Por Miguel Yilales
@yilales
Hace mucho tiempo los venezolanos decíamos que fuera de los
límites capitalinos lo demás era monte y culebra, y había hasta quienes se
creían el cuento de que la sucursal del cielo se había instalado en este país,
todo como consecuencia de un desmedido centralismo que obligaba visitar la
capital de la república para hacer los más simples trámites, disfrutar la vida
nocturna metropolitana, apreciar los lanzamientos culturales y los estrenos
cinematográficos. Esa Venezuela evolucionó, decidió descentralizar el Estado y
empezaron a surgir verdaderos polos de desarrollos arquitectónicos, sociales y
culturales en los que aparte de calidad de vida se respiraba progreso.
Pero las cosas no podían durar para siempre y los cambios
que se gestaban recibieron los ataques arteros de unos milicos felones que se
creían la reencarnación de los próceres independentistas, cuando en realidad
eran, a duras penas, émulos de los montoneros del siglo XIX mezclados con lo
más primitivo y destructivo del oscurantismo medieval.
A partir de ahí, y hasta la llegada de la peste roja al
poder, fuimos paulatinamente retrocediendo en los logros, en algunos casos por
temor a nuevos pronunciamientos militares y en otros porque quienes debieron
tomar las acciones se entregaron a los brazos de un populista, megalómano,
narcisista e irresponsable que lo único que le interesaba era perpetuarse en el
poder.
Con toga o sin ella… son
pranes
Es que por gracia de un revolución, que realmente ha sido
una involución, los venezolanos descubrimos cuan pobres somos, que a
pesar de tener las más grandes reservas petroleras somos una sociedad de
pedigüeños, que aunque poseamos tierras fructíferas estas no producen nada y
que de nada sirve tener una industria pesquera que no pesca o una industria
ganadera con reses famélicas.
Sabemos que todo lo que caiga en las manos de la caterva de
delincuentes y bandoleros que nos desgobierna terminará convertida en un
cascarón vacío, a punto de derrumbarse y a la espera de una simple brisa que lo
derruya.
Se tragaron los ingresos de la bonanza petrolera y ahora no
tienen ni para pagar las pensiones, los salarios o cubrir las necesidades de
salud pública; expropiaron distintas empresas, crearon consorcios que no
produjeron nada y se aliaron con socios de los que solo aprendieron las artes
del tráfico de sustancias prohibidas y armas; hoy perdemos todas las disputas
comerciales, nos obligan a resarcir los daños causados y debemos hasta la
manera de caminar sin tener con que pagar; despalillaron las reservas en oro
que han servido para enriquecer a unos cuantos que viven en el exterior a
cuerpo de rey pero que se reconocen a leguas porque son primates con atuendos
de seda.
La irresponsabilidad ha llegado al extremo que quien
ilegalmente ejerce la primera magistratura (hasta que demuestre si no posee
doble nacionalidad o si nació en este lado de la frontera) en lugar de
concertar una solución a la crisis le da por agravarla. Decreta una emergencia
económica que no tiene pies, ni cabeza; la Asamblea Nacional le enmienda la
plana para que no siga por la bajada sin frenos y entonces busca a unos
magistrados abyectos y miserables para que pisen el acelerador rumbo al
precipicio.
No puede ser
simbólica
El país está en emergencia y el Parlamento debiera
declararse en sesión permanente para trabajar a dedicación exclusiva y corregir
los entuertos y los desmanes chavistas: hay que hincarle el diente a los
poderes públicos, iniciar el proceso de renovación del CNE, corregir el ultraje
a la justicia y solventarlo por la vía más expedita, modificar la Ley Orgánica
del TSJ, la del Banco Central, la de la FAN y cuanto esperpento colida con la
constitución, así las hayan legalizado los magistrados, la repatriación de
capitales que ilegalmente se encuentran fuera del país, determinar cómo se
enriquecieron los boliburgueses, como han comprado medios de comunicación y por
supuesto implementar en paralelo todas las medidas que permitan sanear, el Palacio
de Miraflores y todas las esferas del poder, de facinerosos, malhechores y
forajidos.
Es por ello que es necesario que la Asamblea Nacional decida
hacer lo que tiene y debe hacer, estamos en un momento en que los diputados
deben mostrar el camino y no quedar como una institución simbólica, es el instante
de que el liderazgo colectivo actúe profilácticamente para salir de esta plaga
que nos azota desde hace 17 años.
Llueve… pero escampa
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