Por Miguel Yilales
@yilales
En fechas recientes, quizás como una estrategia de mercadeo,
como una amenaza real o como dice mi hijo por ser el mes de Halloween (para él
que está imbuido por esa neocorteza cerebral que, en la globalización de
McLuhan, vienen a ser los medios de comunicación, no es octubre ni noviembre lo
que precede a la Navidad) en los Estados Unidos, Canadá, Reino Unido y Brasil, según
es el primer caso en Latinoamérica, han aparecido una serie de payasos macabros
que asustan en lugares oscuros. Son personas que usan prendas de payasos pero
con mascaras desfiguradas para aterrorizar a los desprevenidos transeúntes y
conductores.
En esta Tierra de Gracia nada de eso nos impacta. Hace
tiempo que hemos estado rodeados de payasos sin máscaras, bufones
revolucionarios embutidos en costosos y coloridos trajes, saltimbanquis
disfrazados con ropa de ejercicios de marcas, caricatos socialistas que usan
los más exquisitos accesorios del capitalismo y consumismo mundial y que sin el
mayor desparpajo se han dedicado, a plena luz del día o escondidos tras la nocturnidad,
a asustar, amedrentar, amenazar y aterrorizar a todos los venezolanos con el cuento
del apocalipsis (como si ya no lo estemos viviendo, padeciendo y sufriendo) si
ellos son desalojados del poder.
Vivimos los más aciagos tiempos de nuestra historia
republicana. Ni en los momentos más oscuros se había visto y transitado tan
infaustos caminos, plagados de obstáculos y que nos asemejan e igualan a
cualquier aldea medieval, en las que el señor feudal decidía y gobernaba a su
antojo.
Magistratura
prostituida
Cuando llegó al poder la peste revolucionaria, encarnada por
un gorila y sus orangutanes de uniforme que conspiraron desde que ingresaron a
la vida militar (con sus cómplices civiles y de uniforme) lo hicieron con la
promesa de acabar con la corrupción (hoy hay más descomposición y putrefacción
en el manejo del erario), disminuir los índices de pobreza (la clase media
desapareció y pasó a engrosar las filas de los menesterosos), desaparecer el
hambre (pensar que ahora es común ver a personas hurgando en el basural
mientras los jerarcas de la revolución lucen cual neveras de 2 puertas) y desaparecer
el rentismo petrolero (dependemos más de una economía de puertos).
Y si algo ha demostrado este adefesio político
(revolucionario, chavista y socialista) que intentó perpetuarse como movimiento
continental, con estrepitoso fracaso (gracias al voto popular o a la existencia
de instituciones) y del que apenas quedan algunos chulos gobernantes (en
Suramérica y en América Central), es que siempre encontrarán razones para
destruir lo que se haya construido con la excusa de que de las cenizas
resurgirá, cual ave fénix, un país más próspero, más grande y más desarrollado aunque
hasta ahora lo único que haya germinado, de esos polvos del vestigio
venezolano, sea cólera, malaria, difteria, sarna, piojos, hambre, muerte y
desolación.
Por ello les importó un bledo imponer una dictadura, no del
proletariado, sino de la ilegalidad. Por la vía del terrorismo judicial, con
una magistratura convertida en el prostíbulo, que cual meretriz se rinde a los
pies de quien paga por sus servicios carnales, han salido las decisiones más
rastreras para desconocer la soberanía, la democracia, la independencia de
poderes y someternos a todos a la voluntad de unos usurpadores.
Dejémonos de
eufemismos
Ni la dictadura de los Monagas, ni la autocracia ilustrada de
Guzmán, ni la sanguinaria tiranía gomecista, ni Pérez Jiménez con su Nuevo
Ideal Nacional, les dio por prescindir del parlamento aunque tuvieron ilustres congresos
plegados a sus intereses (como la anterior Asamblea Nacional). Esta dictadura
del siglo XXI es arbitraria, atrabiliaria, irresponsable, perversa, con presos políticos
y que solo ha dejado algunos resquicios en las libertades, que además desprecia
a los ciudadanos y solo les interesa su permanencia en el poder llevándose por
los cachos cualquier vestigio de institucionalidad.
La culpa es de los venezolanos que permitimos que llegaran y,
peor aún, hemos dejado que se mantengan en el poder. Sin eufemismos debemos
entender que no estamos ante eso que les ha dado por edulcorar a los
progresistas, a algunos opositores y a los nostálgicos izquierdosos llamándola
dictablanda, blandadura, dictadura de nuevo cuño o democracia imperfecta sino
que es una simple y cruel dictadura que requiere actuemos y la tratemos en
consecuencia.
Llueve… pero escampa
Saludos estimado colega, siempre leo tus excelentes artículos y ellos me llevan al pasado, donde ambos fuimos actores, sé que tus análisis son correctos y por ello te digo un mensaje de amigos nuestros, ya es hora de abonar el camino para hacer la diferencia entre la sumisión y el regreso de la República, nosotros aportamos y ellos se endurecen para someter el miedo y la incertidumbre. Queremos la Venezuela nueva sin complicidades de unos y la venta de otros. Todos estamos padeciendo de los irresponsables de oficio y de política.
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