domingo, 10 de julio de 2016

Madura, Nicolás… madura

Por Miguel Yilales
@yilales
La oposición, en política, es la fuerza que contraría los actos del gobierno u oficialismo y por lo general con ella se atañe a la figura antagónica del espectro político. Tiene un fin particular: hacerse con el poder. Es por eso que suena ridículo, y hasta infantil, la bendita cantaleta, de algunos personeros ligados al desastre que ha gobernado el país en estos 17 larguísimos años, de acusar a la oposición de querer deponerlos del poder y de que no contribuyen sumisa, disciplinada y religiosamente para la permanencia de la peste roja en el gobierno.
Luego de tanto tiempo en Venezuela sabemos que no es suficiente desalojar del poder, a quienes dilapidaron el equivalente de 250 mil dólares por habitante o lo que es lo mismo 1.500.000.000.000 de dólares y que no tienen una sola obra importante que demostrar, a menos que se considere como tal: unos cuantos taxis; unos cientos de autobuses y unos rieles de ferrocarril inconclusos, si no que es imprescindible obtener victorias políticas (no solo electorales) que envíen a la pestilencia roja al ostracismo y al olvido que se merecen.
Pero sí usted es de los que creen que las princesas y los príncipes tienen la sangre azul, que al final del arco iris está una cazuela llena de oro y que todos vivimos felices por siempre porque un ministerio decretó la felicidad suprema, desechará camino por vereda y optará por tomar los atajos que le lleven a cualquier salida exprés por eso de que nada podía ser peor que la IV (vino la V) y nada más vil que el cadáver insepulto (vemos lo que legó).
En cuatro patas
El Calígula venezolano, en medio de achaques que le hacían desvariar, nombro a su devaluado Incitato criollo como su heredero, un hecho irónico que denotó el sarcástico desprecio que sentía hacia su propio movimiento político y hacia sus compinches de satrapías y tropelías. Luego, de investido de autoridad, el acémila se convirtió en un moderno Nerón que prefirió incendiar al país por los cuatro costados antes de aceptar su incapacidad manifiesta para gobernar, para andar y hasta para expresarse con coherencia.
Lo único que puede reconocérsele a esta peste, y que debe ser un caso para documentar en ¡Aunque usted no lo crea! de Ripley o en el Guinness World Records, es la capacidad de descubrir polifacéticos esperpentos. Es que no debe haber otro lugar en el mundo en la que se nombre a un neófito e ignaro en un ministerio, que su desempeño sea paupérrimo y que en lugar de destituirlo lo designen a otro cargo ministerial del que tampoco sabe nada y que desempeñará con igual impericia, torpeza, incapacidad e incompetencia.
Esta historia se ha vuelto tan culebrera que pareciera una novela por capítulos en la que el final nunca llega, algo así como “El derecho de nacer” y “Por estas calles” juntas. Por ello se repite, una y otra vez, el fraude electoral, las sentencias espurias, las afirmaciones baladíes de las vestales del ministerio electoral, las acusaciones sin fundamento del experto en batería de cocina que administra las injusticias contra la oposición, las amenazas de guerra contra el imperio, las bravuconadas de unos militares cuyo mayor entrenamiento se circunscribe al codo (y no por hacer flexiones) y la proliferación de personajes serviles, rastreros y despreciables dispuestos a gatear en cuatro patas.
Maduro problema, problema maduro
Pero eso de repetir historias, en esta novela, no es exclusivo del gobierno. Al líder del opositor partido amarillo lo despojaron de la victoria y no pudo drenar su “frustrachera” (frustración con arre…ra) porque lo enviaron de paseo sin pasar por Go, ni cobrar 200. Y aunque el color sea recurrente y la circunstancia parecida me refiero al de 1952 y no a otro que puedan suponer.
Ese fraude, y el subsiguiente de 1957, no hicieron que la gente saliera a la calle (como algunos pregonan) y solo fue el ruido de los motores de la Vaca Sagrada, con el dictador a bordo, los que sacaron a la muchedumbre. Pérez Jiménez de forma madura entendió la recomendación de Llovera Páez de irse antes de que fuese tarde.
Cuando Maduro berrea, chilla y hace pataletas; no acepta la realidad tal cual es; manifiesta poco juicio e imprudencia; asume conductas inapropiadas a las circunstancias y además se muestra inestable, irresponsable y carente de dominio de sí mismo porque la oposición lo quiere sacar del poder, solo se le puede recomendar madura, Nicolás… madura porque “pescuezo no retoña”.
Llueve… pero escampa

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