflación que hace que nuestros
ingresos sean una mezcla de sal y agua que se desliza entre nuestros dedos, los
venezolanos quisiéramos tomar el atajo que nos haga salir lo antes posible de
esta pesadilla que mientan Socialismo del Siglo XXI.
Dice la conseja popular que del apuro lo que queda es el
cansancio; los italianos recomiendan, por ejemplo, que chi va piano, va sano e va lontano
(el que va despacio, va sano y llega lejos) y Bonaparte pedía a sus ordenanzas “vístanme
despacio, que tengo prisa”, porque está demostrado que la constancia es más
eficiente para alcanzar los objetivos que andar con apuros. Y este axioma aplica
para la política.
Con las cartas sobre
la mesa
Estamos frente a un régimen que ha permitido los mayores
desfalcos a las arcas públicas, que además ha sido aquiescente para que el
negocio del narcotráfico penetrase todos los estamentos del país, al extremo que
hay sospechas de narcoministros, narcogoberadores, narcodiputados,
narcogenerales y hasta narcosobrinos como para ser considerados un narcoestado,
que no les ha importado rematar las reservas petroleras y mineras al peor
postor y en las más infames condiciones y que no ha tenido el más mínimo pudor
para mostrarse, ante el continente y el mundo, cuan abyectos pueden ser ante
los designios del Castrocomunismo. Y un caos así debió ser desalojado del poder
hace mucho tiempo.
Sobre la mesa política se han puesto varias cartas para
aplicárselas a Nicolás Maduro y sus compinches. La enmienda, el revocatorio, la
renuncia y hasta la prueba de nacionalidad se han planteado como escenarios
posibles para salir de esa caterva de delincuentes, forajidos y bandoleros que
se hace llamar patriotas porque son los únicos que aman a Venezuela aunque no
quisiera imaginar cómo estaríamos si la odiaran, de seguro que el mar se
hubiese secado y todo el país convertido en desérticos médanos, aunque lejos no
estemos de estar así.
Un Estado
disfuncional
En esta semana se debiera definir cuál va a ser el mecanismo
para desalojar lo antes posible, pero sin apuros, a este gobierno, sin
olvidarse que el país va a seguir funcionando de manera disfuncional, es decir,
que seguirá el TSJ impartiendo injusticias e inclinando la balanza hacia la
hincada rodilla izquierda; que el CNE incumplirá las normas de equidad, no
evitará que el gobierno haga peculado de uso, ni cuidará por el equilibrio
informativo; el Poder Moral no velará por el debido proceso, continuará con la
persecución a los opositores, no controlará el gasto público, inhabilitará al
político que considere una amenaza y solo defenderá los derechos humanos de los
que piensen como ellos y, por supuesto, los tutelados inquilinos del Palacio de
Misia Jacinta en pleno abuso del poder y en el raspado final de la palangana.
Estos son los obstáculos, estorbos y trabas que encontrará
cualquier propuesta de la oposición, por eso es que se hace necesario pisar
fuerte y constante, dar un paso a la vez y garantizar el éxito que los
venezolanos clamamos. Debemos ir sin prisa pero sin pausa y no permitir que por
apurados acabemos, como comúnmente se dice, con la piedra afuera por haber
atornillado al régimen más oprobioso e infame de nuestra historia republicana.
Llueve… pero escampa
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