Por Miguel Yilales
@yilales
Hace algunos días a un dirigente de la oposición le dio por
quejarse, con razón o no y dentro de su derecho a opinar, que hubiesen algunas
personas (no mencionó a nadie) que desde la comodidad de un teclado, empantuflados
y sin estar en los zapatos de los que tienen que tomar las decisiones,
criticasen todo lo que hiciese la oposición: sí decidían recoger las firmas
dirían que para que lo hacen si todo está perdido, sí se negaban a recogerlas
que porque habían escogido ese camino, sí se decidía la ruta democrático, para
no incrementar el baño de sangre dantesco que vivimos, que era más fácil poner
los muertos para generar la crisis, que sí se convocan marchas porque no se quedan
en las calles y sí se quedan en las calles porque se dedican a obstaculizar.
Enseguida brincaron algunos personajes, uno no entiende si
por tecladistas, por empantuflados o por hipersensibles a la crítica, a
defenderse, despotricar e insultar (también en su derecho) por lo que había
expresado el dirigente político. Mientras tanto la jauría roja, como perro de
Pavlov, salivaba de satisfacción.
A diario esos mismos críticos, que pareciera les interesase
primero implosionar a la oposición que acabar con el gobierno, quizás por algún
oculto interés o tan solo porque no quieran verse obligados a abandonar la
poltrona y regresar a estos lares, tildan a la oposición y a sus dirigentes de colaboracionista,
entregados, traidores, impíos y vendidos, sin que nadie pueda protestar, so
pena de terminar calificado de pendejo, idiota, estúpido o en el mejor de los
casos enviado al carajo con la amenaza de dar block y spam.
Ni periodismo ni
profesionalismo
Es que de lado y lado, sí no les hacen loas y aceptan sin
criticar las decisiones, el cadalso y la picota son el destino válido. Cuando
un venezolano, sea periodista, ingeniero, exembajador, psicólogo, militar en
retiro o un simple obrero, opina, discute, vocifera o mitinea en una tarima o
en las redes sociales lo hace desde una trinchera que asume como propia, es
decir, no es como reportero, técnico, diplomático, terapeuta o experto
castrense, sino que se convierte en político, por lo que extraña que luego
pretender ampararse en el fuero profesional.
Decía mi papá, que era sabio y no por ir a una universidad, y
mire que fue mucho lo que me enseño de esta profesión y de la vida, que además
de ser había que parecer. Él se indignaba cuando en televisión salía una momia
(hoy es aún más momia) que pontificaba sobre lo humano y lo divino (todavía lo
hace), que acusaba sin pruebas (no ha perdido la maña), que asesinaba
moralmente a cualquiera (aún se le cree sospechoso de encargos de otro tipo) y
que daba por cierto cualquier chisme o cuento que le confiaban los patriotas
cooperantes de la época (que él los llamaba Cicerón). No había derecho a
réplica o rectificación (hoy es emulado por el cavernícola teniente-capitán) y
eso ni era periodismo ni profesionalismo.
Por eso es que preocupa que, los que dicen ser distintos a
la siniestra plaga roja, usen sus mismas tácticas, quizás por aquello de que
los extremos se unen. Descontextualizan las frases, usan los medios para
siquitrillar a los adversarios, disparan (palabras) a mansalva porque se creen
la única reserva moral sobre la faz de la tierra y no acepten las críticas de
nadie aunque ellos ataquen todo lo que está a su alrededor.
Empantuflados y
enchinchorrados
Que un dirigente opositor señale que no le gusta que
alguien, a quien tilda de empantuflado, le diga qué y cómo hacer las cosas, es
tan válido como que el criticador enchinchorrado emita su opinión sobre cómo
deben hacerse las cosas. Lo perverso es que se pretenda usar la exposición
mediática para generar una matriz de opinión que obedezca a oscuros intereses y
que, a final de cuenta, favorezca a quienes han destruido al país en estos 18
años de ignominia.
Nadie pretende que el que está afuera del país no discuta
sobre lo que padecemos aquí pero una cosa es hablar pendejadas y otra muy
distinta es pretender dirigir las acciones desde un campo de golf o desde la
Riviera francesa. Hoy con la inmediatez de las comunicaciones las críticas
llegan más rápido, los correos transoceánicos no deben hacer largas travesías
sino que están en las puntas de nuestros dedos y las noticias son vox populi
apenas ocurren. Lo que no podemos hacer es descontextualizar para que opere en favor
de nuestra popularidad, simplemente, porque nos da la gana.
Llueve… pero escampa
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