Por Miguel Yilales
@yilales
La oposición, en política, es la fuerza que contraría los actos del gobierno u oficialismo y por lo
general con ella se atañe a la figura antagónica del espectro político. Tiene
un fin particular: hacerse con el poder. Es por eso que suena ridículo, y hasta
infantil, la bendita cantaleta, de algunos personeros ligados al desastre que
ha gobernado el país en estos 17 larguísimos años, de acusar a la oposición de
querer deponerlos del poder y de que no contribuyen sumisa, disciplinada y
religiosamente para la permanencia de la peste roja en el gobierno.
Luego de tanto tiempo en Venezuela sabemos que no es
suficiente desalojar del poder, a quienes dilapidaron el equivalente de 250 mil
dólares por habitante o lo que es lo mismo 1.500.000.000.000 de dólares y que
no tienen una sola obra importante que demostrar, a menos que se considere como
tal: unos cuantos taxis; unos cientos de autobuses y unos rieles de ferrocarril
inconclusos, si no que es imprescindible obtener victorias políticas (no solo
electorales) que envíen a la pestilencia roja al ostracismo y al olvido que se
merecen.
Pero sí usted es de los que creen que las princesas y los
príncipes tienen la sangre azul, que al final del arco iris está una cazuela llena
de oro y que todos vivimos felices por siempre porque un ministerio decretó la
felicidad suprema, desechará camino por vereda y optará por tomar los atajos que
le lleven a cualquier salida exprés por eso de que nada podía ser peor que la
IV (vino la V) y nada más vil que el cadáver insepulto (vemos lo que legó).
En cuatro patas
El Calígula venezolano, en medio de achaques que le hacían
desvariar, nombro a su devaluado Incitato
criollo como su heredero, un hecho
irónico que denotó el sarcástico desprecio que sentía hacia su propio
movimiento político y hacia sus compinches de satrapías y tropelías. Luego, de
investido de autoridad, el acémila se convirtió en un moderno Nerón que
prefirió incendiar al país por los cuatro costados antes de aceptar su
incapacidad manifiesta para gobernar, para andar y hasta para expresarse con
coherencia.
Lo único que puede reconocérsele a esta peste, y que debe
ser un caso para documentar en ¡Aunque
usted no lo crea! de Ripley o en el Guinness World Records,
es la capacidad de descubrir polifacéticos esperpentos. Es que no debe haber
otro lugar en el mundo en la que se nombre a un neófito e ignaro en un
ministerio, que su desempeño sea paupérrimo y que en lugar de destituirlo lo
designen a otro cargo ministerial del que tampoco sabe nada y que desempeñará
con igual impericia, torpeza, incapacidad e incompetencia.
Esta historia se
ha vuelto tan culebrera que pareciera una novela por capítulos en la que el
final nunca llega, algo así como “El derecho de nacer” y “Por estas calles”
juntas. Por ello se repite, una y otra vez, el fraude electoral, las sentencias
espurias, las afirmaciones baladíes de las vestales del ministerio electoral,
las acusaciones sin fundamento del experto en batería de cocina que administra
las injusticias contra la oposición, las amenazas de guerra contra el imperio,
las bravuconadas de unos militares cuyo mayor entrenamiento se circunscribe al
codo (y no por hacer flexiones) y la proliferación de personajes serviles,
rastreros y despreciables dispuestos a gatear en cuatro patas.
Maduro problema, problema maduro
Pero eso de
repetir historias, en esta novela, no es exclusivo del gobierno. Al líder del
opositor partido amarillo lo despojaron de la victoria y no pudo drenar su “frustrachera” (frustración
con arre…ra) porque lo enviaron de paseo sin pasar por Go, ni cobrar
200. Y aunque el color sea recurrente y la circunstancia parecida me refiero al
de 1952 y no a otro que puedan suponer.
Ese fraude, y el subsiguiente de 1957, no hicieron que la
gente saliera a la calle (como algunos pregonan) y solo fue el ruido de los
motores de la Vaca Sagrada, con el dictador a bordo, los que sacaron a la
muchedumbre. Pérez Jiménez de forma madura entendió la recomendación de Llovera
Páez de irse antes de que fuese tarde.
Cuando Maduro berrea, chilla y hace pataletas; no acepta la
realidad tal cual es; manifiesta poco juicio e imprudencia; asume conductas inapropiadas
a las circunstancias y además se muestra inestable, irresponsable y carente de dominio
de sí mismo porque la oposición lo quiere sacar del poder, solo se le puede
recomendar madura, Nicolás… madura porque “pescuezo no retoña”.
Llueve… pero escampa
EXCELENTE PROFE! ME ENCANTAN SUS ARTÍCULOS!
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