Por Miguel Yilales
@yilales
Dicen las enseñanzas de la iglesia Católica, Apostólica y
Romana, al igual que muchas otras, que la muerte es pasar al estado deseado
porque se deja de sufrir el mundo terrenal y se traspone el portal de la vida
eterna. Bajo esa premisa, para un cristiano, la muerte debiera ser de
celebración aunque el egoísmo humano nos haga llorar y extrañar a nuestros seres
queridos.
Aunque hay muertes que no merecen ni una lágrima, es más se
celebran no desde el plano espiritual, sino desde la más mundanal, terrenal y humana
naturaleza. Y no es por falta de humanidad. Tampoco se trata de que se haya
perdido la misericordia o la piedad por el prójimo ni que se le desee la muerte
a unos cuantos despiadados, criminales, malévolos y desgraciados que andan
sueltos por el orbe.
El sátrapa del Caribe |
Pol Pot, Nicolae
Ceausescu, Mao Zedong, Iosef Stalin, Adolfo Hitler Augusto Pinochet, Josip
Broz “Tito”, Francois Duvalier, Francisco Franco, Muammar Gaddafi, Saddam
Hussein, Slobodan Milosevic, Benito Mussolini, Ho Chi Minh, Kim Il Sung, Rafael
Trujillo, Ferninand Marcos, Idí Amin y Samuel Kanyon Doe son algunos de una
selecta lista de tiranos, genocidas, asesinos en masas e inescrupulosos
verdugos que regaron con sangre y sembraron de cadáveres las tierras de sus
propios países durante todo el siglo XX. Solo Fidel Castro les había
sobrevivido pero al final, como el nacimiento y la muerte igualan a todos los
seres humanos, él no se pudo escapar. Ni siquiera aquellos que creyéndose
inmortales y eternos pudieron huir de la ineludible guadaña de la Parca.
Toda una desgracia
Las personas que pasaron su vida sembrando vientos sabían
que cosechaban tempestades; los que esparcieron campos de muertes no podían
aspirar a que se les rememorase con devoción y los que desolaron, afligieron y
abatieron a su propio pueblo, tarde o temprano, son dejados de lado, olvidados
y execrados de la memoria colectiva por la ignominia popular.
Fidel y Raúl con el heredero "omninaciente" |
En estos 18 años una montonera de irresponsables se dieron a
la tarea de someter a toda una sociedad, que los veía con ojos de borrego mientras
los sodomizaban, con el cuento de que luchaban por un mundo mejor mientras
instauraban un narcoestado que obedeciera a carteles familiares y militares;
con el embuste de que se hicieran votos de pobreza socialista mientras sus
hijos y sobrinos dilapidaban las fortunas birladas al tesoro nacional; con el
engaño de que los anaqueles están vacíos porque los venezolanos comemos más
cuando la realidad es que somos una sociedad demacrada y cadavérica; y con el
artificio de que porque tenemos el sueldo más alto del continente (al dólar imaginario)
ahora nos venden productos importados (al dólar incomprable, innombrable y real).
Quién iba a pensar que gracias a esos embaucadores,
marrulleros, bellacos, rufianes y pillos nos convertiríamos en una nación macilenta
y mortecina en la que un plato de pabellón criollo sería visto como un plato de
cordero; en la que andaríamos cortando las servilletas por la mitad porque tienen
más valía que nuestra devaluada moneda; que nos volveríamos fitnnes al eliminar las frituras de
nuestras dietas con lo cual proscribimos lujos gastronómicos como los tequeños,
los patacones o los bistecs; que tendríamos que usar sabiamente cada cuadrito
de papel higiénico y que nuestras vidas transcurrirían “felices” detrás de otra
persona, no por amor ni por fantasías lujuriosas, sino en largas colas.
Menos de cocodrilo
En el círculo de la Divina Comedia de Dante Alighieri |
Hay unos atrasados que claman por la muerte, y hacen de ella
su leitmotiv, esos son capaces de devastar a sus propios países solo para
preservar el poder con la esperanza de que la historia los absuelva, lo cual no
ocurrirá porque, para su desgracia, en primer lugar ella solo registra las
satrapías para las generaciones futuras y segundo porque no es un tribunal para
absolver las atrocidades que haya ejecutado un cubano del siglo XX o un
venezolano del XXI, lo cual incluye al único (jurídicamente) ser con el Don de
la ubicuidad al nacer y a sus perversos mentores (las momias idas y las prevenidas
al bate).
Estas son solo algunas de las razones por las que no boté,
boto ni botaré una lágrima (menos de cocodrilo) por unas escorias cuyo único
norte fue la desolación, la desesperanza, la destrucción y la miseria como
forma de vida, que sean otros, los hipócritas y los farsantes, que canten loas
y alabanzas por los daños causados, por las vidas robadas, por las familias destruidas
y por las esperanzas perdidas.
Llueve… pero escampa
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