Por Miguel Yilales
@yilales
Definitivamente la historia da para mucho. No hay ciencia
que no la utilice para conocer como se ha evolucionado. Lo que sí ha quedado
demostrado es que para lo único que no sirve es para absolver, como pregonaba
el decrépito tirano caribeño, a los responsables de los desastres cometidos.
Resulta que lo que nos han hecho creer como verdad
irrefutable pareciera que no lo es. Y a las pruebas me remito. Mucho se ha
hablado sobre los saqueos de 1989: que sí ocurrieron porque el pueblo pasaba
hambre y por eso salió a las calles; que sí el aumento a la gasolina generó un
disgusto popular que los hizo armarse de piedras para rechazar al gobierno de
turno; que sí la toma de posesión de Carlos Andrés Pérez, llamada por sus
detractores como “La coronación” por haberse celebrado en el Teatro Teresa
Carreño (no en el Palacio Federal Legislativo como era la costumbre) y por el
número de invitados especiales que lo acompañaron, incluyendo al sátrapa cubano,
produjo indignación, en los menesterosos, por el derroche.
Esa fue la excusa para dar el gran salto, que en nuestro
caso fue al vacío, para cambiar las instituciones y refundar un Estado que
atendiera a los intereses de todos, entendiendo por todos a las rojas pústulas
putrefactas que se apoderaron del poder a partir de 1999.
Nadie se molesta
Cuando se dice que la gente salió a la calle por hambre, no
puede uno menos que reírse por lo falaz, aunque los sueldos eran insuficientes
para aquellas familias con 5 o 6 muchachos, usted iba a un expendio de comida y
conseguía de todo, en distintas presentaciones, de diferentes marcas y nunca esperó
horas en largas filas para adquirir los insumos de la cesta básica. Es decir el
hambre no generó la protesta.
Al alegar que fue por el aumento de la gasolina, la cual incrementaría
su valor mensualmente en 0,25 bolívares de los de antes (Bs. 0,00025 ahora),
quedó demostrado que es otro engaño porque este régimen acaba de aumentar la de
95 octanos de Bs. 97 (de los débiles) a Bs. 6000 (6 bolívares de los fuertes,
aunque en realidad son enclenques por su poder adquisitivo) y no se incendió la
pradera, ni bajó el pueblo como vaticinaban algunos “pronosticólogos”. En otras
palabras la gasolina no fue el detonante.
Pensar que fue la indignación por el derroche de Pérez es
grotesco cuando vemos que nadie ha derrochado tanto como los dos últimos
gobiernos. Aquí se compraron aviones, barcos y armamentos innecesarios; se
regaló el petróleo a manos llenas; se donaron plantas eléctricas para otros
países aunque aquí vivamos en una oscurana; se construyeron escuelas y casas
para atender la crisis de los pobres del continente a pesar que aquí tenemos
una sociedad depauperada; además se alzó la voz por los derechos humanos de los
tiranos más sátrapas del mundo (Husseim, Mugabe, Al Assad o El Gadafi) aunque
aquí se violen a diario. Nadie se indignó o agarró siquiera una peñona para
rezongar.
De todo esto se deduce que ni el precio de la gasolina, el
derroche, el hambre o la pobreza fueron las causas de eso que se llamó El
Caracazo; el único factor distinto, entre el ayer y el hoy, es que quienes promovieron,
estimularon y se beneficiaron de las protestas de 1989 hoy están en el gobierno
o con el rabo entre las piernas por apoyarlo.
Termina en azo
El sufijo azo según su uso puede tener distintas connotaciones.
Cuando los padres le decían a uno “te voy a dar un caraj…”, nada bueno se
esperaba; al igual que cuando te amenazaban con darte “un buen …azo”. Igual
ocurre en la política: el Porteñazo y el Carupanazo fueron alzamientos que
pretendían acabar con el sistema democrático y que fueron dominados por una
Fuerza Armada que, aunque no apologizara con ser bolivariana, era institucional;
el Fujimorazo, ese golpe de estado que ocurrió en Perú, cuando Alberto
Fujimori, amparado en las instituciones corruptas, le dio por desconocer el
estado de derecho o el Carmonazo, un error político, que trastocó el logro
popular más grande en la historia democrática venezolana.
Nicolás Maduro gobierna al margen de la Constitución,
violenta la institucionalidad y usa a su servil, rastrero y ruin tribunal de (in)justicia
para mutilar al Poder Legislativo; ser recordado en la historia como un
accidente, una tragedia o una desventura es lo que le depara a un régimen que terminará
en los libros como el Madurazo: un fracaso en lo político, en lo económico, en
lo social, en lo cultural y en nuestra venezolanidad.
Llueve… pero escampa
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