Por Miguel Yilales
@yilales
Un simulacro implica la representación de algo, en la que se
finge lo que no es, de esa forma podemos prepararnos para cuando en realidad
ocurran las cosas o para lo que pueda acontecer. Por eso es que se hacen
simulacros de incendio y no hace falta que usted le prenda fuego a su casa, ni se
espera a que se caiga un edificio para ver cómo actuar frente a terremotos o
cataclismos de cierta magnitud.
La importancia del simulacro reside en que permite prevenir,
evitar y reducir los efectos colaterales propios de una catástrofe. Un tipo de
simulacro muy común es la evacuación de inmuebles (no me refiero a las expropiaciones)
para adiestrar adecuadamente a los equipos especializados en rescate y
asistencia durante una emergencia, además como deben actuar los propietarios, los
inquilinos y los que puedan estar dentro de un edificio al momento que ocurran.
Esta semana, que recién culmina, se hizo un simulacro para
actuar contra movimientos telúricos, aunque un quinto de la población no se
enterase por estar esclavizados en las colas de la esperanza para ver que
encontraban para comer, otro tanto preocupado por las intensas lluvias que colapsan
a diario al país, por la crisis de la energía eléctrica o por el caleteo de agua
que son los problemas que a diario agobian a unas personas que simulan ser
ciudadanos en algo que es un simulacro de país.
Ni justos, ni
equitativos, ni venezolanos
Por esa vía tenemos unos tribunales que se comportan como si
en el país existiese justicia, es decir, que simulan el estado de derecho (que
en nuestro caso es bien retorcido) para que se tenga la sensación de que hay
una república y un Estado, intervienen en las decisiones de otros Poderes (por
supuesto que me refiero al Legislativo que es el único contra el que
sentencia), usan palabas rimbombantes y rebuscadas para fingir que hay
inteligencia o que realizaron estudios en la materia, sin asistir a clases o con
defensas de tesis a distancia, en alguna institución española, dirigida por
activistas políticos financiados por la peste roja.
Asimismo nos ocurre con el ministerio electoral, que en su
proceso de falsedades y socarronerías pretende que la gente crea en su solvencia
moral, independencia y equidad cuando certifican, en apenas 24 horas, el
simulacro de recolección de más de 10 millones de firmas contra el decreto del presidente
Barack Obama y no pueden validar la real recaudación de firmas para activar el
referendo revocatorio contra el que simula ser un demócrata.
Otro ejemplo son los militares venezolanos que, desde que
llegó la revolución, decidieron hacer simulacros en su condición castrense, tanto
en su integridad como en su honorabilidad. Los que están llamados a proteger y
resguardar la república y sus instituciones en realidad montan un sainete bufo,
ridículo y grotesco con el cuento del desinteresado amor patrio cuando se
acercan los ascensos: son capaces de poner ambas rodillas en tierra, no para
rampar por debajo de las alambradas enemigas sino para reptar ante la junta que
los evalúa; se queman el pecho, no al fragor del combate sino de las parrillas que
hacen para agasajar a quienes les tantean su entrega revolucionaria y pierden
las cuerdas vocales, no para exaltar su valentía sino para vociferar indignas consignas
politiqueras.
Farsantes y
embaucadores
En Venezuela simulamos que estamos bajo un sistema
democrático porque se realizan elecciones; tenemos un gobierno que hace simulacros
de que le preocupa las necesidades de los más depauperados cuando en realidad
exacerba el patrimonio de sus camaradas revolucionarios y vivimos un simulacro
en el que aparentamos vivir cuando en realidad estamos sobreviviendo, creemos
que subsistimos cuando en realidad ni nos alcanza para eso y que somos
inmensamente felices aunque llevamos la procesión y la desesperanza por dentro.
Es que por mucha capacidad para la actuación y la hipocresía,
que definitivamente tienen los revolucionarios que detentan el poder en el país,
los venezolanos sabemos cuándo estamos frente a un farsante. En esta Tierra de
Gracia hay embaucadores que vivieron, viven y vivirán del simulacro: no les
importa si nos afecta una inundación, un terremoto o un deslave; los tiene sin
cuidado si la inflación o la escasez son exorbitantes y aseguran que el
desastre es culpa de otros a pesar que saben que el problema es el simulacro de
gobierno, dirigido por el simulacro de venezolano, que está en Miraflores.
Llueve… pero escampa
Muy bueno..!
ResponderEliminarCada vez te superas mas Miguel, excelente articulo y queda algo por fuera en esta simulacion y es la salida, obviamos la Partida de Nacimiento por un camino largo, tortuoso e incierto... (mi escrito va sin acentos, este sistema es en ingles y no los logro jaja pero tu me entiendes..)
ResponderEliminarExcelente Miguel. Vivimos de simulacro en simulacro a diario, ademas!
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