sábado, 12 de noviembre de 2016

No pasó ni pasará nada

Por Miguel Yilales
@yilales
Durante las últimas semanas la atención del mundo civilizado se centró en lo que ocurriría en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos de América entre un pedante, presumido, xenófobo y misógino personaje y una vanidosa, mentirosa y manipuladora compulsiva, es decir entre el suicidio y la inmolación.
Sin querer pecar de prosaico al hurgar en la degradación política de otros países porque la nuestra es más que suficiente, puedo aseverar que no ocurrió nada que no se hubiese previsto desde que comenzó la carrera presidencial: habría un ganador y un perdedor; no hubo paliza de uno contra el otro cuando la diferencia fue de solo 300 mil votos; nadie gritó fraude (el que había amenazado con hacerlo ganó) porque las instituciones funcionan y el mundo siguió girando sobre su eje y alrededor del Sol. Además tampoco pretendo disertar sobre las causas de los resultados, ni sobre el país profundo o rural, que sí hubo un voto castigo al continuismo, que sí se sobrestimó el apoyo de las minorías, que sí triunfo la xenofobia y la misoginia y menos sobre la ciencia oculta (digo por los resultados en Venezuela, Brexit, Colombia y EE.UU.) que es la encuestología.
Realpolitik a política de a real (y medio)
En el país muchas personas dejaron de preocuparse por los resultados del diálogo entre el gobierno y la oposición, desistieron a seguir las implicaciones de las declaraciones de verdaderos testigos estrellas del juicio que se le sigue en Nueva York a los primeros sobrinos de la República (que en el lenguaje oficial son los sobrinos combatientes y para sus propios abogados defensores unos estúpidos e inexpertos sobrinos) y se sentaron a esperar por horas para saber si ganaba la derecha o si perdía la izquierda: es decir si el mapa sería azul, azulito o rojo, rojito. El problema es que allá la derecha es roja y la izquierda es azul.
Lo curioso es que a diferencia de las maravillosas y gloriosas democracias de algunas republiquetas bananeras (donde se asiste a elecciones con partidos únicos, la vicepresidencia la ponen en manos del consorte presidencial, no se respetan los lapsos electorales por guerras ficticias e imaginarias y les encanta, como una maldición, la reelección indefinida) en ese Templo de la Perdición que es el Imperio norteamericano se respetan las reglas del juego político; se hacen elecciones a pesar de estar en conflagraciones reales; los que están en el extranjero, alrededor del mundo, tienen garantizado el derecho al sufragio y se respeta la alternabilidad en el poder.
Por supuesto que al día siguiente que se conocieron los resultados electorales salieron los sesudos análisis para argumentar como ahora sí cambiarían las relaciones entre Venezuela y EEUU, como sí los gringos fuesen a dejar de lado la realpolitik que representan la Unión Europea, Rusia, Siria, China, Afganistan, Israel y el Oriente Medio para dedicarle atención a un país con política de a real (y medio) que no es una amenaza militar (los nuestros saben de papas y cebollas pero no de tácticas de combate), ni un desafío político (aquí se dejó de hacer política para mercadear con el petróleo a cambio de unos cuantos votos en organismos multilaterales cuyas acciones son inocuas) y menos un estorbo económico (gracias a un gobierno que, firme en sus políticas destructivas, ya no produce gasolina ni para el consumo interno menos influye en las finanzas globalizadas).
Republicanos o demócratas
Entre las voces que salieron raudos y veloces a opinar sobre lo que no saben destacó, como siempre, el Sabio Salomón del Socialismo del Siglo XXI (un sabelotodo, iluminado y encuestólogo que solo acierta el género de los bebes con 50% de probabilidades) a explicar que debíamos ponernos alpargatas para el joropo como sí es que ya no estuviésemos en un tusero y que el discurso agresivo de Trump alimentaría las fricciones entre ambos países como si estábamos en una luna de miel discursiva con Obama.
Para los que cifraron sus esperanzas en que con Donald, no el pato, ahora sí llegarán los marines a llevarse, empijamado, al mofletudo danzarín de vallenato y a todos sus cómplices para que paguen por sus desafueros políticos, por las violaciones a los derechos humanos y por sus nexos con el narcotráfico, les recuerdo que ya tuvimos 10 años de gobiernos demócratas y 8 años de republicanos y en 18 años aquí no ha pasado ni pasará nada si nosotros no nos preocupamos y ocupamos de que pase.
Llueve… pero escampa

1 comentario:

  1. El argumento del pragmatismo político de Estados Unidos, o Realpolitik, es completamente válido, en mi opinión. Según varios comentaristas que he escuchado en CNN y BBC, Trump es pragmático y eso guiará sus políticas internacionales. Quienes esperan que Trump envíe marines a Venezuela son ingenuos, o son ignorantes, y en ambos casos tienen una hojilla en una mano y un balón medicinal en la otra,
    Saludos

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