domingo, 31 de julio de 2016

Zombizuela

Por Miguel Yilales
@yilales
Desde que la cultura hollywoodense se apoderó del mundo han proliferado películas y series de televisión que nos cuentan las venturas y desventuras que tiene la humanidad para sobrevivir a unos muertos vivientes que buscan alimentarse y convertir en zombis a los vivos.
Una de las apariciones más recordadas de estos fue la interpretación que hiciera Michael Jackson en el video musical Thriller donde aparecen muchísimos cadáveres, con ropas desgarradas y bailando con el cantante. Una escena a la que se le ha rendido tributos y que se ha convertido en una imagen importante de la cultura pop. Ni siquiera la literatura, los videojuegos y los cómics han logrado escapar de las persecuciones de unos resucitados sin voluntad.
La capacidad, mediante un ritual, de resucitar a un muerto, que quedaría sometido en adelante a la voluntad de la persona que le devuelve la vida, según la creencia popular, siempre se le ha atribuido al vudú haitiano, lo cual generó que el antropólogo Wade Davis estudiase en la isla La Española sobre la leyenda de los zombis que lo llevó a concluir (luego fue refutado) que se podía convertir a alguien en zombi al usar sustancias que indujeran un estado de muerte aparente y anularan la voluntad de la víctima.
Zombis en cola
Desde que el chavismo llegó al poder, ha habido un incremento exponencial del culto a la muerte, que se inició con el saludo ya proscrito (pero no olvidado) que usaban los miembros de esa secta, continuó con la paz de los sepulcros a la que pretendieron acostumbrarnos y que no terminará mientras permanezcan en el poder quienes se han asido a un sincretismo religioso, mezcolanza de brujería, sortilegios, santería, cofradías, cristianismo y cualquier dislate místico, para sustentar a esa desgracia política que se llama Socialismo del siglo XXI.
En casi 18 años, el sacrosanto Hugo (que ni sacro, ni santo era y que por su actuar escolta al ángel expulsado), su apóstol Nicolás (interprete de los reencarnados trinos) y sus poseídos angelotes (que han acrecentado sus dimensiones abdominales proporcionalmente a sus cuentas bancarias), procuraron inocularnos un virus que estimulara la inacción ante los abusos del poder, que sufriésemos una muerte cerebral para hacernos concluir que antes de ellos la nada y después de ellos el apocalipsis y que prefiriéramos la barbarie antes que la civilidad, el colectivismo por sobre la familia, el autoritarismo militar por encima de la civilidad y la degollina, con la que las revoluciones purifican, primero que la legalidad.
Se agarraron de una especie de burundanga, una ideología demodé mezclada con resentimientos perversos y animadversiones malévolas, para doblegar la voluntad de los venezolanos y la sazonaron con el cuento de que los pobres eran pobres porque papá Estado no les regalaba bastante, que unos malucos habían robado la riqueza petrolera y que no importaba pasar hambre o no tener empleo con tal de sostener a la élite gobernante.
Los muertos son otros
A pesar de que esta satrapía ha buscado zombificar a los venezolanos y que nos creen sumisos porque estamos obligados a salir un día a la semana a pararnos uno tras otro, como muertos sin alma, para poder sobrevivir, la realidad es que hay una sociedad indignada, que protesta y que se sacudirá de encima a quienes quieren someterla.
Por esa vía los gandules que nos desgobiernan han pretendido cambiar los esquemas de valores: su héroe es un forajido cuyo mayor mérito fue haber sido abuelo del cadáver insepulto que dividió al país; denigran de quienes estructuraron una sociedad moderna, de paz y progreso; erigen un mártir con pies de barro en cuyo prontuario (nunca tuvo currículo) destaca el secuestro y el asesinato y promovieron el que los militares junto a los “sobrinos de la patria” usasen pasaportes diplomáticos para traficar con drogas en aviones de amigos del gobierno, que además cacareaban poseer dólares como granos de arroz y que tenían vara alta en PDVSA y el régimen.
Frente a estos principios trastocados que mutan delincuentes en héroes, frente a la insensatez que pretenden cambiar ficciones históricas en verdades irrefutables (aunque no resistan investigación) y frente a la promiscuidad ideológica que necesita seres sin voluntad, debemos alzar la voz y actuar con arrojo, demostrar que estamos vivos, coleando y dispuestos a salir de esta desgracia, antes que nos convirtamos en Zombizuela, sin capacidad de decidir, discutir y protestar.
Llueve… pero escampa

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